El año pasado durante una presentación de mi libro en una librería feminista de Santiago de Compostela que estaba a rebosar de universitarias, una mujer de unos 50 irrumpió al fondo, entre las risas, para reprenderme por hacer cachondeo con el feminismo. Creo que yo estaba hablando de la importancia de la sororidad al tiempo que usaba mi fina ironía para aclarar que desear el BIEN para todas las mujeres y la HERMANDAD con el mayor número de ellas, no evitaba que nos cayesen mal algunas señoras. Supongo que dije que era completamente compatible con el feminismo sentir cierta aversión hacia las exs de la pareja o hacia las parejas de los/las exs y que, de hecho, el feminismo nos brindaba las herramientas para disimular con la mayor dignidad posible. Supongo que eso fue lo que hizo gracia al montón de veinteañeras que estaban en la presentación partiéndose de risa. Y supongo también que la broma ofendió muchísimo a la más feminista de la clase que tuvo la feliz idea de boicotear la presentación. Cuando terminó el rapapolvo por mi falta de seriedad para con el feminismo (criticando un libro que reconoció no haberse leído) simplemente le contesté: “gracias por la sororidad, compañera”.

Hace unos días Raquel Córcoles, más conocida como Moderna de Pueblo, probablemente la ilustradora más popular de España, escribió un post criticando sus ilustraciones MÁS MACHISTAS. Este harakiri público se debía a la gran cantidad de críticas que Moderna había recibido por algunos de sus trabajos. Me sorprendió que se arrepintiese de haber publicado algunos que a mí me habían hecho muchísima gracia. Por ejemplo, aquel en el que hacía burla de los chochorts, una prenda absolutamente ridícula hecha por el patriarcado para hacernos sentir como animales enjaulados. Una prenda que debería estar prohibida para menores de 16 y para mayores de 18 años. O aquella otra, mucho más incorrecta, en la que un chico aparecía asesinado después de no haber hecho el regalo de San Valentín a su novia porque ella le había dicho que no quería nada, y que me recordó demasiado a cuando mi pareja apareció con una bandeja de berberechos el 14 de febrero: “porque eres feminista y sé que te molestaría que te hiciese un regalo”. O yo la interpreté mal, o aquella ilustración se estaba riendo precisamente de nuestras expectativas sobre el amor romántico. ¿Y sabéis por qué tenía gracia? Porque las mujeres no matamos a nuestros novios.

Me gustan las mujeres que hacen reír. Me gusta Moderna de Pueblo, me gusta Isa Calderón Peces-Barba, me gusta Ana Morgades, me gusta la Vecina Rubia, me gusta Diana Aller, me gusta Patricia Sornosa, me gusta Malena Pichot, me gusta Amy Schummer, me gusta Ellen Degeneres. Y, con todos sus defectos, si no hubiesen existido Caitlin Moran y Girls, probablemente yo no me habría planteado hacer una obra de teatro, un libro y un cortometraje feminista. Sus relatos me ofrecían realidades que no me había proporcionado el contacto con el activismo del que ya formaba parte desde el año 2013. Un relato liberador en que las mujeres se masturban delante de  su hermano pequeño, odian su cuerpo, tienen trastornos alimentarios, hacen el ridículo por un tío (o por varios), se enfadan con sus amigas y son capaces de enrollarse con alguien el día en que tienen una cita para ir a abortar. Mujeres que cometen errores. Del mismo modo, que me gusta Fleabag y me alucina Better Things, series que fulminan el test de Bechdel y que aún así no tienen complejos en mostrar a mujeres que odian secretamente a una hermana o una amiga porque es más guapa, o a madres perfectas capaces de ignorar un ratito a sus hijas para enviar una foto de sus tetas a un amante. Necesito a todas esas mujeres y ninguna me sobra, porque estoy harta de que los hombres nos digan cómo, cuándo y por qué nos tenemos que reír.

Las feministas no somos mujeres perfectas. Al menos yo no. Mi vida social, sexual, sentimental y laboral está llena de incoherencias. Y necesito reírme de ello. A veces coqueteo y me sexualizo conscientemente. Siendo muy feminista he hecho el idiota por un tío, he tratado fatal a más de una mujer (sobre todo a mi madre) y he transigido en millones de situaciones por no dar la nota o por puro hastío. Uso calificativos que dichos por otra persona podrían considerarse patriarcales para referirme a mis mejores amigas, como “zorra” y “perra”, porque confío en el sentido de humor de mis receptoras. Sufro cuando mis amigas me van a contar un cotilleo y empiezan el relato con un “aunque tú seas feminista…” o “tápate los oídos” y no siempre tengo la respuesta para todo lo que les ocurre. Y sufro mucho, muchísimo, por cosas bobas, y también necesito que otras mujeres me consuelen. El otro día una de mis mejores amigas dejó a su chico en casa y vino a dormir conmigo porque estaba triste. Y ni siquiera intentó follarme. ¿No es eso sororidad?

Si quieres ser feliz hazte blogger de moda, porque al menos si un día cometes un error con el look nadie se atreverá a decirte que follas poco o que te faltan diecisiete manuales por leer

Entiendo a Moderna. Confieso que fueron innumerables las ocasiones en que después de leer muchos comentarios a artículos o entrevistas he tenido la tentación de dejar de escribir. La mitad de las veces que publico me genera una gran ansiedad. De hecho, mi vida es un ataque de ansiedad permanente. Aunque estoy segura que a día de hoy no escribiría las cosas que publiqué en 2012, reconozco que la vida era mucho más fácil entonces. A veces echo de menos a esa tonta feliz que no se cuestionaba nada porque cuando “ese mal sin nombre” caló en mí y publiqué mi primer artículo feminista no tenía ni idea de la responsabilidad que aquello suponía. Siempre he dicho que era feminista porque me hacía feliz, pero desde luego no es la forma más fácil, ni la más rápida de ser feliz. Si quieres ser feliz hazte blogger de moda, porque al menos si un día cometes un error con el look nadie se atreverá a decirte que follas poco o que te faltan diecisiete manuales por leer.

Si después de revisar críticamente mi vida entera, de cagarme pública y privadamente en la violencia machista, en la brecha salarial, en los techos de cristal, en el reparto desigual de las tareas del hogar, en los puteros y en los proxenetas, en los violadores y los acosadores, en los de la gestación subrogada y en la violencia obstétrica, en los que hacen mansplaining y manspreading, no me puedo reír yo de los chochorts, de la rubiez de mi amiga y de las ganas que tengo de matar a mi pareja por regalarme unos berberechos el día San Valentín, me bajo de la vida.

Despatriarcalizarse también es entender que no hay nada menos feminista que cargar con la culpa constantemente. Y que aunque ser feminista sea una mierda, no hay nada peor que un mundo sin feminismo.