Albano-Dante Fachin, un argentino con un nombre de mucho cuidado, de los que ya no quedan, de Bahía Blanca, declaró ayer que el amado líder, Pablo Iglesias, le quiere echar de la misión regional catalana de Podemos por haberse declarado públicamente partidario del referéndum del primero de octubre. Pero he aquí que Pablo Echenique, otro argentino, pero en este caso rosarino, le replicó que dónde vas, que no, que no se enrolle porque nadie le ha pedido que lo deje y apeló campanudamente a respetar la verdad. La verdad. Es entonces cuando Juan Carlos Monedero, de Madrid, el gerente, el Bárcenas del adorado líder, intervino para decir que, efectivamente, nadie había pedido que Fachin abandonara la secretaría regional catalana pero que, llegados a este punto, manifestaba: “Muchos pensamos que Albano-Dante Fachin debería ser ser honesto y dejar la secretaría general de Podemos”. Se ve que, según él, el independentismo catalán debe ser un proyecto de cuatro privilegiados y que los que pueden, los poderosos, los de Podemos, vaya, deben priorizar “las luchas sociales” y actuar en consecuencia, es decir, ir a lo suyo. Como ustedes habrán comprobado, estos políticos que en su día nos prometieron que habían dado un paso al frente para “moralizar la vida pública” nunca dejan de adornar sus declaraciones con bonitas palabras, con divinas palabras sacadas de los libros de autoayuda. Como se parecen tanto a un cura de sermón diario, a un inquisidor pesado, a un exorcista con panavisión telúrica, presumen de buenas prácticas, de maneras correctísimas. Y hablan de la verdad, de la justicia, del amor, de la libertad, de la fraternidad, de la igualdad, de la tolerancia. Cuanto más grandilocuente es la palabra, mucho mejor. Y que no se me olvide, utilizan sistemáticamente ese repugnante anglicismo de la honestidad. Dicen que son honestos cuando quieren decir que son honrados. Mis abuelos, como los de todos ustedes, solo tenían por cierta la honestidad de la Virgen y no siempre. La honradez es otra cosa. El pueblo es honrado, la honradez dignifica al ser humano, etcétera, basta con consultar un diccionario. De modo que cuando oigo a un político que habla de honestidad me pongo inmediatamente la mano en la cartera.

Estas divinas palabras son las que utiliza la engañosa pulcritud del totalitarismo político. Son los buenos, los buenistas, los profesionales de la bondad. No echan a los enemigos políticos que, como todo el mundo sabe, están dentro de tu partido. No. Convocan una asamblea. No castigan, reeducan. No te mandan que te calles, te invitan a la reflexión. No practican el egoísmo de la clase intelectual, de la clase de niños de papá a la que pertenecen mayoritariamente, no. Se dedican a las “luchas sociales”, a las acciones simbólicas, al altruismo. El otro día, sin ir más lejos, los de la CUP, sus hermanos, llamaron al heroico hecho de poner pegamento en la cerradura de la puerta de un negocio como “lucha de clases”.

Este señor Monedero que reclama a los demás que sean honestos percibió hará más de un año o dos medio millón de euros del gobierno de Venezuela y, naturalmente, no lo declaró. El ministro Cristóbal Montoro, otro benefactor de la humanidad, no le multó. Será que entre buenas personas esto no lo hacen. No es honesto.