El viernes pasado mediante los retorcimientos informativos habituales, ETA dijo que el 8 de abril próximo anunciará la entrega/destrucción verificada de las armas que todavía dispone. Es una buena noticia. Buena pero mal recibida por amplios sectores, de forma incomprensible. Incomprensible también por alguien que ha sido uno de los motores de las acciones en pro de las víctimas del terrorismo, como es Robert Manrique.

Declarado el 20 de octubre de 2011, en las postrimerías del zapaterismo, el cese unilateral y total de las acciones armadas, ahora, más de cinco años después, ETA da este paso. Falta la disolución y, para mí, una proclama solemne de reconocimiento de todo el sufrimiento infligido a las víctimas individuales, que son miles, y a la sociedad en general. ETA no era un movimiento político, sino una banda de asesinos, secuestradores y torturadores. No hay que olvidarlo. La alegría que estas buenas noticias produzca no tiene que apaciguar la descripción y condena de una lacra radicalmente incivil. Su currículum lo avala.

Dicho esto, la pendiente hacia la total inanidad de ETA estaba cantada. No cuando, impotentes y torpes, produjeron su último golpe de sangre, el asesinato en 2010 del gendarme Nérin. El golpe estratégico, aunque no político, proveniente de la propia izquierda abertzale que tardaría todavía en producirse, fue el 11-M. En efecto, el terrorismo de cuño islamista llevó a cabo una opa hostil a los terrorismos caseros. El terrorismo también se ha globalizado y los movimientos delincuenciales domésticos no pueden competir ni en efectos ni en propaganda con este terrorismo que se sirve de un cóctel anti-occidental de medias verdades, ignorancia y manipulaciones, salpimentadas, con la complicidad de teocracias reinantes, aunque sus víctimas preferidas sean mayoritariamente sus propios correligionarios y no los occidentales, según datos de Global Terrorism Database (GTD).

Siguen instalados en el inmovilismo y el anatema cae sobre quien quiera mover pieza. Este inmovilismo, protagonizado por el PP, tiene el apoyo entusiasta de los que le han facilitado la continuidad en el poder

Sólo hay que recordar las declaraciones de los filoetarras el mismo día 11, en las primeras horas, justo después de conocerse la masacre de Madrid, imputándola, no sin cierto racismo, a los musulmanes. Pocas horas después, a pesar de la potente maquinaria de mentiras del Gobierno Aznar, quedó claro que de ETA en el 11-M, no había nada de nada. Fue el día de su liquidación, aunque con latigazos cruelmente sanguinarios hasta 2010. Otros factores políticos, esencialmente, y su estructura, débil y penetrable policialmente fueron reduciendo a ETA en la insignificancia.

Bien. ¿Y ahora qué? Esperando la disolución de la banda queda el tema de los presos. A diferencia de Irlanda no parece que los presos tengan que ver acelerada su salida de la prisión. Como mucho, procesos de acercamiento al País Vasco, acercamiento que el Tribunal Constitucional en una recentísima sentencia ha privado de base jurídica; o sea que todo queda en manos de la discrecionalidad administrativa y la disponibilidad de cada etarra en manifestar su arrepentimiento. Tampoco queda claro que se reabra la vía Nanclares, vía cegada prácticamente con tozudez digna de una mejor causa por el Gobierno popular cuando se hizo con las riendas del Ministerio del Interior.

Resta, por último, la cuestión de los mal llamados exiliados, es decir, de los prófugos de la Justicia, española o francesa. Es lícito prever que el Gobierno hará lo que siempre ha hecho, esperar, quieto y repitiendo vacías letanías para satisfacer a su parroquia.

Esta doctrina, contra lo que alguien podría pensar, no se aplica sólo a Catalunya. Se aplica a todo lo que el Gobierno se ve incapaz de superar. Lo estropea con insultos y quejas, pero poco a poco se va quedando solo: estiba, presupuestos, ley mordaza, comisiones de investigación sobre la caja B del Partido Popular... Claro que el Gobierno lo que sabe hacer de maravilla es quedar inmóvil. Por enèsima vez, ante el peculiar anuncio de ETA, el ministro portavoz lo volvió a decir (a partir del 20): "El Gobierno no ha variado su posición ni un centímetro desde hace 6 años".

Siguen instalados en el inmovilismo y el anatema cae sobre quien quiera mover pieza. Sin embargo, este inmovilismo, protagonizado por el Partido Popular, tiene el apoyo entusiasta de los que le han facilitado la continuidad en el poder. Hasta ahora, no se ha llevado a cabo ni un solo cambio que justifique el apuntalamiento del inmovilismo. Eso significa que estamos ante una aporía: ¿cómo se puede cambiar cuando se apuesta por no mover nada?

Pero no sólo es el inmovilismo el que lastra una solución política definitiva a ETA. La mala sangre por no haber contribuido nada al hecho de que este final tenga lugar cuanto antes mejor, por no poder explotar algo por lo que cualquier gobernante razonable querría ser recordado, por haber llegado hasta aquí en contra del propio diseño político, denota la ausencia de lo que un gobernante tiene que demostrar para llegar a la consideración mínima positiva, antes que la indecencia, de benevolente.