Tiene que terminarse esta broma pesada de que a la hora de formar los grupos parlamentarios los pasillos del Congreso de los Diputados se conviertan en territorio de manteros. Es cierto que todo empezó con la picaresca de los partidos que se desdoblaban en dos o en tres para disponer de varios grupos (y por tanto, de varias voces y de todos los beneficios del caso duplicados o triplicados). Los socialistas fueron los primeros en usar esa táctica abusiva en los albores de la democracia. Luego vino el timo consentido de prestarse diputados por unas horas para burlar la ley. Pero con el tiempo, la norma se fue retorciendo, los hábitos se pervirtieron y hemos desembocado en el reino de la cacicada.

Que un partido tenga o no grupo parlamentario no puede depender de tácticas políticas, de intercambios de favores o de gestos para la galería. En un sistema sano, en la misma noche de las elecciones todos los partidos deberían saber, con los resultados en la mano, si podrán o no formar un grupo parlamentario. Cualquier otra cosa es un atropello al principio de seguridad jurídica.

En cada legislatura hay una situación bochornosa, de las que no pueden explicarse. En 2011, la Mesa dominada por el PP decidió por sus santos huevos regalar un grupo a UPyD, con 5 diputados y menos de un 5% de votos en las circunscripciones en las que se había presentado, y negárselo a Amaiur, con 7 diputados y un 22% en el País Vasco y Navarra. Fue una represalia política que ni siquiera se intentó disimular con un camuflaje de legalidad; y lo peor es que el personal aplaudió la tropelía.

La norma actual produce algo tan absurdo como lo siguiente: el PNV, con 5 diputados y 286.000 votos, tiene derecho a grupo parlamentario. El PDC, con 8 diputados y 482.000 votos, no lo tiene

La norma actual produce algo tan absurdo como lo siguiente: el PNV, con 5 diputados y 286.000 votos, tiene derecho a grupo parlamentario. El PDC, con 8 diputados y 482.000 votos, no lo tiene. O la norma que produce este resultado es un churro, o quienes la aplican hacen con ella mangas y capirotes, o ambas cosas a la vez.

Una cosa es que el Tribunal Constitucional haya atribuido a los órganos del Congreso la potestad de interpretar el Reglamento y otra que esa potestad se convierta en un mercado de favores o en un sistema de premios y castigos según el veleidoso capricho de la mayoría. Si te portas bien o me das algo que me interese, para ti será el reino de los cielos y tendrás grupo parlamentario; si no, te vas al infierno del mixto.

Pero puestos a aplicar una lógica política y no jurídica, hay muchas razones para pensar que la decisión de privar al PDC de su grupo parlamentario, además de una injusticia, es una torpeza política que tendrá malas consecuencias para quienes la han permitido.

Digo yo que, razonando políticamente, habrá que tomar aquella decisión que: a) sea más operativa para el funcionamiento de la Cámara; b) resulte más útil para la gobernación en un parlamento fragmentado; y c) favorezca más –o, al menos, obstaculice menos- una solución razonable para el conflicto de Catalunya.

Pues bien, esta decisión falla y es contraproducente por los tres criterios.

En cuanto al funcionamiento de la Cámara: es absurdo un Grupo Mixto con 15 diputados de los que 8 pertenecen a un mismo partido. Eso tiene muy poco de mixto. En la práctica, aplasta a los demás miembros del grupo y no facilita, sino entorpece, la participación de todos los diputados en el trabajo parlamentario.

Se baraja la solución de que los ocho diputados del PDC se refugien en el grupo de ERC. Brillante operación: echar al PDC en los brazos de ERC, importar a Madrid la fórmula de Junts pel Sí y crear por la vía de hecho un único Grupo Independentista Catalán de 17 diputados, hegemonizado por la facción más radical y rupturista.

En cuanto a la gobernación del país: todo apunta a un gobierno minoritario del PP, obligado a pactar constantemente y a buscar apoyos a uno y otro lado de la Cámara para sacar adelante sus proyectos. En ese juego, los ocho votos del PDC serán preciosos en multitud de ocasiones. Puede que no en lo que se refiere a las cuestiones territoriales, pero sí en muchas de contenido socioeconómico en las que se producirá una división automática entre la derecha y la izquierda de la Cámara.

En la circunstancia actual, es ridículo plantear, como hace el PSOE, que el PP incluya al PDC en su mayoría de gobierno para investir a Mariano Rajoy. Pero una vez iniciada la legislatura, habrá centenares de votaciones en las que esos 8 votos pueden marcar la frontera entre la victoria y la derrota para un gobierno de centro-derecha sin mayoría. Y tras este agravio, como sugirió Francesc Homs, arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Me temo que el PP, si llega a formar gobierno, va a tener muchas ocasiones para arrepentirse de esta decisión.

Lo que se ha hecho es excluir de antemano al PDC de una posible negociación de la reforma constitucional y entregar el monopolio de la representación política del nacionalismo a ERC

Pero hay más. Supongamos que se acomete por fin una reforma constitucional. Si se quiere que salga bien, tendrá que incluir un capítulo territorial y, específicamente, un tratamiento específico para el problema de Catalunya. Eso no puede hacerse si no se cuenta  con los nacionalistas catalanes. Y con esta decisión, lo que se ha hecho es excluir de antemano al PDC de esa posible negociación de la reforma constitucional y entregar el monopolio de la representación política del nacionalismo a ERC. Es decir, poner aún más difícil lo que ya viene difícil.

Ya sé que Artur Mas y los dirigentes que lo acompañan han hecho en estos años un trabajo extraordinario para destruir a su propio partido. Pero no me parece que sea una buena idea contribuir desde Madrid a que esa demolición se acelere. Nos guste o no, si hay alguna posibilidad de que renazca un nacionalismo catalán sensato y  respetuoso de la legalidad, pasa necesariamente por rescatar a lo que CiU representó, y no por ayudar a hundirlo. ¿O es preferible entenderse con los extrasistema de ERC y los antisistema de la CUP?

Además, se da la circunstancia de que ese partido al que se ha humillado en el Congreso es el que actualmente preside la Generalitat de Catalunya. ¿En qué estamos, en tratar de recuperar una relación institucional sana o en volar el puente desde las dos orillas?  

Y por fin: pacta sunt servanda. Los pactos se hacen para ser cumplidos. Es inocultable que el PP negoció con el PDC sus votos para la Mesa a cambio del grupo parlamentario. Es manifiesto que tanto el PSOE como Podemos estaban a favor. Y en aquel momento, todos sabían ya que unos días más tarde el Parlament votaría lo que votó. Hacerse los sorprendidos es un gesto de cinismo, uno más en este grotesco baile de disfraces mal cosidos en que se ha convertido la política en España.