Si Rajoy se lo pudiera permitir no aseguraría con tanta vehemencia que el referéndum no se hará. Asimismo, si algunos líderes del independentismo encontraran la manera de dar marcha atrás no dirían con tanta seguridad que el 1 de octubre van a poner las urnas.

El miedo genera confusión y alimenta la rumorología. Si en Barcelona todavía se dice que el referéndum no se hará, en Madrid circula el rumor que Pedro Sánchez se prepara para sustituir a Rajoy en la Moncloa. Dicen que Sánchez quiere pactar una consulta de tres preguntas todavía más surrealista que el 9-N.

En Barcelona domina la mentalidad de esclavo de la gente que se piensa que la libertad necesita justificarse con razones y con culpas. Pero Madrid todavía no parece haberse dado cuenta de que cada vez que desprecia a Catalunya y la mezcla en sus luchas de poder toda España se va a hacer puñetas.

Como dice Salvador Sostres, el clima político tiene un perfume -un aire- de 1936. La diferencia es que esta vez las únicas víctimas de la guerra van a ser los partidos y los cargos de confianza, y quizás algunos periodistas que confunden el juicio y la moderación con fobias que ni siquiera son las suyas.

Los diarios tratan de trasladar la crispación a la calle, pero en la calle la gente está tremendamente tranquila, y no solo porque es agosto. Con Venezuela y las protestas de la CUP no hay ni siquiera para empezar, para poner en marcha una dinámica que pueda dejar Catalunya a cero, como en 1939.

La fijación que está en algunos entornos del procesismo de movilizar a la gente para reivindicar la celebración del referéndum -o su resultado, cuando se celebre- conviene demasiado a los creadores del relato de la kale borroka para no levantar sospechas. Para protestar, la gente tiene bastante con ir a votar o con seguir matando a base de indiferencia algunos diarios alarmistas.

En Catalunya siempre habrá gente que querrá vender el referéndum, o vender su resultado, o incluso vender la misma independencia, igual que en España siempre habrá gente que pedirá mano dura contra los catalanes, en nombre de la ley o de las glorias del ejército. Pero después resulta que también hay elecciones y que a los políticos no les gusta perder.

El mismo electoralismo que, durante tantos años, ha hecho imposible la celebración de un referéndum y que ahora mismo lo hace parecer tan complicado y épico es lo que justamente lo irá haciendo cada vez más conveniente y difícil de evitar. La gracia de la democracia es que solo resiste una dosis limitada de brutalidad y de cinismo. Incluso Rajoy y Ada Colau lo saben.

Si han salido adelante hasta ahora es porque la hipocresía y los fantasmas de sus adversarios les han dado mucho margen. Pero venimos de discursos muy gastados y estamos en un momento en que la visión de pocas personas que sean capaces de actuar y de pensar de forma honesta y relajada puede transformar la vida de mucha gente.