La euforia cursi y un poco histérica que la victoria de Macron ha generado en los grandes diarios franceses y españoles resultaría enternecedora si no pusiera de manifiesto hasta qué punto la Europa de los estados nación está enferma y envejecida. Cómo ya ha pasado en otras épocas, sólo Inglaterra parece conservar un mínimo de clase y ecuanimidad. En el continente, el periodismo se está convirtiendo en un oficio de cheerleaders.

La imagen del nuevo presidente francés celebrando la victoria al sonido de la novena sinfonía de Beethoven tiene un aire tragicómico que recuerda a la fuerza que la Marsellesa cogió en el 14 de abril de 1931, cuando España liquidó la monarquía borbónica. Es triste ver cómo Europa agota las opciones de recuperar un peso en el mundo a base de poner la esperanza en soluciones fáciles y rápidas.

La Segunda República española acabó mal porque las fuerzas que le dieron apoyo lo hicieron más por una conveniencia miedosa o perversa que por una convicción clara y saludable. Si la República fue un intento fallido de conservar la unidad de España por la vía pacífica, la esperanza que ha despertado la victoria de Macron es hija de la desesperación con la que Bruselas defiende sus dogmas sobre Europa y la democracia.

Da igual que los ideales que han impulsado el movimiento del Napoleón de la democracia francesa estén cargados de buenas intenciones. La Europa de Macron lo tendrá difícil para dejar el continente mejor que lo ha encontrado. La furia demonizadora que los diarios gastan hacia Marine Le Pen dice más del resultado electoral que ningún discurso que el nuevo presidente haya podido pronunciar sobre Europa o su país.

Aunque se trataba de escoger entre la horca y la guillotina, el resultado de Macron va bien a Catalunya. El pequeño Napoleón ha prometido firmar la carta de las lenguas y dejar de masacrar las culturas oprimidas de Francia. Además colaboradores suyos con posibilidades de ser ministros son de una demostrada sensibilidad en esta cuestión. Será interesante ver qué posición toma el gobierno Macron ante el referéndum de autodeterminación que el Estado francés debe organizar en Nueva Caledonia para el 2018.

De momento, me río viendo cómo el único político francés que ha seducido a los independentistas roselloneses de Unidad Catalana es celebrado por diarios como El Mundo, l'ABC o El País con tanto entusiasmo. La crónica de Rubén Amón parecía un cuento rosa de la época de Corin Tellado, mientras que El Mundo dio ayer a Albert Rivera un espacio de publicidad en forma de billete de opinión, en la misma página de celebración de la victoria de Macron. "Imparable triunfo del centro liberal", titulaba el presidente de Ciutadans su articulito.

Desde Perpiñán, Brice Lafontaine, de Unidad Catalana, decía a RAC1 que el movimiento de Macron se parece más a Junts pel Sí que al partido de Albert Rivera. Según Lafontaine, Macron no es tanto un político que busca el centro, como un dirigente que trata de aglutinar lo mejor de la izquierda y la derecha para romper el sistema político francés, organizado en torno a la división creada por los tópicos de la Revolución Francesa.

Esta es la macedonia de intereses que tendrá que armonizar el nuevo presidente de Francia. La cobertura periodística de su victoria me hace pensar que a Marine Le Pen le llaman fascista más que nada porque quiere someter a votación la relación que su país tiene con Bruselas. "Parecía que la pirámide de cristal del Louvre se abriría como una nave espacial para alumbrar al propio Macron como un Faraón posmoderno", recitaba Amón a El País después de informar sin gota de ironía que el presidente electo había garantizado a la multitud "un nuevo humanismo" y "refundar" la Unión Europea.

Me vino Dalí a la cabeza. Si no recuerdo mal, el pintor explicaba que fue expulsado de un colegio por escribir la palabra "revolución" con tres erres, la be alta y una hache intercalada para darle fuerza. Pues eso: Rrrebolhuccion Makron.