Esta semana he leído dos libros excelentes –y cortos– que me han hecho pensar en los orígenes de mi timidez y mi resistencia a crecer. Uno era una recopilación de conferencias de James Salter sobre el arte de leer y escribir y el otro era un volumen de textos de Adam Zagajewski, traducido como El fervor, en castellano.

Salter es un héroe vocacional, escribe como si aspirara a hacerse leer por los dioses. Las frases de sus libros combinan el poso de una sabiduría destilada con muchísima paciencia y la vibración deportiva de un cuerpo sexy y juvenil. Yo me lo imagino trabajando de noche en la terraza de una casa con vistas en la playa, el océano roncando como un león, el firmamento muy lleno de estrellas.

Que yo sepa Zagajewski no admiraba la Sagrada Familia con el fervor de Salter, pero tiene la suerte de ser polaco. Su prosa es más oral y menos cuidada, de exiliado capaz de escribir en cualquier café del mundo con la maleta preparada para marcharse. A veces tiene un tonito un poco pretencioso, de intelectual deslumbrado por la cultura, pero leerlo me da ideas y me hace sentir acompañado.

Si escribir en polaco implica, dice Zagajewski, arrastrar el peso de una tradición y unas derrotas poco conocidas en Europa, no hay que explicar qué mochilas llevamos los catalanes. A diferencia de Polonia, Catalunya quedó encuadrada en el bloque de los Estados Unidos, después de 1945. Desde el punto de vista nacional justo ahora empezamos a tener aire para poder sacar la cabeza un poco.

Tanto un escritor como el otro tienen en común que vivieron muy por encima –o muy al margen– de las manías de su tiempo. Sus libros recibieron los primeros elogios cuando ya eran viejos, cuando las grandes ideologías y las concepciones materialistas de la vida se empezaban a hundir. Todavía hoy leerlos me ayuda a protegerme de los residuos tóxicos que ha dejado el siglo XX.

Yo he vivido la plenitud de los tiempos en los que la ironía y el humor servían para dar una falsa seguridad al pensamiento. En los que el escepticismo era una forma de consuelo, y el cinismo una virtud más que un recurso brillante de urgencia. Yo nací en un siglo tan acojonado por las cosas que había visto y por los sentimientos que había experimentado que encontraba admirable la erudición sin talento.

La gente vivía aterrorizada por el pasado. Si no caía en un idealismo vengativo, consideraba que lo más inteligente era aceptar que el hombre no tiene solución y cuidarse de uno mismo aunque el mundo se hundiera a su alrededor. En casa teníamos una portera que siempre que salía de su guarida me decía:

–Enric, eres un muy buen chico. Cuando seas mayor acuérdate de lo que te dice Maruja. Primero tú, luego tú, después tú y, si por casualidad sobra alguna cosa... ¡también para ti!

De mayor supe que los franquistas habían ejecutado a su familia y que había llegado a Catalunya a pie. Entonces ya era consciente de que su visión del mundo se había ido filtrando en el alma de unas generaciones que no sabían nada o casi nada de su sufrimiento. Eran dormidos que soñaban que no habían perdido y hacían pasar por normales sus mierdas.

Mi timidez y mi resistencia a crecer venían del miedo a ser contaminado por una forma de estar en el mundo que me parecía castradora y autodestructiva. Es curioso que a medida que la globalización nos ha ido abriendo al mundo, haya ido creciendo mi gusto por leer y escribir. A medida que los discursos automáticos se han ido colapsando incluso me he vuelto más simpático y sociable.

Ahora que todo el mundo dice que el mundo va mal, es cuando estoy más contento. No es que sea un sádico, ni siquiera soy un romántico. A menudo me pasa que personas que me llevan pocos años de diferencia me parecen de otro siglo. Tanto tiempo de discursos enfermizos, de traducciones demenciales, de cosmopolitas sin alma, de moralistas que hablan del precio de las cosas sin haber vivido, como un contable de gorrito, no podían en absoluto salir gratis.

Lo pensaba intentando leer el prólogo de Eduard Márquez que encabeza el libro de Salter que he mencionado. En otra época me habría sentido burro tratando de interesarme por un texto tan correcto y bienintencionado. Ahora simplemente me descargo el New Yorker o la obra de un autor extranjero que me interese en cualquier web pirata rusa, y tal día hará un año.

Por eso estoy convencido de que, cuando menos durante una temporada, todo será bastante divertido y nos irá lo bastante bien. La timidez no deja de ser miedo a que te enculen por sorpresa, que el mundo abuse de la parte de ti que está indefensa, sea porque no está hecha o porque no encuentra los recursos para hacerse.