La situación política española se puede resumir con la batalla que hay montada en Podemos entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Controlado sutilmente por el PP, Errejón trata de debilitar a Iglesias, mientras que el macho alfa de Podemos se aferra al deseo de libertad de Catalunya para tratar de sobrevivir.

En el fondo, ni Iglesias es tan partidario de celebrar un Referéndum como para hacer el trabajo a los políticos catalanes, ni Errejón tiene tantas diferencias con Iglesias como pretenden los diarios, ni tanta capacidad de liderazgo, como se ha visto en las primarias de Madrid.

No son "los nacionalismos" los que dividen a Podemos, como cuenta el Abc. Es el Estado heredado del franquismo y de Primo de Rivera que intenta dividir a la sociedad española para poder controlarla antes de que se genere una situación irreversible en Catalunya.

La situación de Podemos no es muy diferente de la que hay en casa de los socialistas. El PSOE trata de romper con el PSC de forma pacífica, con la promesa de una coalición electoral, para apuñalarlo por la espalda cuando crea que tiene bastante gente para montar un partido propio en el Principado.

Para superar el caos de los últimos meses, Madrid necesita comenzar un contraataque que le ayude a eliminar a una parte de los adversarios antes de ponerse a recentralizar, vía reforma constitucional. El Estado reagrupa sus fuerzas en torno al PP para obligar a la gente a escoger un bando, hacer que las personas politizadas se peleen y, sobre todo, distinguir a los amigos de los enemigos, detalle esencial en toda guerra.

Si Margallo está histérico es porque ve que Catalunya está al mismo tiempo demasiado desorientada y demasiado viva, y que España corre el peligro de encontrarse con un adversario imprevisible que le alargue la guerra más de la cuenta, con lo que eso supondría para los dos bandos. Los comunes de Catalunya, igual que Errejón, se pasan de listos y ayudan al PP sin saberlo.

España está en una situación parecida a la que vivió durante la Transición, y tanto puede resolver los temas que quedaron pendientes en aquella época como agravarlos un poco. Cada vez que los comunes presuponen que la autodeterminación se tiene que pactar con el Estado, Franco baila de alegría en su tumba. De hecho, bailan todos los que trabajaron para evitar que la gente votara reforma en vez de ruptura.

El Referéndum es la única manera de cortar de raíz la dinámica de división y de enfrentamiento que el PP intenta fomentar para imponer en nombre de la salvación de España su modelo de Estado a los partidos de izquierda. Igual que en 1936, o igual que a la Transición, Catalunya vuelve a tener un papel clave.

En la medida que el Referéndum une a los catalanes más que los divide, resuelve varios problemas a la vez. Por una parte, sustituye la división entre izquierdas y derechas que quiere imponer el Estado por una división más real entre demócratas y gente que, o bien no sabe que es fascista, o bien tiene miedo de ver perjudicados los intereses personales -que son los que acaban provocando los descalabros, cuando la burbuja de imposturas resulta insostenible.

Además, tiene la ventaja que el Estado siempre se puede sumar al último momento, cosa que se probable que pase cuando la vía guerracivilista sea abortada en Catalunya. El Referéndum liberará a un numeroso ejército de culos comprometidos que distorsionan los debates que hay hoy en España y dará credibilidad a la política. Aunque Madrid presione a Junqueras o a Convergència, en Catalunya todo el mundo sabe que una reforma constitucional sólo se puede hacer con garantías después de un referéndum de autodeterminación.