La batalla por la celebración del referéndum da la impresión de haber entrado en su fase definitiva. La sociovergencia ha movilizado a las momias del tiempo del tripartito para boicotearlo, pero cada vez hay más gente próxima al poder que dice: "Esta vez no pasará como siempre, esta vez ni los españoles ni los bobos que nos vigilan impedirán que actuemos como personas libres."

Una cosa es segura: la cadena de mando que conectaba el independentismo con los intereses del Estado se empieza a deshilachar y a romper por todas partes. Las melodías de los flautistas de Hamelín suenan cada día más desafinadas. Los juegos de manos se van volviendo desesperados. Incluso veo que se movilizan figuras que quieren dominar la organización del referéndum desde la sombra.

Viendo que las encuestas dan resultados cada vez más deprimentes, una parte de PDeCAT sueña con jubilar a Junqueras junto con Puigdemont, con la excusa del fracaso del referéndum. La estrategia de Junqueras es seguir callando y dejar que los malotes acaben aplastados entre la presión de España y su propia demagogia. El líder de ERC confía en que Madrid le hará el trabajo sucio tarde o temprano, y que entonces él podrá saber a ciencia cierta con qué fuerzas cuenta.

Las disfunciones en la cadena de mando empiezan a afectar al discurso jurídico que se ha estado vendiendo al independentismo para tal mantenerlo ligado al marco legal español. Después de liquidar el derecho a decidir, ERC piensa ahora como superar la ley de transición nacional para convocar el referéndum como Dios manda, apelando a los tratados firmados por España y a la legislación internacional sobre el derecho a la autodeterminación. La suspensión de la ley de consultas del Tripartito por parte del TC, intenta mantener en vano una ficción que hasta ahora había mantenido al independentismo corriendo como un hámster dentro de una rueda interminable.

La cúpula del PDeCAT -que no es estrictamente la formada por Pascal i Bonvehí-, sólo piensa como volver al poder o, en el peor de los casos, como salvar los privilegios que tenía la vieja CiU. Pascal ha hecho un buen movimiento fichando Víctor Puig como jefe de relaciones internacionales. Puig es uno de los pocos políticos inteligentes y frescos que han podido acumular experiencia sin perder la autenticidad. Tendrá faena, si quiere ayudar a Pascal y sobrevivir. Pero puede conseguirlo.

Por una vez se puede romper la malla, la malla de bobos y españoles de la cual hablaba Josep Pla. La estructura autonomista no tiene manera de detener el referéndum, ni de reinterpretar el resultado. Margallo vino a Barcelona a amenazar con intervenir a los Mossos y acabó reconociendo sin darse cuenta que esta intervención no es posible y que, justamente por eso, no se produjo en el 9-N -cuándo los intelectuales de Mas la vaticinaban y el PP catalán la exigía.

Como reconoció el mismo Rajoy a un periodista del país, España sólo puede enviarnos papelitos y los papelitos se los lleva el viento. El ambiente de Place de la Concorde que los diarios y TV3 atizan para explotar el caso Pujol como si todavía estuviéramos en los meses previos al 9-N, cada vez ayudan más a entender que, sin libertad, la humillación es el destino de todo catalán que no quiera renunciar al poder ni volverse español.

A medida que se acerque el referéndum emergerá una red cada vez más transversal de gente que no ha sido castrada intelectualmente. Cada vez será más difícil disimular que sin libertad no puede haber ni juicio, ni racionalidad, ni cartesianismo. Las cosas empiezan a volver al punto de dónde no tendrían que haberse desviado, en el 2011. De momento, la batalla para definir el texto del decreto de la convocatoria ha empezado.

Cuando los diputados debatan y voten el decreto, que piensen una cosa: Pujol, con todos sus crímenes y todos sus defectos, al fin y al cabo habrá muerto por alguna cosa; en cambio, los políticos que tenemos hoy, si no hacen lo que toca, pagarán por lo que ha hecho Pujol sin disfrutar como él de las ventajas del autonomismo, ni de su pequeña parte de gloria. Y de nada servirá criticarlo en sermones furiosos e indignados.