Ha vuelto. Nueve días después del 26-J y tras un silencio sepulcral, Pedro Sánchez ya está en su despacho. Recluido. No se la ha visto. No ha hablado ni piensa hacerlo hasta el próximo sábado. Antes quiere conocer lo que se cuece en las “baronías”. Saber si, más allá del extremeño Guillermo Fernández Vara, alguien está dispuesto a asumir en público que el PSOE debe abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy.

Que espere sentado. Cuando Sánchez va, sus mayores ya han ido y han vuelto cuatro veces. Y aunque crean -que lo creen- que España no se puede permitir unas terceras elecciones y defiendan -que lo defienden- que los socialistas deben negociar con Rajoy una investidura a cambio de cuatro importantes reformas no dirán ni pío.

A punto estuvo de hacerlo Susana Díaz hasta que alguien la advirtió de la treta. Ferraz estaba dispuesto a enfrentar de nuevo a las bases con los cuadros dirigentes en una consulta al respecto. La de Triana echó el freno y añadió dos huevos duros: ni abstención ni triquiñuelas de última hora como salidas al cuarto de baño o indisposiciones repentinas el día de la votación. ¿Referéndum? Adelante, dijo.

Pues eso. El PSOE anda atrapado entre el populismo orgánico fomentado por un secretario general elegido en voto directo por la militancia y la responsabilidad de un partido de Estado. Es lo que tienen los regates internos en corto. Por eso Emiliano García Page habló ayer del punto ciego del retrovisor (último minuto en segunda votación) y de que cuando este llegue él apoyará lo que diga Sánchez.

Esa es la estrategia de algunos barones: que la decisión la tome el secretario general. Porque si es un “no”, su siguiente paso sería explicar a los españoles que se encaminan a unas terceras elecciones, letales seguro para el socialismo. Si es “abstención”, tendrá que argumentarla ante las bases, lo que le restaría credibilidad de cara al próximo congreso federal.

Los socialistas se acuchillan entre ellos mientras entre los morados, tras la broma electoral, ha quedado el amor y la amistad

Los líderes territoriales ya se han cansado del populismo orgánico y la demagogia interna que excitan desde Ferraz. Ahora juegan con las mismas reglas. Total el PSOE hace tiempo que es un partido invertebrado en el que la utilización de la democracia directa ha conseguido enfrentar a una militancia “podemizada” con sus cuadros.

Y todo esto ocurre justo ahora que, tras la decepción del 26-J, Podemos, su competidor por la izquierda, ha decidido un cambio brusco hacia la moderación para asentarse en la vida parlamentaria y consolidar un espacio político alejado del populismo.

Los socialistas se acuchillan entre ellos mientras entre los morados, tras la broma electoral, ha quedado el amor y la amistad. Observen a Iglesias y Errejón. Juntos han llegado a la conclusión de que su camino es a medio plazo y de que ambos tendrán que madurar si algún día quieren gobernar. De momento, anuncian que serán “un partido normal”. ¿Lo conseguirá el PSOE? Parece que el populismo (al menos el orgánico) ha cambiado de bando.