Tenía 7 u 8 años cuando vi Demolition Man en la televisión por primera vez y el recuerdo de unas imágenes me dejó completamente traumatizada durante varios años. Era la escena en la que Sandra Bullock le colocaba a Sylvester Stallone un casco en la cabeza para follar, evitando así la posibilidad de cualquier contacto físico. En aquel entonces, yo ya había intuido por mis propios medios que los bebés se hacían dándose muchos besos y durmiendo desnudos y, desde luego, aquel casco y la actitud de los amantes incapacitaban cualquier posibilidad de besarse.

La película de ciencia ficción dibujaba un futuro ambientado en el año 2032, y es una de las muchas secuelas herederas de la novela Un Mundo Feliz publicada en el año 1932. Los ejemplos en la literatura y en el cine de futuros distópicos en donde las máquinas han sustituido a las personas para tener sexo, erotizarse o amar son incontables. Una de las últimas –más que recomendable- es Ex Machina, protagonizada por una sexy androide que seduce y enamora a un hombre. Pero los androides folladores ya no son ciencia ficción. Están disponibles en el mercado, se venden a precios que oscilan entre los 5.000 y los 10.000 euros, y el científico futurista Ian Person ha previsto que para dentro de 30 años la cantidad de robots sexuales alcanzará tal calibre que hará que follar con seres humanos será una práctica de salvajes dispuestos a intercambiar fluidos mientras los bebés se fabrican en criaderos de la City londinense.

De momento, el visionado del porno se ha convertido en una plaga de proporciones bíblicas –aprovecho para apuntar mi nula influencia religiosa antiporno- y la adicción al mismo tiene consideraciones médicas semejantes a las del enganche a las drogas. El actor Terry Crews es uno de los muchos hombres –y algunas mujeres- que confesaron públicamente los estragos de su adicción no sólo en su relación de pareja, sino en su vida cotidiana.

Los androides folladores ya no son ciencia ficción. Están disponibles en el mercado y se venden a precios que oscilan entre los 5.000 y los 10.000 euros

Y es que cualquier previsión catastrofista dibujada por Giovanni Sartori a finales de los años 90 en su libro Homo Videns, la sociedad teledirigida ya ha sido ampliamente superada por la realidad de los nativos digitales. Los niños de ahora no sólo nacen con pantallas y ven pantallas antes de aprender a leer, escribir o entender nada de lo que les rodea, sino que las pantallas son también su primera forma de comunicación y de relación afectivo-sexual. Las estadísticas dicen que cada vez se inician antes en el consumo del porno (alrededor de los 12 años) y también, que necesitan más porno (en cantidad y brutalidad) para excitarse. La intolerancia al aburrimiento y a la frustración, y la fragmentación de la atención ha convertido la pornografía en la nueva esclavitud de lo inmediato. Las consecuencias en la conducta sexual de niños y adolescentes refieren problemas típicos de señores de cierta edad, como disfunción eréctil, actitudes de dominación hacia la mujer, o falta de deseo fuera del mundo virtual.

La industria pornográfica es un gigante que domina gran parte de las finanzas y cuyos datos de facturación fluctúan según las fuentes. Hace más de una década que los beneficios del porno superaron a los del cine convencional, considerando el porno cine y el pulpo animal de compañía. Pornhub, uno de los principales portales del mundo, recibe 40 millones de visitas al día, más de las mitad desde los teléfonos móviles, y uno de cada tres usuarios tienen entre 18 y 24 años. El tiempo medio de visita en una página es de 8 minutos, tiempo suficiente para que los usuarios vean, de media, fragmentos de 7,2 videos. Normal que luego piensen que las mujeres tardamos en corrernos.

Si algo anula el porno es la capacidad de abstracción, la principal característica de la inteligencia humana, que nos diferencia del resto de los animales

Si algo anula el porno es la capacidad de abstracción, la principal característica de la inteligencia humana, que nos diferencia del resto de los animales. Un milagro en la naturaleza que la humanidad alcanzó gracias al desarrollo de la escritura y de las matemáticas y que nos dio el título, como especie, de homo sapiens. Los conceptos de belleza, de orden, el miedo a la muerte, la fe, la religión, la filosofía, o la propia erótica no serían posibles sin nuestra capacidad de abstraernos para pensar más allá de lo tangible, de la comida de hoy, o de la paja inducida vía sonda delante de una luminosa pantalla que lejos de crear fantasías, las destruye. Está demostrado que el exceso de porno nos está volviendo tontos. Lo dice un reciente estudio del Centro de Psicología del Ciclo Vital de Berlín, que demostró que el consumo excesivo de porno reducía las zonas del cerebro relacionadas con el aprendizaje y que afectaba al volumen de materia gris.

El porno, como el tabaco, no sería tan dañino si se consumiese con cierta moderación, pero la realidad es que de momento la gente no saca el portátil para masturbarse en la terraza de al lado, así que es difícil detectar socialmente cuándo a alguien se le está yendo la mano, y parte del prepucio. Hacedme caso: Torbe afecta a tu salud más que la nicotina.