La única oportunidad que el Estado español tiene de detener la celebración de un Referéndum es que los catalanes nos sigamos creyendo sus faroles. En este sentido, aunque nos ofenda la pituitaria democrática, es muy útil que la CUP queme imágenes del Borbón. Sobre todo teniendo en cuenta que TV3 todavía habla del Derecho a Decidir, que es un concepto localista, que ridiculiza el Derecho a la autodeterminación.

La reacción de la justicia a las provocaciones de la CUP, a pesar de parecer exagerada, es coherente con la necesidad que el Estado tiene de glorificar la corona impuesta en 1714, para mantener la unidad de España. Sin un dictador como Franco o un rey de la casa de los Borbones que mantenga vivo el imaginario caudillista del Estado, todos los razonamientos políticos y económicos acabarían remando a favor de restablecer la libertad de la nación catalana.

Los símbolos son la base de cualquier país, y son también el instrumento más fino para entender la esencia de su poder y de su papel en el mundo, más allá de la retórica de los partidos y de los diarios en cada etapa de la historia. Cuando alguien de la CUP quema la imagen del Borbón, libera la imaginación de los catalanes de los miedos subconscientes y ensancha el margen del país para crear y para pensar; en cambio, la misma acción incendiaria acorrala el imaginario español y lo hace entrar en contradicción, por más que la justicia actúe.

Si los políticos conservadores estuvieran menos adoctrinados y se preocuparan menos de la CUP, habrían ofrecido a Felipe VI mantener la corona catalana a cambio de autorizar un Referéndum y pedir perdón. Desgraciadamente, no creo que el Rey lo pudiera aceptar, ni tan sólo aunque quisiera. Más que nada porque entonces serían los chicos del PP y de Ciudadanos -y seguramente también algunos del PSOE y de Podemos- los que quemarían imágenes del monarca y pedirían su destitución. Quizás fue por este motivo que Alfonso XIII prefirió exiliarse antes que intentar negociar con los republicanos.

El Estado siempre lo ha sacrificado todo para evitar que emergiera el fondo del conflicto entre Madrid y Barcelona. Por eso resulta fácil ver que el TC hará con el Referéndum lo mismo que la delegada del Gobierno de Madrid hizo con las estelades en la final de la Copa del Rey: gesticular, y ver si cuela. Antes de prohibir el Referéndum frontalmente, el Estado intentará cualquier tipo de pacto tóxico o extraño e irá interponiendo pequeños recursos. Impedirlo por la fuerza sería reconocer justamente lo que se quiere negar.

Por lo tanto, no es verdad que sea "más fácil" conseguir la independencia que organizar un referéndum como dice Viver Pi-Sunyer. Además, tampoco se trata de hacer lo que es más fácil, sino de hacer lo que es más justo y conecta mejor con la fuerza y con la historia del país. Esperemos que el presidente Puigdemont se busque unos asesores que no tengan la cabeza tan llena de paja española. Y sobre todo que el partido que lidera empiece a asumir que su problema no es la CUP, sino que no puede seguir alimentándose de jóvenes serviles que confunden su inseguridad y su forma de promocionarse con las acciones que necesita el país.