Crece por días lo intrincado del lío monumental en que se ha metido el PSOE de Pedro Sánchez, de la mano del siempre curvilíneo Iceta, con la reciente incorporación a su equipaje político del concepto de la plurinacionalidad. Y si la situación no fuera tan seria, tendría su lado cómico contemplar las contorsiones y jeribeques verbales que realizan para encajar este nuevo ropaje con sus posiciones tradicionales.

El PSOE no es un partido nacionalista, nunca lo ha sido. Por eso hasta ahora su discurso político no hablaba de naciones, que es un concepto extraño a la cultura política de la izquierda clásica, sino del Estado y sus distintas formas de organización territorial. La apuesta por el federalismo tiene un contenido plenamente racional: una vez que se decide construir un modelo de Estado fuertemente descentralizado, la experiencia demuestra que el sistema federal es el más eficiente de todos los conocidos para garantizar a la vez el autogobierno de sus componentes, la cooperación eficaz entre ellos y con el poder central y la igualdad de derechos de todos los ciudadanos. Es un proyecto claro y de contornos perfectamente reconocibles.

La distancia que separa la Declaración de Granada de julio del 2013 de la declaración de Barcelona de julio del 2017 es doble:

Por un lado, la primera fue elaborada, asumida y rubricada por los socialistas de toda España, y la segunda se presenta como un acuerdo entre el PSOE y el PSC. De lo multilateral a lo bilateral.

Por otro, en Granada se puso sobre la mesa una propuesta de organización territorial y de reformas legales e institucionales, pero no se entraba en los fundamentos místicos del autogobierno. Allí se hablaba de algo tan prosaico y objetivo como el Estado. En Barcelona se da el salto de adentrarse en el mundo de lo nacional —es decir, de lo emocional—; y al hacerlo, los socialistas abandonan sus marcos conceptuales de toda la vida e incursionan en el campo semántico del nacionalismo. Con escasa preparación y menor fortuna.

Al llevar el debate al terreno de las identidades nacionales se ve de lejos que los dirigentes socialistas no dominan los códigos que rigen en ese territorio, y ello les crea enormes problemas para armar un discurso coherente y que se sostenga.

"¿Tú sabes lo que es una nación?”, se preguntó en un célebre debate de hace pocos meses. La única respuesta que se les ha ocurrido es que una nación es un sentimiento.

No creo que los nacionalistas se sientan especialmente gratificados cuando aquello que da sentido a su visión del mundo se ve reducido a una mera expresión sentimental 

De ahí nacen todas las dificultades. Porque un sentimiento es algo que, por definición, no se puede objetivar, ni medir, ni regular jurídicamente. Para un nacionalista, la nación es algo concreto, objetivo, de corporeidad indiscutible. La nación no es el amor; en todo caso, sería el objeto amado. No creo que los nacionalistas se sientan especialmente gratificados cuando aquello que da sentido a su visión del mundo se ve reducido a una mera expresión sentimental.

Si la nación es una forma de sentir, bastaría con la afirmación de ese sentimiento para crear una realidad política. “Yo me siento nación, luego lo soy”. Lo que puede ser un punto de vista a considerar en el plano de la psicosociología política, pero hace imposible la tarea de transformarlo en un hecho jurídicamente mensurable.  ¿Cómo se llevan los sentimientos a la ley?

Hay dos interpretaciones de la palabra “nacionalidades” que figura en el artículo 2 de la Constitución. Algunos opinamos que nacionalidades y naciones son sinónimos; y por tanto que, salvo que se pretenda algo más, no tiene sentido romper el consenso constitucional únicamente para precisar los términos. Otros creen que la palabra “nacionalidades” es justamente el obstáculo que impide el reconocimiento de las naciones, y que ello a la vez se convierte en un freno para ampliar el autogobierno —y, por supuesto, para la autodeterminación—. Por eso hacen caballo de batalla del expreso reconocimiento constitucional de la plurinacionalidad (que para los primeros ya viene dado por la equivalencia de ambos términos).

Durante 40 años, los socialistas han hecho suya la primera posición. Ahora parecen haberse pasado a la segunda. Pero como yo creo que se trata más de un movimiento táctico que de una reflexión de fondo, se meten en jardines increíbles.

Insiste Sánchez en hacer compatible el reconocimiento constitucional de la plurinacionalidad, que es lo importante, con el mantenimiento de “un único Estado con una única soberanía”

Algo de eso les está ocurriendo con su búsqueda de ejemplos que les permitan homologar su nuevo discurso. Primero hablaron de Bolivia, que en la Constitución promulgada por Evo Morales se define como “un Estado Plurinacional” en referencia a “las naciones y pueblos indígenas que la integran”.

Como la comparación no parecía muy afortunada, el secretario general buscó inspiración en casos más cercanos, y en una entrevista periodística citó a Francia y Alemania como lugares en los que, según él, “hay muchas naciones sin Estado”.

¡Francia, probablemente el Estado más centralista de Europa! ¿En qué naciones francesas estaría pensando Sánchez? ¿quizá en la isla de Córcega, o en los territorios de ultramar? Narbona acudió presta a enmendar la pifia y sustituyó Francia por Bélgica, precisando además que lo de Alemania se refería a Baviera.

Yo no sé si Baviera o las dos comunidades lingüísticas que malconviven en Bélgica responden a la definición de naciones. Tratándose de un sentimiento, cabe cualquier cosa. Lo que me consta es que ni la Constitución belga ni la alemana las denominan así. La primera habla de “comunidades y regiones” y la segunda se limita a decir que la RFA es un Estado federal formado por länders

Insiste Sánchez en hacer compatible el reconocimiento constitucional de la plurinacionalidad, que es lo importante, con el mantenimiento de “un único Estado con una única soberanía”. Y por supuesto, con la negación del derecho de autodeterminación.

Muy interesante como aportación teórica, pero no se sostiene en la realidad. Encuentren a un solo nacionalista que no ligue la idea de nación con la de soberanía, y ambas con un primigenio derecho a decidir, y me lo presentan, por favor. Una cosa es que por razones políticas de oportunidad y conveniencia algunos nacionalistas (como ahora el PNV) piensen que no es el momento para la independencia y otra que renuncien a la idea de la nación como un sujeto soberano con potestad para elegir su destino.

Los que de verdad creen que la identidad nacional es el rasgo fundacional de Catalunya (o de cualquier otro territorio) del que se derivan derechos políticos previos y superiores al marco constitucional no aceptarán jamás que eso se pretenda reducir a un hecho cultural. ¿Naciones culturales? Vaya usted a paseo, amigo. Se ve de lejos que no ha entendido nada.

De ahí viene la empanada, de que no ha entendido nada. Y para lo que busca, ni falta que le hace.