Siempre que la vida o la política me recuerdan que es una grosería analizar a las mujeres como si fueran hombres, me acuerdo del primer pecho que toqué. Una vez atravesada la frontera de los besos, supongo que ella debió esperar que me abalanzara sin control sobre sus senos morenos y voluptuosos -es lo que está escrito que hacen los hombres en algunos libros, y los animales en los documentales.

Aunque hacía días que esperaba deleitoso aquel momento, no la asalté. Me detuve y sonreí dulcemente mientras acariciaba mi regalo. ¿"De que té ríes?" -me preguntó ella, que hablaba siempre en castellano y, vestida, era una chica fina. Yo sonreía de admiración y de agradecimiento, celebraba sus pechos como quien ha tenido una revelación intelectual o ha visto aparecer un gran paisaje después de una excursión muy larga.

- ¿De que té ríes?, me soltó un poco ofendida y desconcertada.

Cuando pienso en aquel malentendido -y en mi cara de bobo encantado- me cuesta menos comprender la función que podría tener separar a los niños y las niñas en la escuela -sobre todo en los primeros años. Cómo pasa tan a menudo con las costumbres sociales, nos hemos ido al otro extremo y está de moda educar el pueblo con la idea de que, en el fondo, entre los hombres y las mujeres no hay diferencias sustanciales.

Tendemos a creer que si tenemos los mismos derechos civiles es que también tenemos que ser iguales. Da igual que la pura observación, la buena literatura y los libros especializados digan otra cosa. Nos gusta olvidar que el mundo del hombre y el mundo de la mujer sólo se tocan cuando se abrazan y que, en realidad, sólo se abrazan cuando se necesitan de verdad.

Un hombre y una mujer se pueden entender a un nivel superficial pero en el fondo sólo se comprenderán en la debilidad y la necesidad. Por eso a veces no sirve de nada aplicar aquel principio cristiano de tratar al otro como tú querrías que te trataran, en una relación de pareja. El hombre más burro sabe de corazón algunas cosas que la mujer más inteligente a duras penas puede comprender, y a la inversa.

Es curioso como el proceso de homogeneización que los estados llevaron a cabo con la diversidad cultural de sus territorios, últimamente se intenta trasladar a la vida íntima de los ciudadanos. Supongo que si todo el mundo cree que es perfectamente igual, y es capaz de hacer lo mismo, los individuos vivirán más aislados y la economía y el poder político serán más fáciles de controlar.

Se habla de la dictadura del heteropatriarcado y del silenciamiento que la mujer ha sufrido. Pero algún día habría que poner sobre la mesa las carnicerías y los traumas que han dejado hecho polvo al hombre europeo. Si tenemos en cuenta que en las guerras mueren los mejores, la decadencia de Occidente y la crisis masculina son más fáciles de explicar.

Pensemos como la violencia emocional ha ido sustituyendo a la violencia física en la política de los últimos años. Veremos que es más fácil de comprender en qué contexto las mujeres han ido ganando protagonismo y también como este protagonismo se puede pervertir y utilizar.

Un ejemplo que tendemos a oscilar hacia otro extremo es la campaña que ha impulsado el ayuntamiento de Barcelona, No dejemos pasar ni media. "Amenazar, asediar, controlar, despreciar", no son formas de violencia machista, como pretenden los anuncios. Si me dieran un euro por cada vez que he visto a una mujer intentando controlar el móvil o la vida de su pareja, o tratando mal a su marido en público, no haría falta que escribiera tantos artículos a la semana.

Como dice la campaña, "todos somos responsables de combatir la violencia machista", que es básicamente la que se ejerce utilizando la fuerza física. Las estrategias psicoanalíticas que el PP y Podemos aplican con Catalunya, o el tipo de chantajes que utiliza el independentismo victimista, son una demostración de que la violencia emocional tiene recursos muy potentes y muy variados.

Repasando la actualidad es divertido ver que si a los hombres los dominas convirtiendo el mundo en un campo de batalla, a las mujeres las controlas convirtiendo a la sociedad en una especie de familia navideña, feliz y asfixiante. Mientras la política sacralice y victimice a la mujer, el machismo prevalecerá, aunque se barnice de feminismo.