Ya sé que no están de moda las categorías ideológicas tradicionales, esa cosa viejuna de la izquierda y la derecha. Pero el caso es que he visto en El Periódico una encuesta de GESOP sobre intención de voto en el Ayuntamiento de Barcelona. Según parece, el partido más votado sería Barcelona en Comú y el segundo seria Esquerra Republicana de Catalunya. Entre ambos sumarían el 44,5% de los votos y 20 concejales.

Ostras, si no me equivoco, esos dos partidos pertenecen al espacio de lo que siempre se ha considerado extrema izquierda. Si a sus votos les sumamos los de la CUP (5,3%), nos encontramos con que la mitad de los barceloneses están mostrando intención de votar a partidos de la izquierda radical. Y si les añadimos el 11,9% del PSC, ello daría un 61,7% para el conjunto de la izquierda frente a sólo un 33% para los tres partidos de la derecha (PDeCAT, Ciudadanos y PP).

¿Ha sido siempre así, son los habitantes de Barcelona los más rojos de Europa? En absoluto. Vean cómo ha evolucionado la cosa en los últimos años: 

gráfico elecciones municipales bcn   encuesta GESOP Ignacio Varela

Los datos de 2011 y 2015 recogen el resultado de las elecciones municipales en Barcelona; los de 2017, la encuesta de GESOP para El Periódico

Esta es la imagen de un vuelco ideológico en la ciudad: de una ligera ventaja de las fuerzas conservadoras hace seis años a una mayoría aplastante de la izquierda ahora –y no precisamente de sus sectores más moderados–.

¿Qué ha sucedido? El rango temporal de la serie coincide con el del procés, así que quizá tenga algo que ver con ello. Pero el procés es un fenómeno ideológicamente transversal porque se trata de la patria y ya se sabe que la patria es de todos; ¿por qué debería producir una izquierdización masiva?

Quizá tenga más que ver con la demolición desde dentro del partido que durante décadas tuvo la hegemonía del centro-derecha en Catalunya. Con su radicalización nacionalista, Convergència abandonó el terreno de la moderación política; y al hacerlo, se embarcó en un viaje en el que son otros los que señalan el rumbo y manejan el timón. 

La pulsión rupturista, con todos sus atributos (prevalencia de la calle sobre las instituciones, cuestionamiento de la ley, llamamientos insurreccionales) no es congruente ni compatible con la cultura burguesa del centro-derecha apegado a la ley y a las instituciones que siempre representó CiU. 

Cuando un partido se evapora, lo habitual es que sus votantes migren hacia otras fuerzas ideológicamente próximas. Pero si el único eje relevante de definición política es la posición sobre la independencia, ese camino natural queda bloqueado; porque las otras fuerzas liberales y/o conservadoras están en contra de la independencia, y ese choque abre una brecha insuperable para las vecindades ideológicas.

Con su radicalización nacionalista, Convergència abandonó el terreno de la moderación política; y al hacerlo, se embarcó en un viaje en el que son otros los que señalan el rumbo y manejan el timón

Lo que ayer fue Convergència pierde votos a mansalva cada vez que se abre una urna o se hace una encuesta. Pero esos votantes no pueden refugiarse en los otros partidos de su familia ideológica porque son unionistas; y tampoco pueden desentenderse y quedarse en casa porque la efervescencia política es tan intensa que nadie puede sustraerse a ella. Así pues, parecen haber decidido dejarse llevar por lo que se respira en el ambiente –que es cualquier cosa menos orden burgués y moderación.

En la Europa de los años treinta, la posición patriótica-insurgente la ocuparon los fascismos; y en un clima de enfrentamiento y polarización, allí terminaron, brazo en alto, muchos sectores de las clases medias. En la Catalunya de hoy, el discurso patriótico-insurgente está claramente dominado por la izquierda radical, y quien se sube a ese carro termina inevitablemente engullido por la marea. Artur Mas lo hizo en 2012 y ahí lo tienen, a sus años, transformado en un agitador de masas. 

Algo parecido le ocurrió hace años al PNV, cuando se batasunizó y comenzó a seguir las banderas de la izquierda abertzale. Es, al igual que en Catalunya, un caso curioso de cómo una fuerza política puede sucursalizarse desde el Gobierno. En aquel período, el PNV estuvo muy cerca del naufragio electoral: sus votantes captaban el mensaje y compraban directamente la versión original. Rectificaron a tiempo y hoy gobiernan en el País Vasco con los socialistas, le sacan adelante los presupuestos a Rajoy y acaban de cobrar una factura de cerca de 4.000 millones para Euskadi por sus cinco votos en el Congreso. Y que yo sepa, no han renunciado a ninguna de sus convicciones ni son menos nacionalistas que nadie. Pero entienden la política. 

Así pues, ya ven: últimamente hay que caminar muchas cuadras por Barcelona para encontrar a alguien de derechas. De hecho, según las noticias que nos trae GESOP, esta es probablemente la única gran urbe de Occidente en la que dos fuerzas de la extrema izquierda se disputan el liderazgo electoral. Seré yo el raro, pero a mí esto me huele a chamusquina.