Una de las cosas que irrita más en este país es que hables de los orígenes étnicos o culturales de alguien. Si tú quieres saber dónde está la perversión de un sistema siempre tienes que fijarte en lo que provoca indignación. Como dicen muchos psicólogos, la indignación es una táctica del ego para saquear el poder y la representación de las víctimas, sin preocuparse por su suerte.

Si os fijáis en lo que hace Ada Colau con los pobres o con el antifranquismo tendréis un ejemplo de lo que trato de explicar. Si observáis lo que hacen los españoles con la Constitución, la democracia y el bilingüismo también veréis por dónde voy. El ejemplo más claro de esta técnica de manipulación, tanto en Catalunya como en el conjunto de Occidente, se realiza en torno a los orígenes culturales o étnicos de la ciudadanía.

Desde la caída del Muro de Berlín, las masacres perpetradas por el imperialismo y por los fascismos han servido para silenciar la memoria de las víctimas o para enfrentarlas entre ellas. No se puede explicar qué está pasando en Catalunya y en el resto de las viejas democracias sin tener en cuenta los estragos que ha provocado el discurso relativista del multiculturalismo.

La mejor manera de dominar a la gente es estandarizarla. En una sociedad la división de roles empodera a las personas porque permite que todo el mundo colabore y desarrolle su individualidad partiendo de las herencias recibidas y de su lugar de partida en el colectivo. Cuando la gente no se puede controlar por la vía de la represión directa, la igualdad abstracta es el camino más corto para dominar la comunidad a través de los envidiosos y los aprovechados.

Una cosa que no se comenta a menudo es que bajo el mandato del presidente Obama las desigualdades materiales entre blancos y negros han sufrido un retroceso sin precedentes, como la lengua catalana bajo la hegemonía del soberanismo, por ejemplo. Tampoco se comenta suficiente que en los países europeos la inmigración ha servido para continuar el colonialismo que las metrópolis ya no podían ejercer en ultramar.

No es casualidad que, en Catalunya, quien ha explotado más el odio a España hayan sido los partidos indígenas más mimados por el Estado, como se ha visto con los casos de corrupción. El famoso lema "es catalán todo el que vive y trabaja en Catalunya" sirvió para favorecer la integración de los inmigrantes que querían integrarse, pero al final se ha convertido en la versión buenista de aquel "españoles todos" que se proclamaba en los tiempos de Franco.

No hay que saber filosofía para tener presente que las injusticias y los problemas de la humanidad vienen de tratar como si fueran iguales cosas que son diferentes y como si fueran diferentes cosas que son iguales. Si la inmigración se ha convertido en un problema en Occidente es porque en los últimos 50 años se ha utilizado para anular políticamente a las clases medias indígenas de cada país.

Con la coartada del racismo y las limpiezas étnicas perpetradas por los Estados nación centralizados, se ha desposeído a los indígenas de cada nación europea de su papel social, que es defender el significado de las costumbres y las palabras. Sin tradición, es decir sin memoria, el significado de las palabras se vuelve volátil y las élites pueden jugar con ellas sin límite para engañar a la gente tantas veces como convenga.

Cuando un español insiste mucho en que es catalán, normalmente es porque está intentando destruir el país o aprovecharse de él con los medios de la época, como habría hecho antes a golpe de fusil. Si a mi cuñado argentino le dijera que es tan catalán como yo, se moriría de risa, aunque, evidentemente, estaría encantado de votar en un referéndum de autodeterminación.

A mí no se me ocurriría hablar nunca de qué significa emigrar o ser musulmán en Europa porque en mi familia no lo hemos vivido. Hacer pasar por catalanes a los españoles va muy bien para disfrazar actitudes de colonizador y para que Gerardo Pisarello quizás no se percate que le faltan algunos elementos para comprender el franquismo en Catalunya.

Estoy seguro de que los chicos del pueblo que me intentaron apalear cuando era joven porque me negaba a hablarles en su idioma, ahora se llaman catalanes y votan a Ciudadanos o al PP. La idea de que todos somos catalanes, cuando la única verdad es que todos somos ciudadanos de Catalunya, es la que permite que el unionismo explote el discurso de la legalidad y barnice la ocupación militar de democracia.

En la medida en que la identidad y la historia catalana existan por ellas mismas el referéndum de autodeterminación será imparable. Por eso hace tantos años que aguantamos la comedia de la convivencia, que no ha estado nunca amenazada más allá de las pulsiones violentas del Estado.

Si Occidente se hunde en el populismo es porque sus élites han exprimido y maltratado a los indígenas que han vertebrado la cultura y la economía de sus territorios durante siglos. Utilizando el dolor de las mujeres, de los extranjeros o de los obreros con el fin de estigmatizar y despreciar las reivindicaciones de los sectores más arraigados, los gobiernos han pervertido la diversidad y la han traído estúpidamente al terreno del moralismo.  

Los estudios psicológicos más modernos explican el esfuerzo que cuesta controlar la influencia de los antepasados en nuestras actitudes. Cuando Inés Arrimadas se opone al referéndum y después pretende ser más catalana que Pompeu Fabra y dice que en una Catalunya independiente su madre se sentiría extranjera, alguien tendría que recordarle que Hitler era un austríaco que quería ser alemán, Napoleón un corso que intentaba ser francés, y Stalin un georgiano que se moría por ser ruso.

Churchill, en cambio, no odiaba ni disimulaba su árbol genealógico. Quizás por eso era un hombre que inspiraba a los otros hombres a hacer cosas más grandes que ellos y tomaba buenas decisiones. Isaiah Berlin lo explica muy bien: "Solamente los bárbaros no sienten ninguna curiosidad por saber de dónde vienen, cómo llegaron donde han llegado, y dónde parece que van dirigidos", etcétera, etcétera.