La Catalunya oficial cada día me recuerda más al bar de Rick en Casablanca. En los círculos mediáticos y políticos la gente dice una cosa, piensa otra y hace una diferente. A medida que se acerca el referéndum, todo el mundo se mira de reojo mientras se prepara, con un cierto fatalismo, para afrontar grandes sacrificios, descalabros y desastres.

Los fantasmas del pasado tienen tanta fuerza, que no dejan ver nada. El miedo tiende a fabricar una niebla espesa que excita a las supersticiones y la retórica dramática. A pesar de que los discursos que se promueven en Madrid y en Barcelona lo tienden a disimular, el conflicto entre España y Catalunya no tiene precedentes en aquello que es sustancial.

España ya no puede hacer lo que quiera con Catalunya como en tiempo de Franco. La interdependencia que hace unos años servía para intentar desacreditar al independentismo es precisamente el contexto que permite ejercer la autodeterminación sin ningún trauma. Rajoy ha puesto la democracia española en un callejón sin salida y los tontos útiles que tiene en Catalunya han perdido el margen para ayudarlo.

La ministra Cospedal dice que utilizará "todos los recursos posibles" para evitar que se celebre el referéndum porque en Catalunya hay una élite que intenta que la gente se asuste y piense en tanques y encarcelamientos. Es el mismo imaginario que quieren despertar estos titulares de El País que dicen que el Estado está dispuesto a cualquier cosa para evitar la imagen de las urnas en Catalunya. En realidad, todos los recursos democráticos que el Estado tiene al alcance son los insultos y las inhabilitaciones que ya puso en marcha con el fin de castigar el 9-N.

Igual que España no pudo aceptar el chantaje de la violencia por parte del independentismo vasco, tampoco Catalunya podrá aceptar el chantaje de la represión por parte del Estado. Insistir en calificar a Puigdemont de golpista sólo servirá para que todo el mundo recuerde cada día más que los auténticos golpistas españoles no se juzgaron nunca. Cuando Andrea Levy dice que el Estado utilizará "la fuerza de la democracia" para evitar que se celebre el referéndum, olvida absurdamente que la fuerza democrática de España en Catalunya es y ha sido siempre bastante débil.

Como ya explicamos con motivo de la consulta de Arenys de Munt del 2009, el pueblo español tendrá que sacrificar su propia libertad si quiere impedir el derecho a la autodeterminación de Catalunya. Ahora se verá el sentido último del europeísmo catalán y por qué Pujol colaboró para hacer entrar el Estado en la OTAN. Madrid puede pronunciar discursos que recuerden a Turquía o a la China, pero ni siquiera podrá forzar a los países Bálticos a tomar una posición contraria a la libertad de Catalunya, a cambio de cuatro aviones.

A medida que la gente se dé cuenta que los políticos catalanes han estado haciendo el primo con tantas cursilerías y ambigüedades, la fuerza política del referéndum se multiplicará. En Madrid, confiaban en que Puigdemont aceptaría ir al Congreso a hacer el papelote de Ibarretxe. Pero el presidente es un independentista pata negra y, aunque a veces hable como un autonomista, comprende perfectamente la filosofía y el sentido del derecho a la autodeterminación.

En la conferencia de Madrid, Puigdemont habría podido ayudar a conducir el debate si hubiera recordado que el único motivo por el cual Catalunya no ha votado antes sobre su independencia es la violencia del Estado. El presidente habría podido recordar que 40 años de dictadura y 40 más de democracia tutelada han borrado de la memoria de muchos españoles la verdad que el referéndum está a punto de revelarles. Por mediocridad o por genio político, ha dejado que el PP se ahogue en su propia propaganda.

Cuanto más insista Rajoy en decir que el referéndum no se hará, más legitimidad política le dará, y cuanto más miedos tengan que superar los dirigentes catalanes que lo tienen que organizar, más velocidad cogerá el país, cuando se vea que en un mundo democrático no hay nada que pueda parar las urnas. Las amenazas de Madrid y los miedos de Barcelona son fantasmas del pasado que ya no pueden sostener la unidad de España. Algunos todavía no lo han visto, pero lo verán.

Hay un principio en política que dice: "si no tienes poder para impedir una cosa, haz lo posible para retrasarla". A esto juegan, desde hace ocho años, el gobierno de España y ciertas élites del país que van vendiéndole a Rajoy que todavía mandan.