Pocas cosas me generan tanta repugnancia como la violencia machista, el abuso a menores y la tortura animal, por ser todas la representación más cobarde de la superioridad de la que se aprovechan siempre los agresores. Pocas, tanta impotencia como la impunidad con que se cometen determinados tipos de delitos en España, donde 390 mujeres denuncian un caso de violencia al día, y 130.000 animales domésticos son abandonados cada año. Pero ninguna me produce tanto asco como la celebración, bajo el auspicio de los poderes institucionales y la complicidad de los medios de comunicación, de una fiesta tan cruel, violenta, inmoral, insolidaria, machista, recalcitrante y antianimal como los Sanfermines de Pamplona. Por todo esto nunca iré a San Fermín:

  1. Porque el maltrato animal es el epicentro y principal reclamo de esta fiesta, en donde cada año mueren 48 toros y 6 novillos, que a lo largo de ocho días son perseguidos, golpeados, masacrados, apuñalados, despojados de cualquier dignidad, y finalmente asesinados, ante el júbilo del público que entre vítores, se emborracha a la sombra de un tendido. Asociaciones animalistas como PETA o AnimaNaturalis llevan años intentando conseguir un San Fermín sin sangre. Aida Gascón, directora de AnimaAnimalis España leyó el día del txupinazo un comunicado para recordar que, otro año más, los Gobiernos de España y de Navarra permitirán que los animales sean “perseguidos y conducidos por una multitud hasta la plaza de toros, la plaza de la vergüenza” llenando los últimos minutos de su vida “de sufrimiento y tortura”.
     
  2. Porque es la fiesta del incivismo, en donde se suceden las peleas callejeras, las batallas campales, la acumulación de basura y excrementos en las calles, la rotura del mobiliario urbano, la deshumanización del sexo en lugares públicos, y los robos con y sin violencia. Sólo el primer día de este 2017 habían sido detenidas ocho personas.
     
  3. Porque es una celebración sexista y peligrosa para la integridad física y emocional de las mujeres que cada año son acosadas, manoseadas, violadas y agredidas en una sucesión de delitos que muchas veces permanecen impunes dada la vulnerabilidad de las víctimas y la alta participación de extranjeras que desconocen los procedimientos legales para denunciar.

En la tarde del cuarto día de las fiestas del 2017, ya se habían denunciado siete casos de abusos sexuales y cuatro hombres habían sido arrestados por este motivo

Hace un año un grupo de cinco jóvenes sevillanos, autodenominados La Manada, violaron presuntamente a una joven madrileña de 18 años. Conviene recordar que uno de ellos era guardia civil y otro militar de profesión. En 2015, una chica de 19 años denunció una violación en un local de copas perpetrada por un hombre que la metió en un baño mientras sus amigos permanecían fuera riéndose con la hazaña. En 2011, se denunciaron hasta tres violaciones en bares y lugares nocturnos, siendo una de las víctimas menor de edad. En 2010, una reportera de TVE fue besada en directo mientras sus compañeros de estudio insinuaban que ella lo había provocado. En 2008, la enfermera Nagore Laffage, de 20 años, era asesinada por un compañero de trabajo con el que se negó a tener sexo en el piso de éste al regresar de las fiestas. Ocho años después del brutal crimen, que el asesino intentó ocultar abandonando el cuerpo de Nagore en varias bolsas de plástico, Diego Yllanes, psiquiatra de profesión, goza de un régimen de semilibertad y sólo tiene la obligación de presentarse a dormir en la cárcel. A pesar del dispositivo de especial vigilancia de este año, hace unos días una reportera de Espejo Público demostró con su móvil que resulta prácticamente imposible zafarse de los besos y de los tocamientos machistas de San Fermín. En la tarde del cuarto día de las fiestas del 2017, ya se habían denunciado siete casos de abusos sexuales y cuatro hombres habían sido arrestados por este motivo.

A la espera del juicio a La Manada, que muchas mujeres esperamos sea ejemplar, varios hombres entrevistados por la reportera de Espejo Público, participantes en San Fermín 2017, justificaban los abusos sexuales por la ropa y las actitudes de las víctimas.

Nunca iré a San Fermín porque en 2017, sólo un año después de la brutal violación de La Manada, varios canallas se paseaban por Pamplona con camisetas que representaban la figura de una mujer arrodillada practicando una felación y otros lucían chapas con el eslogan “chupa y calla”.

Legitimar institucionalmente la violencia como diversión genera patrones de conducta que se expanden en una espiral de actos violentos imposibles de controlar en todos los ámbitos. La violencia que buscan, sedientos, muchos de los que estos días acuden a San Fermín. Espero que algún día, más pronto que tarde, los que nos suceden acudan avergonzados a las hemerotecas y se pregunten ¿de verdad era necesaria tanta crueldad para divertirse?