Mirémonos las posturas de los cuatro grandes partidos españoles a la hora de intentar formar gobierno. Inamovibles. No se puede hablar ni de intento de negociación porque nadie cede. Y negociar quiere decir aflojar, acordar, transigir, aceptar. Y aquí nadie se mueve de su postura inicial. Sería aquello del "yo tengo mis principios, y si no le gustan son los míos y no pienso cambiarlos ni en broma".

Tanto en las elecciones de diciembre como en las segundas, el planteamiento siempre ha sido (y es) que ceda el otro que yo no me pienso mover ni un milímetro. ¿Usted ha escuchado alguno de los cuatro líderes diciendo que modificaba su postura inicial? Es la operación retorno del puente de la virgen de agosto en la autopista de la costa, a las 8 de la noche: todo el mundo parado.

Y cuando resulta que la estrategia colectiva es común, indica que es una manera de hacer común. Porque, si resultara que todo el mundo hiciera ofertas menos uno, pensarías: mira, esta persona, este partido o esta ideología son unos intransigentes. Pero, no, no, es que el acuerdo lo impiden todos porque todos exigen que sea el de al lado quien se mueva. Y no sólo por los cálculos particulares, personales y estratégicos, que los hay, sino sobre todo (y eso es lo peor) por un ADN político donde la palabra pacto no existe.

El último acuerdo importante que ha habido en España y que yo recuerde haciendo memoria fueron los llamados Pactos de la Moncloa (si usted recuerda a uno más reciente, queda aceptada la moción). Y son del año 1977. Y en un contexto absolutamente diferente al de ahora. Tan diferente que pactaron una Constitución que hoy sería imposible de firmar.

Desde entonces, el ejemplo que demuestra mejor la unilateralidad de la política española es la educación. Cada cambio de partido (de PP a PSOE y viceversa) es un cambio ideológico en una ley que, pobrecita, empieza a no tener más letras para añadir a las siglas (de momento LODE, LOGSE, LOCE, LOE y LOMCE).

Y ahora usted me dirá: "con el tema catalán sí que hay acuerdo". Sí, sí, pero es un acuerdo para ir en contra. No es un acuerdo en el que tengan que ceder nada. Al contrario. Y, además, les es rentable electoralmente hablando.

Por lo tanto, es imposible que la resolución a nuestra cuestión pase por un pacto con aquello que denominamos Madrit (concepto). Si el ADN les impide acordar un triste gobierno y están dispuestos a ir a unas terceras elecciones antes que bajar del burro, ¿cómo pretendemos que hagan alguna cesión en un tema como el catalán que permita resolver La Cosa?

No es posible ningún pacto con España. O mejor dicho, es imposible que España pacte nada. Ni quiere, ni sabe. No lo ha hecho nunca. Desde los Reyes Católicos. Su eterno conflicto entre los azules y los rojos lo han resuelto siempre a tiros. Nunca se han dado la mano.

Pretender que ahora cambien, es vivir en el mundo de las hadas, que gusta mucho a los niños y a las niñas inocentes, pero que a los que nos afeitamos (o nos depilamos) nos provoca incluso un poquito de vergüenza por el punto kitsch que destila. 

Una pena.