Dice la periodista y ensayista americana Sarah Nicole Prickett que los medios de comunicación y la ficción, con sus constantes referencias a historias sobre violencia, fantasías masculinas y violaciones ayudan a encumbrar una “cultura de la polla” que lo invade todo. Más allá de la cultura de la violación y de la cultura del violador, la cultura de la polla es totalitaria y hace referencia a ese “orgullo desorbitado que sienten los hombres de poseer y hacer uso de su polla”. Por eso algunos son capaces de grabar y compartir los delitos que cometen con ella.

La cultura de la polla se perpetúa constantemente en nuestros espacios privados y públicos con gran aceptación, bajo el axioma universal de que la polla (las pollas) es un sujeto independiente con sensibilidades y necesidades propias y hasta derechos y privilegios propios de los individuos pensantes.

Un buen ejemplo de esta bonita manifestación cultural es el manspreading o despatarre. Una arraigada práctica masculina que consiste en abrir las piernas en el transporte público invadiendo el espacio del pasajero o pasajeros de al lado, normalmente una mujer, que junta sus piernas para compensar esta necesidad de centímetros que tienen algunas pollas y sus respectivos acompañantes/testículos. Si estás al lado, lo normal es sentir las rodillas y muslos masculinos rozando los tuyos y si estás enfrente, bienvenida a la visión privilegiada y panorámica de sus atributos puestos en bandeja. Más de una hemos viajado en metro, tren o avión haciendo malabares para zafarnos de la carne de macho empeñada en ocupar espacio ajeno. Además de una falta de decoro y de mala educación, el manspreading implica también violencia simbólica. Te hace pequeña mientras ellos se hacen grandes. Te reduce y te incomoda. Yo he llegado a cambiarme de asiento. La polla manda.

Por eso, un grupo de mujeres usuarias del transporte de Madrid decidieron hacer algo para acabar con el manspreading. A través de una campaña en Change.org pidieron al Ayuntamiento que pusiese carteles señalando la prohibición de espatarrarse en el transporte público como se hace ya en otros países como Estados Unidos o Japón, porque preservar una temperatura óptima de los testículos no es una preocupación exclusiva de los varones españoles. La temperatura fue el argumento que algunos usaron estos días para justificar la elasticidad de sus aductores. Sin embargo, la relación entre abrir las piernas y ayudar a la pervivencia del esperma es una idiotez que se encargó de desmentir el biólogo Rafa de la Rosa en este hilo de Twitter.

La EMT (empresa municipal de transportes) ha anunciado ya la ampliación de su señalización en autobuses para prohibir el manspreading.  

Tres violaciones denunciadas al día en España dan una pequeña idea de que conceder demasiados privilegios a las pollas no hace más que alimentar el machismo y la violencia real

Pero la cultura de la polla no se queda en el espatarre. Habitual es la imagen del macho español sacando su pirulí a pasear a altas horas de la madrugada en cualquier calle, parque o jardín público. Salir de un bar e ir esquivando ejércitos de pollas que se congregan en los aledaños es algo que las mujeres tenemos que hacer porque muchos hombres tienen una natural predisposición para incumplir las normas de civismo en nombre de su santa polla. Obviando la guarrada padre que es mear en la calle, os aseguro que no es agradable regresar a casa y toparte a dos señores con la chorra fuera delante tu portal.

También están los que se meten la mano por dentro del pantalón hasta rascarse la próstata en cualquier lugar y situación con otras personas delante porque sí, porque se les ha subido el calzoncillo, o porque les pica y no van a desplazarse a un lugar íntimo a aliviar su quemazón. Nosotras que somos las de los salvaslips, compresas y tampones, las de la ropa interior de licra y encaje, las medias, las faldas y los leggins, nosotras que sufrimos candidiasis vaginal y destrozos del suelo pélvico tras el parto, nos cortaríamos las manos antes de meterlas dentro de nuestras bragas en público. Un pene soberano tiene derechos que los humildes chochos jamás entenderemos.

La cultura de la polla va mucho más allá de la violencia simbólica, del chiste, de la mala educación. Tres violaciones denunciadas al día en España dan una pequeña idea de que conceder demasiados privilegios a las pollas no hace más que alimentar el machismo y la violencia real. El espatarre, la meada en la calle, la foto de la polla sin que te la hayamos pedido, que te rocen con el pene mientras te pides una copa, o en un concierto, y las webs que promueven posturas para violaciones en pareja para “cuando él quiere y tú no”, forman parte de esta hipermasculinización cultural en la que crecen niños dispuestos a hacer lo que les salga de la polla.  

¿Os imagináis rodeados de mujeres bien abiertas de piernas marcando labios vaginales mientras hacéis el trayecto Sol-Tribunal antes de ir al trabajo? ¿O una hilera de señoritas bien educadas con las bragas bajadas delante de la puerta de la discoteca mientras saltáis charcos de orín para cambiar de bar? ¿Notar la forma exacta de un coño en tu espalda mientras vacías tranquilamente tu botella de tónica? Serían unas ordinarias y unas putas y, tal vez, merecerían ser violadas. Pues a mí me ha pasado y no soy la única.