Conocí a Josep Maria Esquirol en una asignatura de doctorado, y todavía conservo los apuntes de sus clases. Siempre me extrañó que un profesor tan agudo y tan capaz de hacerte comprender conceptos complejísimos en muy poco rato, sacara conclusiones tan vulgares de su pensamiento.

Recuerdo Esquirol como un hombre introvertido, que se hacía el misterioso con una coquetería tímida de sagristia. Ya entonces me pareció el típico catalán inteligente que lo veía todo pero se adaptaba al gris circundante con tanta disciplina que, a copia de amoldarse, había perdido la capacidad de convertir la inteligencia en alguna cosa más que un talento decorativo.

He vuelto a pensar en esas clases hojeando su ensayo La resistencia íntima, que ha sido galardonado con el Premio Nacional de Ensayo 2016 y el Premio Ciudad de Barcelona. Ya hace un par de años que los españoles nos preparan la mortaja y promocionan narcóticos intelectuales perfectamente pensados para enmarcar los discursos conformistas de posguerra.

Igual que La Ventana discreta de Antoni Puigverd o El largo proceso de Jordi Amat, La resistencia íntima es un libro evasivo y opiáceo, ideal para la gente que quiere seguir viviendo dormida, aunque sea entre libros, o recluida en una intimidad de pareja resentida o de hombre que se escapa con los amigos a la primera oportunidad.

Poner énfasis en las ascuas del hogar, en la profundidad de la vida cotidiana o en la esencia curativa del lenguaje no tiene nada de derrotista. Pero que un libro sobre la resistencia íntima editado en catalán, por un exmilitante de la FNEC, pueda ser escogido premio de ensayo por el Estado español, da una idea de la capacidad que la cultura del país tiene para barnizar de virtuosismo las obviedades y los silencios.

Esquirol cuenta que la resistencia íntima es la lucha permanente del hombre que quiere dar a las acciones cotidianas un sentido capaz de trascenderlas. La dificultad de conectar la materialidad de la vida con la espiritualidad de la idea es lo que hace que sea igual de fácil dejarse absorber por una rutina empequeñecedora como dejarse deslumbrar por una vida de éxito mediocre disfrazado de excelencia y de sonrisas calculadas.

En las sociedades modernas, el hombre ha pasado de luchar por alimentarse, a luchar por evitar la disgregación, y Esquirol acierta cuándo dice que la proliferación de libros de autoayuda anticipa la banalización de la política. El problema es que, precisamente porque el libro podría haber sido escrito en cualquier lugar, el ensayo no predica con el ejemplo y en la práctica se queda en una abstracción empobrecedora, que no hace honor a la materialidad sustanciosa que el autor reivindica para la vida.

Si algún problema distingue a Catalunya es la dificultad de conectar aquello que es familiar con aquello que es público, aquello que es personal con aquello que es político. Esquirol afirma que "la vuelta a casa no puede suponer un abandono de la política." No obstante el libro parece tener ganas de olvidar que justamente este principio es el que define mejor las dificultades añadidas que esta resistència íntima tiene para los catalanes, incluido él mismo.

Platón decía que la política se hace con los amigos y si alguna cosa he experimentado desde que me dedico a escribir, es la fuerza con la cual el Estado rompe las cadenas naturales de admiración, amor y respeto que nacen en nuestra tierra. No es verdad que los catalanes seamos difíciles como predica el discurso autonomista, sencillamente somos un país ocupado. Por eso los discursos resistencialistas con estética de preocupación funcionan tan bien.

Tiene gracia que el libro de Esquirol ponga el protagonista de La Peste como un ejemplo de resistencia íntima. La grandeza del doctor Rieux de Camus nace de la esperanza con la cual defiende su integridad. El protagonista de la obra de Camus sobrevive porque se aferra a su condición de médico y no desfallece en la búsqueda de una solución que acabe con la epidemia que va diezmando su ciudad, mientras a su alrededor todo el mundo se deja disolver por el miedo o la resignación.

El ocupación de Catalunya trabaja para que aceptemos o bien una desvalorización de nuestra intimidad o bien una desvalorización de nuestra vida pública. La gran aportación que ha hecho el independentismo es que ha elevado el listón de la integridad que hace falta para no dejarse arrastrar por el nihilismo y la disgregación, hasta el punto que las masturbaciones políticas e intelectuales cada vez se notan más. También la de los que van de esceptics reconsagrados y hablan del país en tercera persona.

Me parece que el doctor Rieux no se consideraba un héroe sino un hombre intentando hacer su trabajo con decencia en un entorno horripilante. Esquirol es menos exigente y más cínico. Pero La Resistencia íntima es un buen libro si sabes leer las reivindicaciones de la vida casera sin perder de vista este contexto especialmente diseñado para los intelectuales que huyen de las ideas peligrosas y las princesas inocentes que lloran a escondidas porque en su afán de triunfar han dejado la casa repleta de flores muertas.