Cuando las feministas norteamericanas de los años sesenta pusieron de moda el eslogan “lo personal es político” estaban revelándose contra todos los hombres –incluidos los que se integraban en grupos de izquierda– que se burlaban de los problemas femeninos por considerarlos poco relevantes para la esfera pública. Muchas mujeres se agruparon entonces en el Women's Liberation Movement y en la National Organization for Women (NOW) y se dieron cuenta de que todas ellas compartían los mismos problemas: habían sido instruidas en el matrimonio y en el cuidado de la familia, sus carreras profesionales eran secundarias, sus sueldos mucho más pequeños, y sus cuerpos seguían siendo el recipiente en donde otros depositaban, con más o menos tino, sus ansias de reproducción y vaciado de esperma. Los grupos de mujeres presionaron a las administraciones hasta conseguir el control sobre su sexualidad, medidas anticonceptivas que no dependiesen de los hombres y el derecho al aborto. Compartiendo sus experiencias, y difundiéndolas, consiguieron que lo personal fuese político.

En algunos estados de Norteamérica, es también donde se empezaron a hacer populares desde finales de los años ochenta los contratos de maternidad subrogada, popularmente conocidos como “vientres de alquiler”. Una opción legal que permitía –y permite– a parejas adineradas alquilar el útero (y a veces los óvulos) de mujeres pobres para cumplir sus deseos de ser padres. Las mujeres volvieron a ser vasijas en donde otros depositaban sus ilusiones y cierto aire de superioridad moral previo pago del feto que crecía en el interior de otra. Parejas de todo el mundo escogen hoy esta vía para conseguir a madres gestantes a través de catálogos casi pornográficos en donde se anuncian razas, excelentes antecedentes médicos, nivel educativo o éxito de la gestante en experiencias previas. Mientras pedimos a los niños que adopten a perros abandonados, les decimos a los mayores que compren niños a la carta.

Las mujeres tenemos que entender que la maternidad no es un derecho

A pesar del impacto físico y emocional de un embarazo, la primera norma de estos procedimientos es que las gestantes no pueden arrepentirse. Vigiladas durante todo el embarazo como esclavas con la cadena al tobillo, son obligadas a firmar contratos en donde renuncian de por vida a sus derechos como madres, y pierden cualquier capacidad de decisión sobre su propio embarazo y parto. Después de separar a la madre gestante, que a veces es también la madre biológica, de su hijo (normalmente en la plena sala de partos) los felices padres se llevan a su precioso bebé a casa. Hay agencias que devuelven todo, o parte del dinero, si el niño fallece en el parto o en los primeros meses. La vida de la gestante pierde cualquier valor en el momento en que no sirve para su cometido.

En España, la maternidad subrogada está prohibida por ley y los hijos son siempre de la madre que da a luz. Según el artículo 10.1 de la Ley 14/2006 de 26 de mayo, sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida, “será nulo de pleno derecho el contrato por el que se convenga la gestación, con o sin precio, a cargo de una mujer que renuncia a la filiación materna a favor del contratante o de un tercero”. Pero las agencias de subrogación internacionales intentan captar clientes asegurándoles una filiación en el Estado español con arriesgadas soluciones que pasan en algunos casos porque el padre de intención –siempre que sea el padre biológico también–, adopte al niño en el lugar de gestación previa renuncia de la gestante y, una vez en España, su pareja pueda adoptar también. Algo completamente evitable en el caso de la adopción. Imaginen un conflicto de pareja que deje a una de las partes –la madre de intención– sin ningún derecho de filiación. Una mujer soltera o una pareja lesbiana en un país en donde no se otorgue la maternidad por sentencia judicial lo tiene mucho más complicado y puede quedarse sin su “hijo” al final del proceso.

Las mujeres tenemos que entender que la maternidad no es un derecho. Derecho es la vida digna, derecho es no tener que recurrir a utilizar tu cuerpo como incubadora de los hijos de otros, derecho es que no te separen de tu bebé en cuanto acabas de parir. Derecho es decidir sobre tu cuerpo, tu embarazo y tu parto. Derecho es poder arrepentirte si un día te enamoras de lo que llevas dentro. Derecho es tener un trabajo y un sueldo digno que te asegure una buena calidad de vida para ti y tus hijos. Cuando las personas ricas participan en la compra del cuerpo de una mujer pobre para satisfacer sus anhelos paternales, están traspasando los límites de lo personal y entrando en el pedregoso terreno de lo político, convirtiendo a la gestante en una máquina más del sistema y al fruto de su vientre en el producto más obsceno del capitalismo.