No puedo. No puedo con el vídeo del Salón Erótico de Barcelona. No entiendo el mensaje ni entiendo cómo personas supuestamente progres lo comparten satisfechos de apoyar a una industria que maltrata a las mujeres desde el momento mismo de la consecución de las actrices (muchas, víctimas de trata o directamente arrancadas de prostíbulos) pasando por el guión (si lo hubiere), a la puesta en escena brutal, misógina, cosificadora y denigrante y su posterior difusión masiva para deleite de los hombres que forjan en el porno una conciencia machista basada en la violencia y la dominación del cuerpo de la mujer. Y sobre todo, no entiendo ese intento tan repugnante de relacionar el porno con el toreo, la iglesia o los corruptos. O sí, igual lo entiendo. 

El Salón Erótico de Barcelona no tiene nada de erótico. La erótica es la pasión amorosa humana y la sensualidad basada en el deseo mutuo de las personas. La erótica seduce y excita clamando a la imaginación. La erótica empalma sin necesidad de asistir al espectáculo bochornoso de una cámara metida dentro de un ano dilatado mientras una mujer llora. La pornografía representa etimológicamente la unión de las palabras griegas porne (prostituta) y grafía (descripción gráfica, en este caso, de la prostitución). Apricots, patrocinador de tal evento, lo deja claro en su Twitter: “Queremos ser tu marca oficial de puterío”. Y desde su web y la defensa de una “prostitución ética” señalan su lema identitario: “Queremos darte lo mejor de tener novia (o sea, follártela como te dé la gana que para eso la pagas) sin lo peor de tener novia (o sea, aguantar a una mujer, cuya única función positiva es follártela como te dé la gana). Eso ofrece, y lleva ofreciendo desde hace años, el Salón Erótico de Barcelona. Un salón en donde hicieron negocios, entre otros, grandes hombres de la industria como Torbe, en prisión preventiva por trata de blancas y abuso de menores. En este paraíso de la misoginia se suceden una serie de espectáculos pornográficos en directo en donde la deshumanización del sexo y de la mujer es contemplada por cientos de cámaras que sujetan, babeantes, señores de mediana edad. Carne fresca y olor a coño por el precio de una entrada. Incluso existen shows en que los espectadores se pueden follar a una actriz en directo.

La pornografía, a mi entender, poco tiene de feminista. Es otra cosa. 

Tampoco entiendo a Amarna Miller, una actriz porno declarada feminista y convertida por muchos (mayormente tíos que sí, Amarna, que se pajean con tus vídeos) en una ídolo de la liberación sexual femenina. Ella misma declaró en una entrevista sobre el salón lo siguiente: “Fui al Salón Erótico de Barcelona en octubre y decidí no ir como actriz invitada, porque no me gusta hacer shows en público, no me gusta mucho el ambiente, así que fui como espectadora. (...) Era un rollo sórdido, pero sórdido al estilo Salsa Rosa”. Pero Amarna Miller ha cambiado de idea y este año se ha convertido en la imagen de dicho evento, lo defiende a ultranza y, por supuesto, ya ha hecho su show en directo. Porque Amarna se gana la vida follando por dinero, y es, con todas las de la ley, una prostituta del audiovisual. Y si el feminismo se basa en la igualdad, la libertad sexual femenina no condicionada y mucho menos por dinero, la destrucción del patriarcado y de la masculinidad hegemónica dominante, la pornografía, a mi entender, poco tiene de feminista. Es otra cosa. Legítima, para quienes como Amarna opinan que en esta sociedad todo es susceptible de ser vendido y comprado, hasta nuestra sexualidad. Amarna ha dicho mil veces que el porno mainstream es heteropatriarcal y heteronormativo pero contribuye, desde esa posición privilegiada de pornostar (espero que bien pagada), a alimentar el machismo. Esto dijo ella sobre su trabajo: “Sin ir más lejos, el otro día en Budapest rodaba una escena para Mofos, que es una compañía americana, también del grupo de Manwin, y en la historia yo soy una mendiga que está pidiendo por la calle, y de repente viene un tío con la cámara en mano y me ofrece dinero para que le haga una mamada. Lo hago, y me acaba pagando más dinero para que vayamos a su casa para que me acueste con él”. Ella se declara feminista y, sin embargo, hace el mismo porno que critica, para pajas de hombres que pagan (lo hagan directamente o no, como consumidores generan una demanda) por sexo. Yo no sé si su discurso se puede tachar de hipócrita o siquiera de machista, pero desde luego, no es muy coherente. 

Porque los que ven porno pagan por negras, pagan por tetudas, pagan por adolescentes asiáticas, pagan por universitarias, pagan por embarazadas y pagan por “denigrar”, “humillar” y “violar” a las mujeres. Y cada vez que alguien busca estas categorías habrá un explotador buscando a chinas, negras y embarazadas para ser denigradas, humilladas y violadas delante de las cámaras, como recordó Ran Gavrieli, un hombre, en su maravillosa charla "Why I stopped watching porn". El porno no es blando, no es inocente. El porno es el sucedáneo de la prostitución. Es el puterío a domicilio.

El porno no es blando, no es inocente. El porno es el sucedáneo de la prostitución. Es el puterío a domicilio.

Mucho menos entiendo a Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, autoproclamados líderes chupiprogres del neocomunismo y el populismo barato que comparten un vídeo patrocinado por una empresa de prostitución cuando saben o debieran saber que entre los entresijos de la pornografía se cuece dinero negro, trata de seres humanos y capitalismo salvaje y controlador de conciencias que ellos se empeñan en liberar. Supongo que, como Amarna, negarán también la trata de blancas en el sector, y contradecirán a muchas mujeres que aseguran haber sido víctimas de un negocio tan dantesco como incontrolable. A no ser, como dice Pilar Aguilar Carrasco, que Amarna, Pablo e Íñigo crean que las negras y las rumanas son putas vocacionales. 

¿De verdad es esto el respeto a la libertad? Libertad es poder abortar, es cobrar lo mismo, es ser respetada como ser humano, es escoger a tus parejas sexuales, es disfrutar del sexo. Lo otro es esclavitud. Es acoso sexual remunerado. O, como no podemos contra nuestro enemigo –el patriarcado–, unámonos a él y mostrémonos complacientes, afortunadas y generosas por poder abrir la boca y decir que nos encanta follar. 

Pero es que además de todo esto, el porno aburre. Y no hay nada menos artístico que el porno. Su grosería aburre. Su falsa excitación aburre. Es tan deshonesto que me aburre. Porque al porno se llega por aburrimiento. Y aburrida he llegado yo también al porno. Aburrida por no pensar, por no fantasear, por no ejercer el trabajo de la excitación. Paja rápida. Cerrar la tapa del ordenador. Borrar el historial. Adiós a echar un polvo de verdad. Aunque sea con uno mismo. Y después de consumirlo os juro que no me he sentido más empoderada, ni más libre, ni por supuesto más sexual. Me he sentido mal. Como mujer, he llegado a pensar muchas veces en cómo se sentirá una actriz después de someterse a ciertas prácticas, a las que yo jamás me sometería y a ser filmada. A arrastrar las secuelas físicas y emocionales de toda esa basura por dinero, tantas veces usado como el adalid de la libertad. He pensado en la idea de ser consumida vorazmente, toda la vida. Porque en el porno forja su éxito en la discriminación sexual de la mujer, sometida y comprada mil millones de veces. El porno legitima la violencia contra las mujeres porque, supuestamente, es consentida. Aunque, como sabemos, casi nunca lo sea. 

Paja rápida. Cerrar la tapa del ordenador. Borrar el historial. Adiós a echar un polvo de verdad. 

Como dijo Gabriel Núñez en su artículo "El porno feroz". “El mundo, pues, ya es pornográfico. La vida es pornográfica. (…) En el deformado nombre de la libertad de expresión y en el manipulado anhelo de la libertad sexual se cometen delitos constantes que conforman una propaganda universal respecto a la manera de entender (y practicar) el sexo. Se cometen delitos que se graban y se exponen y se venden con esa coartada sexual, con esa patente de corso del sexo, con esa protección garantizada por la inmunidad de la pornografía”.

Me alegro de que Amarna sea feliz con su trabajo, me alegro por sus condiciones justas, y me alegro también de que se sienta realizada sexualmente. Me alegro –mucho– de que Amarna tenga voz y la use para decir que el porno es machista. Por eso mismo no hace falta defenderlo ni publicitarlo más. Eso, sinceramente, me entristece.