El martes pasado me pareció escuchar en la tertulia de Jordi Basté que Rocío Martínez-Sampere relacionaba sutilmente su situación personal con los efectos que ha tenido la emergencia del independentismo. La exdiputada del PSC, que se ha marchado a vivir a Madrid y es directora de la Fundación Felipe González, se lamentaba de que el proceso se haya convertido "en una trituradora" y que "mucha gente" con talento y experiencia "se haya quedado por el camino".

Como ya expliqué en el perfil de Jaume Collboni, Martínez es una de las figuras del PSC que vio truncada su carrera con la dinámica política que puso en marcha la consulta de Arenys de Munt del 2009. Como ya me esperaba, la expromesa socialista no tuvo ningún recuerdo para los catalanes que el régimen de la Transición ha excluido durante cuatro décadas, por no hablar de los que vieron escarnecido "su talento" en épocas más oscuras.

Teniendo en cuenta que ha cursado un par de masters en la London School of Economics, seguro que Martínez debe saber que el primer político catalán moderno que no conoció la prisión, el exilio o el piquete de fusilamiento fue Pasqual Maragall. Otro detalle que no se le debe escapar es que si el llamado proceso se alarga hasta el aburrimiento es porque España se niega a reconocer que Catalunya es una nación, hecho que ella no ha puesto nunca en duda -que yo sepa.

Es significativo que Martínez no relacione la emergencia del independentismo con el descrédito que la violencia ha sufrido en Europa y el hecho de que Maragall fuera el primer líder no represaliado de la historia del catalanismo -siempre descontando la purga que padeció de su partido y que Mossèn Ballarín lo escondió de la policia franquista cuando era joven. Un análisis serio le haría ver que la trituradora la puso en marcha Madrid cuando empezó a chulear a los catalanes sin tener en cuenta que la situación internacional ya no le permitiría recurrir a la fuerza bruta con la facilidad de otras épocas.

Precisamente, el presidente Puigdemont tuiteó el otro día un artículo sobre el acoso escolar muy pedagógico. Una de las cosas que explicaba es que la mayoría de la gente que no se suma directamente al abusador, contribuye a su comportamiento inhibiéndose del conflicto para no poner en peligro su autoestima y sus relaciones sociales. Tiene gracia la obsesión que hay en la prensa este país para denunciar todo tipo de abusos y maltratos cuando hay tantos cobardes que le ríen las gracias a los españoles sólo porque tienen un Estado o porque cobran el sueldo de ellos.

El problema de Martínez es que, igual que muchos unionistas, estaba comodísima en aquella Catalunya que se diseñó a la medida de las amenazas de los militares y del golpe de estado de Tejero. Aquella Catalunya estaba pensada para halagar y promocionar a la gente como ella, y para marginar o folclorizar a los catalanes que no se habían doblegado a la asimilación española. Por eso cuando se ha desvanecido el chantaje de la violencia, el PSC y la vieja CiU se han desinflado y algunos políticos y analistas han quedado más desconcertados que Maria Antonieta cuando vio que no habría croisants suficentes para contentar las masas.

Si Martínez tuviera un poco de decencia intelectual reconocería que tenía una idea incompleta del país y, en vez de llorar porque el processisme la margina mientras cobra de la canonjía madrileña, pediría la celebración de un referéndum que aclarara la situación de una vez. La prueba que la autonomía se construyó sobre la represión es el uso de la ley que hacen muchos unionistas para evitar poner en riesgo sus negocios; en el fondo es lo mismo que hacían tiempo atrás de la violencia, la diferencia es que ahora nos hacen reírnos de pena.

Las inhabilitaciones no pueden asustar a ningún independentista que no sea un oportunista porque la autonomía ya estaba pensada, como he dicho, para eliminarlos o para hacerles la vida imposible. Además, ahora la población española también tiene alguna cosa que perder, de manera que la capacidad de presión del Estado irá reduciéndose a medida que el país aguante y el PP vaya hundiéndose en su pujolismo. Si cuando vuelve a Catalunya, Martínez encuentra que está más estrecha, es porque los partidarios de la independencia hemos ocupado los barracones más cómodos del campo de concentración y no pensamos abandonarlos hasta que no seamos un país libre.

Basta con escuchar algunas tertulias para ver cómo se ha cambiado la situación. Ahora son los unionistas los que argumentan desde una jaula llena de cagarrutas e ignominia, incapaces de elevarse por encima de sus mentiras. La diferencia es que nosotros no nos aprovechamos de la fuerza bruta del Estado para presionarlos; tenemos bastante con apoyarnos en la democracia. Quiero decir que pueden salir de su agujero cuando quieran. Sólo tienen que hacer campaña por el No en el referéndum. O también pueden sacar la ouija, a ver si resucitan al General Mola.