Esta es la historia de la pareja formada por C y por E. Resulta que C quería ir al abogado para empezar los trámites de la separación y E no quería ni oír hablar del tema.

Y así fue como C le dijo a E:

  • Tenemos que hablar.
  • ¿Quieres pintar el comedor? -respondió E-
  • No exactamente. Resulta que hace muchos años que vivimos juntos y, apunta: te apesta la boca, no te cortas las uñas de los pies, no conoces el desodorante ni de vista, comes haciendo ruido, acabas el rollo de papel de WC y no pones uno nuevo, te comes todo los yogures que me gustan y no avisas, nunca pones una lavadora y mucho menos la tiendes, te pones mis calcetines y después vuelven siempre desaparejados, ocupas todos los armarios y me has vaciado la cuenta corriente. Y eso es sólo un breve resumen...
  • ¿Es una queja?
  • ... y fruto de eso, he decidido que quiero separarme. -remachó C-
  • ¿Ah sí? ¿Pues, sabes qué? Todavía me lavaré menos los dientes y hasta que salga bastante musgo como para hacer el belén. Las uñas de los pies me las dejaré tan largas que las podré usar de paraguas. Podrás saber los días que hace que llevo la ropa por los círculos de sudor de debajo el sobaco, cómo el tronco de un árbol cortado nos dice los años que tenía. Se me oirá comer desde Plutón. No usaremos papel de WC sino las manos. Me comeré todos tus yogures y, además, me beberé todo tu rooibos. Las lavadoras están sobrevaloradas y gastan demasiada agua. Ahora también me pondré tus camisetas y las blancas las lavaré con la ropa de color. Necesito muchos armarios porque compro mucha ropa que tengo sin ni estrenar porque una vez comprada no me gusta y ahora me compraré todavía más ropa que no me pondré. Y saco el dinero de tu cuenta porque a mi tarjeta siempre le falla la banda magnética y ahora la restregaré por el móvil para que acabe de borrarse.

Total, que pasó el tiempo, y como E tenía mayoría absoluta, a cada queja de C, la respuesta que recibía estaba basada en el concepto aquel del "y dos huevos duros". Y los huevos no eran precisamente de ave.

Pero, oh que terrible, niños y niñas, un día E perdió la mayoría absoluta. Y ya no podía hacer lo que le saliera de allí mismo. Y así fue como empezó a explicar a todos los familiares, amigos, vecinos y saludados variados que sí, que las cosas con C no iban muy bien, pero que quería hacer las paces y negociar un cambio en la relación. Y así fue como E le dijo a C:

  • ¿Sabes qué? A partir de ahora te ofrezco lavarme los dientes tres veces por semana, me cortaré una uña sí y una no, me cambiaré de ropa los días del mes que me duche, dejaré de comer con los dedos también la sopa, cambiarás un papel del inodoro de más calidad porque iré personalmente a comprar del bueno, me seguiré comiendo tus yogures pero ahora serán ecológicos que dan lustre a la nevera, pondré una lavadora cada 15 días, te compraré media docena de calcetines, te dejaré dos cajones del armario pequeño y dejaré de cobrarte intereses por el dinero que te saco de la cuenta... ¿Qué, tienen buena pinta estas propuestas, verdad? Es una gran oferta de negociación que no puedes rechazar y demuestra mi voluntad de diálogo y mi total predisposición a llegar a acuerdos.

C miró fijamente a E y le soltó:

  • La boca te apesta y eso no lo soluciona la cantidad de días que te lavas o no los dientes y que sólo esconde la realidad durante un rato. El problema es que tu boca está podrida y que no has hecho nada para solucionarlo. Y así, el resto de agravios.

Cuando te avisé de que nuestra relación era pésima, tu respuesta fue empeorar las cosas a propósito, me despreciaste, te inventaste cosas sobre mí con la ayuda de ángeles de la guarda llegados directamente del infierno, presionaste a mi familia política (y judicial) para que me hiciera el vacío, me insultaste... Y ahora que no tienes más remedio, ofreces lo que tú dices que es una solución. Y no lo es. Ya no. E intentarás convencer a tu familia, tus amigos y tus saludados diversos de que estás haciendo lo posible para solucionar las cosas. Y todo el mundo me presionará para que continúe contigo, incluidos muchos de los de mi casa, pero a quien tienes que convencer es a mí. Y ya es tarde. ¿Esto lo has entendido? Pues venga, ahora ya puedes seguir intentando convencer a quien quiera creerte, que yo quiero llevar los papeles al abogado.