Cuando un partido establece un acuerdo de gobierno con otro desde una posición minoritaria, debe disponer de instrumentos políticos para garantizar el cumplimiento de lo acordado. Lo contrario conduce a estas dos cosas: a) entregarse a la buena voluntad de la otra parte, que desde el momento en que toma la posición de gobierno tiene la sartén por el mango y el mango también; b) situarse en una posición insostenible ante sus propios votantes cuando comprueben que el que gobierna se burla impunemente de los pactos o los interpreta y cumple a su manera. En resumen, hacer un papelón de los que no se pueden explicar.

Esto es lo que le está ocurriendo a Ciudadanos, tanto en España como en las Comunidades Autónomas en las que otros partidos gobiernan gracias a sus votos o abstenciones. El que gobierna es libre y el que le entregó el poder es rehén de lo que hizo por no haber tomado en su momento las precauciones elementales.

¿Cuáles serían esas precauciones? Está todo inventado. La primera y más obvia es entrar en el gobierno. No es ninguna casualidad que en 23 de los 27 países de la Unión Europea haya gobiernos de coalición. Allí donde no existe mayoría absoluta, lo lógico es que dos o más partidos acuerden un programa y sumen sus votos; y la consecuencia natural es que gobiernen juntos. De esa forma no sólo dan estabilidad al gobierno, sino que ambas partes se aseguran de que lo que han pactado se cumpla efectivamente o, en caso contrario, se provoque una crisis de gobierno.

En Catalunya, esto lo ha entendido muy bien Esquerra Republicana. Cuando sus votos han sido necesarios para sostener a un gobierno, han exigido formar parte de él. Y siempre han obtenido una gran rentabilidad de ello: en el tripartito, llevaron del ronzal al PSC desde el primer al último día; y finalmente fueron los socialistas y no ellos quienes pagaron el precio electoral de aquel gobierno desastroso. En el actual gobierno de Junts pel Sí, Oriol Junqueras se prepara para el asalto final a la presidencia de la Generalitat y ya es reconocido de hecho en Madrid como el interlocutor válido del futuro, mientras sus socios de la antigua Convèrgencia (no hay forma de que cale la nueva marca) afrontan el naufragio electoral y una penosa peregrinación por los tribunales de justicia, y Artur Mas intenta desesperadamente provocar una agresión desde Madrid para emerger como el De Gaulle catalán, el líder de la resistencia.

Si decides quedarte fuera de los gobiernos a los que apoyas, al menos debes tener fuerza parlamentaria para que la subsistencia de esos gobiernos esté en tus manos. Lo que implica: a) votos suficientes para hacerlo caer si incumple y b) capacidad para formar un gobierno alternativo o provocar unas elecciones.

Ciudadanos carece de todo eso. No forma parte del Gobierno, lo que lo excluye del espacio en el que se incuban las decisiones. Sus votos ni siquiera son imprescindibles, porque Rajoy ha descubierto que le es mucho más productivo ir negociando día a día con el PSOE. Y no puede provocar la caída del Gobierno porque ello exigiría un acuerdo con el PSOE y con Podemos para una moción de censura con un candidato alternativo, lo que es impensable.

Albert Rivera puso seis condiciones “innegociables” para su voto favorable a la investidura de Rajoy. Mariano las leyó, dio una calada a su habano y ordenó tranquilamente a sus negociadores que firmaran, sabiendo que no arriesgaba nada. Recordemos las famosas condiciones: 

La primera es la dimisión automática de los imputados. Como no hay sostén legal para exigir tal cosa, su cumplimiento queda al libre albedrío del interesado o de su partido. Si simplemente se niega –como sucede actualmente en Murcia, pero podría ocurrir igual en Andalucía, en Castilla y León, en La Rioja o en el propio Gobierno español-, Ciudadanos se vería en la tesitura de comerse el desaire o ponerse a negociar una más que improbable moción de censura con el resto de la oposición.

Por otra parte, esa condición encierra una contradicción tremenda. Ciudadanos se niega a sostener a un cargo público imputado, pero ¿no se aplica ese mismo criterio cuando el imputado no es una persona, sino el propio partido del Gobierno, como ocurre en el caso Bárcenas? ¿No se puede apoyar a un presidente imputado pero sí a un partido imputado como tal?   

Luego vienen la supresión de los aforamientos, la reforma del sistema electoral y la limitación de los mandatos presidenciales. Tres compromisos que son otros tantos brindis al sol, porque todos ellos exigen reformar la Constitución y, por tanto, su cumplimiento no está en manos del PP ni de Ciudadanos. Algo que Rivera sabía perfectamente cuando los exigió y Rajoy sabía también cuando los aceptó.

Otra condición es que no se indulte a los condenados por corrupción. Nada tan sencillo de aceptar, puesto que hace mucho tiempo que eso dejó de hacerse. En todo caso, si Ciudadanos hubiera querido de verdad garantizar ese punto y muchos más relativos a la corrupción, habría exigido para su partido el Ministerio de Justicia y hoy estarían sobre la mesa del Consejo de Ministros los correspondientes proyectos de ley.

La última exigencia preliminar era formar una comisión parlamentaria de investigación sobre el caso Bárcenas y la financiación del PP. Doy por hecho que Rivera ni por un momento pensó que Rajoy prestaría los votos de su grupo parlamentario para una cosa semejante. Pero eso sí podría hacerse sumando todos los votos de la oposición -no se necesita el consentimiento del PP.

Hoy comparece el presidente de Murcia ante el juez instructor. Imagino a Albert Rivera poniendo velas para que lo desimputen (lo que parece poco probable). Porque en caso contrario, Pedro Antonio Sánchez y el PP tendrán un serio problema político, pero Albert Rivera y Ciudadanos tendrán uno aún mayor. Y de rebote, los socialistas podrían verse abocados a ofrecer un candidato para una moción de censura y después gobernar en solitario con 13 diputados sobre los 45 que componen el parlamento regional.

El líder de Ciudadanos lleva demasiado tiempo tratando de soplar y sorber a la vez, pero la realidad le va demostrando cada día que ese ejercicio imposible sólo puede conducir a la asfixia o al ridículo. Una cosa es la nueva política y otra, la política inane.