¿En qué punto estamos? Según cuál sea la respuesta, las conclusiones serán unas u otras. Les doy mi opinión. Visto como han ido las cosas, el 27 de octubre el Gobierno dio un inmenso salto al vacío. Se proclamó la República y no se hizo nada para defenderla. Al contrario, el Govern de Catalunya, advertido por vete a saber quien, decidió desaparecer y desde entonces que unos están en prisión y los otros, en el exilio. Quedó demostrado, además, que las famosas estructuras de estado, las de verdad, las que tenían que ver con la hacienda y la seguridad pública, no existían. No acuso a nadie. Sólo señalo lo que todo el mundo ha podido ver. Sin dinero ni policía no hay independencia que valga. No se hicieron los deberes, por imposibilidad o por falta de pericia, da igual.

Por lo tanto, desde el día 27 es evidente que el movimiento soberanista, que hasta entonces siempre había llevado la iniciativa, dio un paso atrás. Catalunya está sin Govern, los administradores venidos de Madrid ejercen un control ignominioso de la administración catalana y la represión judicial, con una clara vulneración del derecho político, ha encerrado a los legítimos representantes de este país, incluyendo la Mesa del Parlamento. Pero como la internacionalización del conflicto catalán ha puesto el foco sobre como actúa el gobierno español, también es verdad que el bloque unionista ha tenido que convocar deprisa y corriendo unas elecciones. Así pues, el 21-D estamos convocados a votar, en unas elecciones autonómicas que Mariano Rajoy y sus aliados han convertido en plebiscitarias.

Lo sabe todo el mundo. El PSC lo ha entendido bien y por esto ha buscado una alianza con los seguidores de Duran y Lleida, la bestia negra de los socialistas durante años, para seguir como estábamos hasta antes del 2006. Porque, deséngañense, tanto los socialistas de José Montilla como los democratacristianos de Ramon Espadaler estaban en contra del proyecto de Estatut que impulsó Pasqual Maragall. Así como PP y Ciutadans representan el unionismo más rematadamente nacionalista español, la candidatura socialista es la más nítida representación del Régimen del 78. Apesta a naftalina. Pero este ha sido uno de los grandes cambios que se han vivido durante la década larga que llevamos de proceso para llegar a la soberanía, que no de nacionalización, de Catalunya. El PSC de hoy día se parece al PSC-C o al PSC-R de 1977 como un huevo a una castaña. Es más PSOE que nunca.

Por otra parte, ya hemos visto qué es Catalunya en Comú. Reproduce los vicios de la izquierda estatista que antaño representaba ICV. Toda la política que se hace en Catalunya, salvo si es de canto municipal, está acondicionada a los intereses del partido madre que aspira en influir en Madrid. Eso ya destruyó el PSUC, aunque no fue la única causa, ya que estaba sometido a las directrices de Santiago Carrillo y el PCE. Los que tenemos unos cuantos años lo sabemos perfectísimamente. Pero ahora mismo lo hemos podido constatar de nuevo con el golpe de estado que Pablo Iglesias le ha montado a Albano-Dante Fachin en Podem Catalunya. Como diagnosticó severamente el mismo Fachin el día que abandonó el partido que ayudó a fundar, los hechos de Catalunya han hecho envejecer rápidamente la denominada nueva izquierda. El statu quo nacionalista español se ha apoderado.

El soberanismo tiene que competir electoralmente contra todo eso. Ya no estamos en el 2014. Han pasado muchas cosas y hasta un cierto punto estamos peor, porque, a pesar de la gran movilización de la gente, el Estado y sus aliados, que son muchos, han generado un estado de odio contra los catalanes soberanistas que no se había vuelto a ver desde la guerra de los Balcanes. La persecución es por tierra, mar y aire y menos mal que el president Puigdemont y las conselleres Ponsatí y Serret y los consellers Puig i Comín han podido encontrar refugio en Bélgica gracias a la complicidad neerlandesa. Hay quien querrá hacer mucha filosofía sobre el "processisme" y los engaños del Govern de Junts pel Sí sobre el referéndum o las estructuras de estado. No se tiene que hacer caso, porque son las típicas preocupaciones de gente que vive muy bien lejos del compromiso de cada día y que, además, da recetas que pueden llevar a la gente a prisión mientras ellos fuman un par de habanos o se pasean por los campus universitarios. De revolucionarios de salón sobran. No quiero hacer más crítica porque este tipo de gente también vota y hace falta que lo haga por una lista unitaria, que es la única oportunidad que tiene el soberanismo de reanudar la iniciativa.

El 21-D está a tocar y los partidos tradicionales han hecho lo de siempre, que es acusarse mutuamente de aquello que el otro tampoco desea. El egoísmo partidista es antipatriótico, creo yo. Dilatar la hora de tomar decisiones tampoco no ayuda nada. Y así nos encontramos con que después de la unidad demostrada el 1 y el 27 de octubre, sobre todo cuando ERC, PDeCAT y la CUP votaron conjuntamente proclamar la República, resulta que no son capaces de pactar una candidatura unitaria para defender esta República, exigir la retirada del 155, reclamar la liberación de los presos y el retorno de los exiliados. ¿Es que hay alguien que se piense que el 21-D se trata de decidir si el Govern es para los amarillos o para los azules? Se trata de defender la democracia y por eso hace falta una candidatura, un frente amplio, democrático y republicano que supere los partidos tradicionales soberanistas y, evidentemente, Junts pel Sí. Y en este frente tiene que poder caber la derecha cristiana de Antoni Castellà y la izquierda federalista de Albano-Dante Fachin y en medio, todos los otros, empezando por el president Puigdemont, que es el representante legítimo del Govern de Catalunya.

¿Es que tenemos que aceptar el 155? ¿Alguien encontraría normal que si el 21-D ERC ganara las elecciones, como anuncian las encuestas, un gobierno presidido por Marta Rovira, pongamos por caso, sustituyera Carles Puigdemont como si no hubiera pasado nada? No creo que la gente que ha llenado calles y plazas defendiendo el Govern legítimo lo entendiera. La gente quiere unidad. Y la prueba es que la iniciativa llistaunitaria.cat que pusieron en marcha una serie de personas la semana pasada para reclamar adhesiones a la propuesta ya ha llegado al medio millón de firmas. Si fueran votos, daría pavor. Los periodistas se inventan historias para explicar el origen de esta propuesta, que ahora ha confluido con otra iniciativa vinculada en torno a la Asamblea Nacional y, específicamente, a Jordi Sánchez. El tuit del president Carles Puigdemont a favor de la lista unitaria disparó las especulaciones, sobre todo cuando al día siguiente el PDeCAT intentó dar a entender que tenía noticia. Nada más lejos de la realidad, pero como es verdad que el PDeCAT es hoy un partido que ni tiene líder, ni candidato ni programa, podría parecer que esta lista los ayudara a superar el aprieto.

La lista unitaria es una iniciativa de gente sin partido, como la mayoría de catalanes y catalanas, que desea recuperar las instituciones de este país, sacar a los presos de la prisión y reanudar la lucha por la independencia mediante un proceso constituyente. Hace falta que todo el mundo sea generoso y disciplinado al mismo tiempo. Hay que evitar los reproches, más allá de los que son normales, e incluso exigibles, entre gente que no cree en la unanimidad. El triunfo de una lista unitaria sería la mejor lección que podría dar el soberanismo al mundo y a los unionistas. Ni nos matemos entre nosotros, ni abandonemos a los dirigentes cívicos y políticos que lo han arriesgado todo para llegar hasta aquí, ni el independentismo mate la República antes de poder ponerla en marcha. La agrupación de electores es la última oportunidad de no volver a autoderrotarnos. El president Carles Puigdemont ha dicho, vía Twitter, que él estaba dispuesto a ponerse al frente de la lista unitaria. Hasta el día 17 de noviembre hay tiempo para ponerse de acuerdo.