España, y Catalunya -bastante, bastante- pablean. Ayer, Pablo Iglesias volvió a besar en los labios a Xavier Domènech, como ya hiciera en el Congreso, para sorpresa general, en aquellas jornadas inaugurales de la legislatura-fiasco de 6 meses que acabó donde estamos: con el Rey convocando elecciones y Pedro Sánchez jurando que no lo volverá a hacer, que no habrá terceras. Es decir, que habrá Rajoy (o Soraya).

Esta vez, el beso de Pablo fue en Barcelona, en un míting en el passeig Lluís Companys, ante el Arc de Triomf, un espacio emblemático del independentismo, y ante Ada Colau y Mònica Oltra, las mediterráneas sin corredor en el programa electoral de Podemos para el 26-J, como contamos aquí  (aunque sí lo incluyan los de sus respectivas confluencias) En Podemos manda mucho el aragonés Echenique y toca resucitar el eje de Canfranc. He ahí la clave oculta del “olvido” de la magna obra cuya existencia desconocía el candidato de Podemos a la presidencia del Gobierno español por lo menos hasta mayo del 2015, cuando lo confesó en la radio a Jordi Basté.

Pablo se ha olvidado del corredor mediterráneo en el programa, como se olvidó de Domènech en el cartel electoral de figuras confluyentes del universo "podemita"

Pablo se ha olvidado del corredor mediterráneo en el programa (con la excepción murciana, rescatada por Errejón en una mañana de nervios en las redes), como se olvidó de Domènech en el cartel electoral de figuras confluyentes del universo "podemita", de planetas que orbitan alrededor suyo. El beso de Pablo a Xavi,  -candidato sólido, capaz de sortear la alargada sombra de Colau y, dicen las malas (o buenas lenguas) independentista convencido-  tenía algo de reparación, por ese motivo. Pero -me cuenta un observador muy directo de la escena- el ósculo resultó bastante más impostado, un punto más falsete, que el del Congreso. Más intenso, pero más preparado. Las comparaciones son odiosas pero la magnífica foto de Sergi Alcàzar en El Nacional en nada envidia a aquella icónica imagen del pico entre Honecker y  Brezhnev, en 1979, diez años antes de la caída del Muro.

Pablo va como un cohete en las encuestas. Y, de acuerdo con ellas y con el olfato, En Comú Podem volverá a ganar -y mucho mejor que el 20D- las elecciones generales en Catalunya. También las ganó Zapatero en el 2008 apuntalado por el récord histórico (25 diputados) que se anotó el PSC, entonces encabezado por la hoy exministre y excandidata Chacón. Pablo -y Xavi- nada tienen que temer por el olvido del corredor. Aquella última gran victoria socialista se forjó sobre los socavones del AVE, aquel desastre, quintaesencia del desastre perpetuo de las infraestructuras ferroviarias en Catalunya, el primer territorio peninsular, curiosamente, donde se construyó un camino de hierro y donde surgió la primera autopista del Estado casi siglo y medio después. Hay algo de "nuevo PSC", yo diría que mucho bastante, en la relación entre el podemismo y el colauismo y algunos síntomas de evolución (de mutación lenta, pero perceptible) del pablismo hacia un neozapaterismo en la relación con Catalunya. El beso de Pablo se parece demasiado a la sonrisa de Zapatero.

El referéndum es una promesa audaz que incluso va a procurar votos de la CUP al podemismo a través de la confluencia colauista, vasos comunicantes vía enmienda a la totalidad de los presupuestos

Los olvidos y las promesas. Ayer, claro, todos salieron a prometer -Errejón, Colau y Oltra- el corredor mediterráneo. También ha prometido Pablo un referéndum para que Catalunya se quede en España, y lo ha defendido en las “negociaciones” de la no-investidura, lo cual le honra ante mucha gente de buena fe, vayan a votarlo o no. Es una promesa audaz que incluso va a procurar al podemismo votos de la CUP a través de la confluencia colauista, vasos comunicantes via enmienda a la totalidad de los presupuestos Puigdemont-Junqueras.  Sin embargo, también Zapatero prometió que apoyaría el Estatut que aprobara el Parlament –“José Luis, no nos falles”, le dijo el president Montilla-, lo que sin duda contribuyó, con el permiso de Rajoy, a disparar el independentismo a cotas inéditas. Iglesias debería ir con cuidado sobre lo que promete en Catalunya.

El 27-S, lo pudo comprobar in situ Iglesias en la campaña de Sí Que Es Pot, el voto independentista se puso en el 48% y dejó en muy poco las expectativas del podemismo de colocarse como segunda fuerza en el tablero catalán. Cierto que eran tiempos de unidad en el soberanismo, muy distintos de los actuales, pese a que la cupdependencia ya se dejaba notar. El caso es que pese a la CUP, y no sólo a ella,  esto, o sea, el procés sigue. Seguirá mientras la gente quiera. Luego Podemos hace bien en resucitar el eje ferroviaro de Canfranc como conexión de reserva con Europa. Bien pudiera ser, como ya intuyeron hasta los del PP, que algun día realmente les haga mucha falta.