La pesadilla del escritor no es exactamente la hoja en blanco, es la hoja llena de verdades sin cocinar, como un vómito de turista lleno de trocitos de macarrones mezclados con la sangría. Llenar la hoja de palabras, poner en orden cuatro frases, es cuestión de oficio. No hay que tener muchas ideas para rellenar una hoja en blanco, es suficiente con un poco de memoria y de talento para la comedia. Cualquier buen mentiroso puede escribir un artículo sin mucho esfuerzo. Dicen que muy pronto la mayoría de escritores van a poder ser sustituídos por las máquinas. Lo que cuesta no es ordenar palabras, es conseguir que las palabras tengan una relación sanguínea con la realidad, compartir una experiencia de las cosas que sea lo bastante auténtica sin ser demasiado específica. Igual que el cuerpo puede reaccionar vomitando ante una escena muy cruda, a veces el escritor se queda en blanco. Se queda en blanco porque no encuentra la manera de sobreponerse a aislamiento, de explicar aquello que quiere sin que le parezca una broma, una mentira o una traición. A veces intuimos el infierno en un detalle y, de repente, sólo sabemos ver las llamas y nuestro mundo chamuscándose. A veces se nos lleva una ola y no sabemos volver. A veces comemos fuerte y se nos corta la digestión. Alguien dirá: escribe sobre cualquier otra cosa, hombre. Pero si fuera posible escribir sobre otra cosa todo eso sería una exageración y la hoja no quedaría nunca en blanco. Cuando no encuentras la manera de explicarte con un mínimo de firmeza y de serenidad, vale más dejarlo estar e irte a la playa a hacer un poco de small talk. El elefante de hoy de momento no pasa por el ojo de la aguja.