El africanismo es el atributo o calificación histórica que se ha dado al grupo de militares que hicieron su carrera profesional en las guerras de Marruecos, el primer tercio del siglo XX. En unos combates durísimos, con gran número de bajas, se forjó una especie de comunión castrense de fuertes vínculos personales y políticos. La creación de la Legión, a imitación de la Legión extranjera, o el papel preponderante de los militares africanistas en la rebelión de julio de 1936, esta ya con Franco al frente, constituyen unos acontecimientos bastante conocidos (y sufridos).

Uno de los rasgos de estos atributos era la extrema crudeza de los enfrentamientos bélicos, muy especialmente con los rifeños, que se resistían como podían al dominio colonial francés y español. Los cadáveres se contaban sin cesar en una guerra sin cuartel y no caracterizada precisamente por el respeto a las convenciones internacionales sobre los usos de la guerra.

En la mentalidad africanista la forma paradigmática de vencer al enemigo era aniquilarlo, destruirlo física y moralmente, sin ningún tipo de ahorro de fuerza y crueldad. Había que dejar bien claro de qué iba la cosa y quién mandaba. Verdad o mentira, de esta época sale el vergonzoso lema que el mejor moro es el moro muerto y toda la leyenda negra sobre las pícaras traiciones de los árabes, así los que habitaban su patria y no querían someterse al dominio y explotación extranjera. ¡Mira por dónde!

En la mentalidad africanista la forma paradigmática de vencer al enemigo era aniquilarlo, destruirlo físicamente y moralmente, sin ningún tipo de ahorro de fuerza y crueldad

Esta forma de ser la generalizó el franquismo en su política de tabula rasa bélica y de posguerra. Hoy se queda injertada en la genética del quehacer político de los personajes del conservadurismo español que son criticados por ser más bien poco evolucionados. Esta es una crítica fácil y superficial. Este sector no es nada torpe en su actuación política. Rajoy, pero no sólo él, es el paradigma. Hay que preguntarse: ¿de los opositores que sufría al inicio de su égida como líder del PP, cuántos le quedan no ya ahora sino desde hace una buena época? ¿Dónde están ahora? Si así se comportan con ellos mismos, qué trato esperan recibir el resto de los mortales: menosprecio y política de arrasar el contrario. Lo que se haga sin levantar la voz, no quiere decir que no se haga; es más: es llevado a cabo con más facilidad.

Sin la posibilidad de utilizar la fuerza pura, de forma en apariencia un poco más amable, se mantiene el mismo objetivo: aniquilar al contrario, y más si es disidente. Por eso se habla en círculos gubernamentales matritenses de ganar por diez a cero. Ahora el independentismo catalán, destrozado el vasco o dañado el PSOE —con importante colaboración interna— todavía no hace un año, todo lo empuja a repetir la jugada en Catalunya. No vale, no ya, el empate, ni siquiera una victoria ajustada o mínimamente clara, como sería un uno a cero de penalti y en el último minuto o un dos a cero. Diez a cero o nada.

Esta es la táctica que estamos viendo en Catalunya, desde el 2006. Descartado el diálogo, dado que es una muestra de debilidad inaceptable, se ha puesto en marcha una furibunda demostración de fuerza —el himno "a por ellos" es el botón de muestra— destinada a intentar acabar de una vez para siempre —vano intento, por otra parte, como demuestra la historia— con la Catalunya pacífica, pero contumaz en su rebeldía.

Así, fiscales actuando sin competencias o invadiendo las judiciales, despliegue de un cuerpo militar como es la Guardia Civil, cosa que ha producido no pocos incidentes en materia de derechos fundamentales de la persona, extremos que algún momento u otro hará falta depurar en instancias estatales o, posiblemente, supranacionales. Simultáneamente, se ha desarrollado una política de intervención por la puerta detrás de la Generalitat, desatando un silente 155 de la Constitución. Pero de debilidad, de diálogo (ni oficial ni oficioso ni subterráneo), nada. Ninguna debilidad es aceptable. Aniquilamiento, sólo aniquilamiento. Este es el plan y sólo este.

Es cínico sostener, como expresa y tácitamente se sostiene, que no hay que dar garantías por los derechos de los ciudadanos y de las instituciones que se consideran al margen de la ley: africanismo puro, ahora dicho marianismo

Viendo el estado de cosas se podría decir que es cínico esperar por parte de quien quebranta la legalidad que reciba el trato debido de la legalidad. Lo que es cínico es sostener, como expresa y tácitamente se sostiene, que no hay que dar garantías por los derechos de los ciudadanos y de las instituciones que se consideran al margen de la ley: africanismo puro, ahora dicho marianismo. Con todo lo que se puede, saltándose las reglas más elementales que constituyen la base jurídica del estado de derecho, los que blanden la bandera irreductible de la legalidad, la han tirado a la papelera de las ignominias.

Partiendo de que el referéndum no es delito ni lo es coadyuvar a su celebración (ambas conductas están despenalizadas), es torcer la ley y es forzar unos delitos de desobediencia meramente funcionales. Si el referéndum no es delito, no acatar la suspensión tampoco lo tiene que ser. Sin embargo, además del africanismo, se sufre el dicho de hecha la ley, hecha la trampa: el referéndum no es delito, pero se crea una desobediencia ad hoc, para que lo sea. De esta forma se quiere hacer caer el peso de una singular ley sobre las espaldas de particulares, partidos políticos, asociaciones, ayuntamientos, personas e instituciones que son ajenas a cualquier desobediencia, dado que no han recibido, como exigía hasta antes de todo eso la jurisprudencia, una orden personal, expresa y directa. Ahora la seguridad jurídica, pilar del estado de derecho, ha sido dinamitada: ahora, jurídicamente, nada es previsible, nada es seguro. Africanismo, ahora dicho marianismo: no hay cuartel.

Esta presión sobre particulares y ajenos a los procesos judiciales en marcha, para meterlos precisamente en las ruedas procesales va en paralelo a las diversas intervenciones sin base ni constitucionales ni legales de la Generalitat para paralizarla. Más africanismo, ahora dicho marianismo: hay que triturar el tuétano político de la Generalitat, pues no se puede bombardear Barcelona ni sembrar con sal los campos catalanes. En el fondo, como dijo un antiguo director general de RTVE cuando se puso en marcha TV3, esta debió tener una función antropológica, folclórica. Mientras los catalanes y sus instituciones se dediquen a los castells, a las sardanas, a las habaneras y a los concursos de perros pastores, es decir, con el tuétano hecho picadillo, todo iría bien. Y el marianismo, antaño dicho africanismo, reinaría sobre la piel de toro.