Mientras aquí esperamos en plena merienda de negros la fecha histórica del 1 de octubre en que, suceda lo que suceda, lo único seguro es el destrozo de la convivencia y del país, el próximo domingo los alemanes ejercerán su derecho a decidir votando en unas elecciones decisivas para ellos y para todos los europeos.

Unos tipos raros, estos alemanes. Según cuentan las crónicas y las encuestas, los temas que más les preocupan y sobre los que debaten en la campaña son verdaderamente peregrinos, por ejemplo el problema de los refugiados, de los que ellos han acogido a más de un millón y medio, mientras nosotros, ocupados en matarnos por el procés, apenas hemos sido capaces de recibir a 1.200 (eso sí, siempre que paso por Cibeles, sede del Ayuntamiento de Madrid, me ruborizo ante el gigantesco cartel de “Refugees Welcome” que mantiene Carmena. Bienvenidos… a Alemania).

Discuten también los alemanes sobre el futuro de Europa tras el Brexit, el del euro o la difícil relación con los Estados Unidos de Trump y la Rusia de Putin. En lo doméstico, el tema dominante es el futuro del Estado social, singularmente de las pensiones, en una sociedad crecientemente envejecida. Cuestiones menores y bien aburridas al lado de la épica que aquí nos arrebata.

Los alemanes se ponen pesadísimos con eso de cumplir las leyes. Nadie les ha enseñado que la voluntad popular está por encima de la ley… siempre que la ley nos estorbe y la voluntad popular coincida con la nuestra

Además, les gusta votar sabiéndolo todo: a estas alturas, cada alemanito ya sabe perfectamente si figura o no en el censo —y si no, cómo reclamar—, dónde le corresponde ir a votar (con la seguridad de encontrar un colegio electoral abierto y sin piquetes en la puerta), si le ha tocado o no formar parte de una mesa electoral; sabe que podrá entrar en una cabina para elegir su papeleta sin que lo vigilen, que votará en una urna de verdad (transparente para que se vea lo que hay dentro), y sabe quién hará el recuento (que, obviamente, será una empresa especializada contratada para tal fin. Ese ciudadano recibió en tiempo y forma la tarjeta censal que lo identifica como elector y no experimentará el emocionante stress de que un gobierno le diga que es un patriota ejemplar por acudir a votar y otro que es un delincuente. Tampoco la dulce incertidumbre de identificar el color de los uniformes que “protejan” la puerta del centro electoral, tratando de adivinar si le franquearán la entrada a los acordes del himno, le enviarán de vuelta a casa o lo conducirán esposado al juzgado de guardia.

Para colmo, los alemanes tienen la manía de cumplir las leyes. De hecho, se ponen pesadísimos con eso. Nadie les ha enseñado que la voluntad popular está por encima de la ley… siempre que la ley nos estorbe y la voluntad popular coincida con la nuestra. Habrá que darles unas lecciones de verdadera democracia cuando seamos la República Independiente de mi Casa y nos reciban en Bruselas con todos los honores. Al dúo Merkel-Macron le faltan Junqueras y Gabriel para estar completo y guiar a Europa por el buen camino. 

Falta una semana para que voten y ya se sabe quién va a ganar (no como aquí, que lo único que sabemos con certeza es que perderemos todos). Pero aunque está claro que Merkel volverá a ganar, lo que no se sabe es cómo y con quién gobernará. Porque esos tipos extraños tienen alergia a los gobiernos en minoría. En cuanto se ven un escaño por debajo de la mayoría absoluta, van y montan un gobierno de coalición, incluso de gran coalición. Dicen que es por la estabilidad, menuda idiotez. Con lo democrático que es ir todas las semanas al Parlamento sin saber qué exigirá esta vez la CUP (Puigdemont) o de dónde saldrán los votos para seguir vivo (Rajoy). 

En ese país lo de jugarse los cuartos con extremistas está mal visto, no saben lo que se pierden

Por supuesto, ni se les ocurre dejar al país bloqueado sin gobierno durante un año, y mucho menos provocar la repetición de las elecciones. La última vez que votaron, Merkel sacó 311 escaños, sólo a 4 de la absoluta. En lugar de abalanzarse sobre el despacho, la señora dijo que necesitaba un pacto de gobierno para dar estabilidad al país. Como sus socios naturales, los liberales, se habían quedado fuera del Parlamento, se fue a hablar con el otro gran partido, el SPD. Armaron un programa de gobierno de más de 200 páginas, y hasta hoy. 

Los socialistas podían haber dicho “no es no”, como nuestro Sánchez, y dejar al país paralizado o forzar nuevas elecciones. También podrían haber intentado alguna clase de pacto imposible, tipo Frankenstein, para hacerse con el poder pese a haber perdido en las urnas por 15 puntos y más de 100 escaños. Preguntado el líder socialdemócrata por qué no había intentado nada de eso, respondió: porque no estoy loco, los alemanes no me lo habrían perdonado.

Ahora se sabe que la CDU-CSU de Merkel quedará primera con bastante ventaja sobre el segundo, que volverá a ser el SPD. Todo el tomate de esta votación está en la lucha por el tercer puesto, que no es asunto menor. Para esa posición compiten cuatro partidos que están prácticamente empatados en las encuestas: los liberales, los verdes, los izquierdistas (suma de excomunistas de la RDA y escindidos del SPD) y los ultrarreaccionarios de Alternativa por Alemania, que entrarán en el Bundestag por primera vez.

Si no consigue la mayoría absoluta (lo que es difícil con ese sistema electoral que todo el mundo quiere imitar y casi nadie sabe explicar), Merkel podría intentar coaligarse de nuevo con el SPD, con los liberales e incluso con los verdes, que están muy domesticados y deseando volver a tocar poder. Sólo descarta ponerse en manos de los izquierdistas o de la extrema derecha, porque en ese país lo de jugarse los cuartos con extremistas está mal visto, no saben lo que se pierden.

La cosa es que, si Alternativa por Alemania conquista la medalla de bronce y se repite la gran coalición, el líder de los ultrafachas alemanes (casi , da un escalofrío hasta escribirlo) encabezaría la oposición parlamentaria, con todo lo que eso comporta. Como Arrimadas, pero sin faltarle al respeto.

Todo esto sucede porque en Alemania no tienen a un Rivera dispuesto a regenerarlo todo. Si lo tuvieran, a Merkel le habrían aplicado una de limitación de mandatos y estaría fuera del poder desde hace años

Así que barrunto que quizá esta vez los socialistas tengan que hacer el trayecto inverso al de hace cuatro años y quedarse en la oposición por el interés del país.

Todo esto sucede, por cierto, porque en Alemania no tienen a un Rivera dispuesto a regenerarlo todo. Si lo tuvieran, a Merkel le habrían aplicado una de limitación de mandatos y estaría fuera del poder desde hace años. Que los alemanes insistan en votar por ella, que todo el mundo coincida en que su papel es imprescindible en esta hora crucial de Europa y que la limitación de mandatos no exista en ninguna democracia parlamentaria del mundo sólo demuestra hasta qué punto ha degenerado la política y qué falta hace que clonen a nuestro Albert para repartirlo por el mundo y que lo deje todo limpio y resplandeciente.

Y es que donde esté el sabroso arbitrismo hispánico, que se quiten los alemanes.