Ahora que el control de los medios de comunicación por parte de la clase política ha llegado a límites de auténtica asfixia y de intervencionismo enfermizo, es fantástico que TV3 haya apostado este año por una serie como Nit i dia, con una segunda temporada dedicada casi íntegramente al tema de la corrupción política. A muchos les debió de sorprender el capítulo final (aviso, spoilers!), en el que Víctor, un entrenador de boxeo con todos los tics de un crío del extrarradio, acaba matando a Martí Miró con una pistola para el ganado casi igual a la que este político (notoriamente esculpido como uno convergente de la vieja escuela y del 3%) había usado para deshacerse de Kevin, el hijo de Víctor, después de violarlo en compañía de unos salvajes. La noche anterior Víctor se había encarado al político investigado por corrupción que, saliendo de un restaurante de donde las protestas de la clientela lo habían obligado a marcharse, le había espetado, desafiante: "No seas ingenuo: los hombres como yo no vamos a la prisión."

Con este final, los creadores Lluís Arcarazo y Jordi Galceran han hecho realidad el sueño húmedo de todos aquellos ciudadanos que defienden la justicia del ojo por ojo. De hecho, Víctor solo había podido acceder a investigar la muerte de su hijo gracias a la ayuda de un policía retirado y de Sara, interpretada magistralmente por Clara Segura, una forense que se salta olímpicamente todas sus funciones con el fin de investigar lo que le interesa, unos casos que acostumbran a relacionarse con todos sus fantasmas psicológicos y los abusos que ella misma había sufrido de niña. El final de Nit i dia prefigura un universo donde la violencia es el único camino para mantener la paz social y donde los corruptos solo caen si la voluntad enfermiza de algunos individuos medio perturbados consigue tumbarlos. Pero diría que la serie también se puede leer como una cierta revancha generacional a partir de la cual los hijos de la transición consiguen matar a la figura paterna y sus traumas.

Tiene gracia que la realidad, uno de los espacios que contraprograma a menudo la ficción, haya hecho coincidir este episodio final con la muerte de Miguel Blesa, un suicidio del que muchos amantes de las teorías conspiratorias todavía dudan. Esta es una morbosidad que ha acompañado también el éxito de Las cloacas de Interior, un producto con el que Jaume Roures ha intentado desprestigiar el sotobosque del gobierno del PP, no para dar alas al independentismo, sino para acabar cantando aquella cancioncilla según la cual el problema de España es la derecha que desprestigia las estructuras del Estado. Pero la morbosidad que provoca la cloaca pestilente y las reacciones violentas contra la injusticia acostumbran a formar parte de todo lo que el sistema puede engullir para no cambiar mucho sus dinámicas: así lo expresa también el final de Nit i dia, en el que Víctor paga su venganza con la prisión, Sara continúa con las mismas sombras en los ojos y la justicia todavía vive bajo sospecha.

No sé si los guionistas de Nit i dia ya preparan la trama principal de la tercera temporada (¡sería una noticia excelente!), pero será interesantísimo ver cómo toda esta temática de la temeridad individual que se afana por llegar a la justicia colectiva se trata después del referéndum del 1-O. A medida que nos estamos acercando a la votación, es fácilmente comprobable como el españolismo intenta dibujar a los líderes independentistas como unos freaks temerarios que quieren tomarse la justicia por su cuenta, sacrificando así el bienestar de la población. A lo largo de la historia, todos los liberadores siempre han pasado por bufones o por chalados y, si el referéndum se aplica, los guionistas de Nit i dia tendrán trabajo para dotar de más glamur y menos autotortura a los justicieros, y todavía tendrán que sudar mucha más tinta para imaginarse corruptos que no caigan en el paradigma del alcalde convergente que ha vivido de puta madre con las corruptelas del autonomismo.

Si los líderes catalanes abandonan sus traumas de niñez, matan al padre y van al grano, en poco tiempo nuestros guionistas podrán escribir series como House of Cards, en las que digeriremos naturalmente el mal con una atracción casi irresistible y el poder político más cruento nos hará sonreír con aquiescencia. También para tener series de primer mundo, ya lo veis, valdrá la pena que seamos una tribu normal.