En un scroll habitual por los mentideros de internet me topé con el palabro “mal folladas” para referirse a las mujeres que estas semanas están denunciando en torva los casos de acoso y abuso a los que las sometieron afamados señores de la industria del cine. Estaba claro que no iba a tardar en llegar la desconfianza habitual hacia las mujeres que se atreven a desafiar las poderosas estructuras del sistema patriarcal que dominan cada espacio del aire que respiramos. Se les pregunta a ellas ¿por qué ahora? en lugar de preguntarles a ellos ¿por qué lo hicisteis? cuando vivimos en una cultura de absoluta tolerancia hacia el acoso sexual que ha perpetuado la normalización del mismo a unos niveles tales que muchas mujeres no se atreven a denunciar por las represalias o los juicios sociales y muchas se culpan por ello. Pocos entienden que para asumir una violación se necesitan muchas veces años y distancia, comprensión y un entorno social favorable. Reconocerse víctima es tan duro, que muchas nunca lo hacen. El acoso sexual se convirtió en el peaje a pagar para conseguir papeles en Hollywood y, la extorsión, el castigo habitual hacia las mujeres que osaban desafiarlo. Y las llaman mal folladas. A Angelina Jolie, a Rosanna Arquette, a Gwyneth Paltrow, a Lena Headey. A mujeres que pueden follar con el suave aleteo de sus pestañas. Permítanme que me escandalice. 

Sabedores de las violaciones y forzamientos de Harvey Weinstein a más de sesenta mujeres, de la pederastia reconocida de Kevin Spacey y de las pajas al sol de Louis C.K., se llora Miramax, se llora House of cards y se llora Louie como insustituibles pérdidas de genialidad. Cada día llueven los artículos de cinéfilos defendiendo la obra de los abusadores, como si la violencia ejercida fuese un mal menor por disfrutar de semejantes maravillas audiovisuales. Conviene apuntar que son precisamente estas prácticas sobre las que se ha cimentado la “genialidad” de muchos. Las prácticas que permitían violar, forzar y abusar cuando fuese necesario. Las prácticas que engordaban el ego a base de sacarse la polla delante de tu compañera de habitación, las prácticas que definían el perfecto límite entre quién estaba encima y quién debajo. Quién la sacaba y quién la chupaba. Trasladen la empatía de algunos cinéfilos al comportamiento indecente y violento de sus actores, directores o productores preferidos, a esos compañeros de trabajo que se callan la boquita cuando otro, sobre todo si es un superior, acosa a su compañera. El éxito se ha alimentado tradicionalmente sobre el abuso de poder.

Todos los talentos que el arte ha perdido por culpa de los mal follados, los señores que aprovechando su posición de privilegio han violado, forzado y abusado durante décadas de sus compañeras

Nadie parece reparar en el talento perdido de todas las mujeres que tuvieron que dejar sus carreras destrozadas física y emocionalmente, las que se vieron obligadas a vivir con el hostigamiento y las vejaciones constantes, las que cayeron enfermas, o víctimas de adicciones para soportar los atropellos, las que convivieron décadas con la vergüenza y la culpa. Todos los talentos que el arte ha perdido por culpa de los mal follados. Los señores que aprovechando su posición de privilegio han violado, forzado y abusado durante décadas de sus compañeras. Los señores que las han ridiculizado, les han robado ideas y las han amenazado, mientras defendían nobles causas en pantalla gigante.  

Hasta hace tres días Louis C.K. era mi cómico preferido. Me gustaba su irreverencia, su falta de límites en el humor, su tono deprimente y la pose de eterno perdedor, sus penosas historias de padre separado. Me gustaban sus monólogos, sus series y sus textos, y lo he visto y recomendado hasta la saciedad. Tanto, que me sé muchos de sus gags de memoria. Pero Louis C.K., igual que muchos otros, se ha convertido en una farsa. El encantador vecino que ayuda a las ancianas con la compra y cuando llega a casa, pega a su mujer. Un mal follado que no perdió la oportunidad de hacer gala de su poder en la habitación del hotel, mientras recibía ovaciones en los teatros. Me conozco la historia.

Sepan ustedes que son muchas más las mujeres que han callado los abusos machistas que las que los han denunciado. Acostumbrados a la docilidad femenina, es hora de que algunos vayan poniendo sus barbas a remojo. Nos siguen sobrando mal follados.