Suscribo todo lo que se ha dicho y escrito sobre la trascendencia histórica y geoestratégica del resultado electoral en Francia. Era evidente que ni la Unión Europea ni la aún convaleciente economía mundial ni la democracia representativa podían resistir un tercer terremoto populista en Francia tras los de Estados Unidos y Reino Unido. La idea de las cinco potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU (que a su vez concentran el 90% del armamento nuclear existente en el mundo) en manos de un quinteto formado por Trump, Putin, Xi Jinping, May y Le Pen, era aterradora.

Paradójicamente, es posible que los traumas del Brexit y de Trump hayan tenido un efecto vacuna sobre una parte importante de la sociedad francesa. De hecho, hasta mediados del año pasado el Frente Nacional de Le Pen no paró de crecer: ganó las elecciones europeas y se situó como el primer partido en las encuestas. A partir del Brexit y, sobre todo, a partir de la victoria de Trump, Le Pen detuvo su ascenso e inició un lento declive que le llevó a la segunda posición en la primera vuelta y a una derrota rotunda en la segunda.

También es preciso glosar la clarividencia de Macron al percibir que para ganar necesitaba presentar una marca política nueva, disociada de los dos partidos tradicionales; y la no menos lúcida y patriótica decisión de François Hollande haciéndose a un lado para facilitar el despegue de su joven discípulo. 

Macron no habría ganado esta elección compitiendo bajo la sigla del agonizante Partido Socialista; y si Hollande hubiera intentado la reelección no sólo habría fracasado, sino que habría obstruido el camino al vencedor. Su apartamiento de la contienda ha resultado ser la forma más efectiva de preservar su legado.

A los populismos no se los derrota aceptando sus marcos discursivos ni comprando parte de su mercancía para disputarles la clientela

La tercera lección es que a los populismos no se los derrota aceptando sus marcos discursivos ni comprando parte de su mercancía para disputarles la clientela. El gran mérito de Macron es que no cedió un palmo en sus convicciones: nada de aproximarse al populismo de extrema derecha, como hizo Fillon, ni al populismo de izquierda, como hizo Hamon. Macron levantó con orgullo las banderas del europeísmo, del cosmopolitismo, de la economía abierta y del mestizaje social: la bandera de la modernidad democrática. La paliza que propinó a Le Pen en el debate del miércoles pasado quedará para la historia de la comunicación política.

Dicho lo cual, es interesante hacer algunos números para comprobar qué ha sucedido entre la primera y la segunda vuelta. Observen este cuadro:

Votos expresados en miles
  Primera vuelta Segunda vuelta
Censo electoral 47.582 47.568
 
Votos a candidatos 36.054 31.399
Votos en blanco 660 3.011
Votos nulos 289 1.058
Abstenciones 10.579 12.101
 
Macron 8.656 20.754
Le Pen 7.678 10.645
Otros candidatos 19.720  

 

En la segunda vuelta, casi 20 millones de franceses (los que apoyaron a los candidatos eliminados) se vieron obligados a cambiar su voto. Es lo que tiene el sistema de doble vuelta: que en quince días tienes que reconsiderar tu decisión. ¿Cómo se han comportado estos electores cuyo candidato preferido no pasó el corte?

  • El 61% (12,1 millones) votaron a Macron;
  • El 15% (3 millones) votaron a Le Pen;
  • El 12% (2,4 millones) votaron en blanco;
  • El 4% (769.000) votaron nulo;
  • El 8% (1,5 millones) no acudieron a votar.

Esto demuestra la eficacia de la campaña de Macron en estas dos semanas, puesto que sumó más de 12 millones de votos a los que obtuvo en la primera vuelta; de hecho, el 58% de todos los votos obtenidos ayer por el nuevo presidente corresponden a ciudadanos que hace quince días habían apoyado a otros candidatos.

Y pese a todo lo dicho, muestra también la solidez del frente republicano: seis de cada diez votantes de los candidatos eliminados apoyaron a Macron, mientras sólo 1,5 de cada 10 optaron por su adversaria. El 24% restante (4,6 millones) decidieron rechazar a ambos candidatos votando en blanco, nulo o quedándose en casa.

Así pues, tenemos a algo más de quince millones de ciudadanos que habiendo votado a otros candidatos el 23 de abril, este domingo eligieron la papeleta de Emmanuelle Macron (los más) o de Marine Le Pen (los menos).

Un primer análisis de Harris Interactive nos aproxima a lo que hicieron los partidarios de cada uno de ellos:

Fillon: el 52% de los votantes del candidato conservador apoyaron a Macron; el 20% votaron a Le Pen; y el 28% restante votaron en blanco, nulo o se abstuvieron.

Melenchon: el 56% de los votantes del candidato de la izquierda populista trasvasaron su voto a Macron; el 11%, a Le Pen; y el 33%, siguiendo la recomendación de su líder, rechazaron a ambos mediante el voto blanco o nulo o absteniéndose.

Hamon: Las menguadas tropas del candidato socialista se portaron con bastante disciplina: el 82% entregaron su voto a Macron, prácticamente ninguno (menos del 1%) a Le Pen y el 17% restante negaron su voto a ambos.

El PSF se dispone a superar de largo el récord negativo del PASOK en Grecia y asistir a su propio funeral, que viene siendo el de toda la socialdemocracia europea

Ahora vienen las elecciones legislativas de junio. El francés es un régimen mixto: en parte presidencialista y en parte parlamentario. El centro del poder, sin duda, está en el Elíseo, pero el presidente necesita una mayoría parlamentaria sobre la que apoyarse si no quiere verse forzado a incómodas cohabitaciones.

La novedad es que este presidente, elegido con una mayoría extraordinariamente amplia, carece de un partido organizado e implantado a nivel nacional para competir circunscripción a circunscripción con fuerzas como Los Republicanos o el PSF, que cuentan con alcaldes y concejales, militantes y sedes en cada municipio del país.

Sin embargo, una primera proyección de la empresa OpinionWay (y estamos viendo la extraordinaria precisión de las encuestas en estas elecciones) atribuye entre 249 y 286 escaños a En Marche!, lo que proporcionaría al presidente un cómodo colchón para gobernar aunque sin alcanzar la mayoría absoluta.

¿De dónde saldrían todos esos escaños del nuevo partido de Macron? Casi todos del Partido Socialista, que pasaría de una mayoría absoluta de 295 diputados a una irrelevante representación de apenas 10 escaños. Es muy probable que esta estimación esté exagerada por la euforia macronista de la noche electoral; pero la tendencia ya está marcada.

El PSF se dispone a superar de largo el récord negativo del PASOK en Grecia, (o el de los socialistas holandeses, o el que se avecina en el Reino Unido para los laboristas de Corbyn, o el suicidio por entregas del PSOE) y asistir a su propio funeral, que viene siendo el de toda la socialdemocracia europea. 

En ese escenario, hipotético pero verosímil, el partido de Macron pasaría a ocupar la representación política del progresismo contemporáneo, decididamente europeísta, políticamente desacomplejado, orgánicamente desburocratizado y socialmente transversal.

Es el modelo de liderazgo de Barack Obama y de Justin Trudeau, trasplantado a Europa. Si con él se para a la marea nacional-populista, bienvenido sea.