La polémica artificial del 12-O en Catalunya, derivada de la acción de protesta de algunos ayuntamientos, incluso judicializada por el Estado a falta de otros objetivos realmente importantes, esconde, y no es casual, el inicio de los juicios estelares por corrupción. Y a falta de uno, dos: Gürtel-I Época y las Black. Corrupción pública y corrupción privada, todo en centros neurálgicos del Partido Popular: el mismo partido y la entidad crediticia que consideraba suya y, por lo tanto, símbolo del Estado.

Son estos juicios toda una batería de torpedos en la línea de flotación de la nave de la democracia, y los autodenominados demócratas en funciones y/o en posición de abstención, sin darse por enterados. Así pues, la polémica porque algunos ayuntamientos abran las puertas el día de la Hispanidad es una pura cortina de humo.

El tema de fondo, lo que se quiere tapar, es que el partido del gobierno central está sentado en el banquillo de los acusados como responsable civil a título lucrativo; es decir, por haberse lucrado con toda una estructura de comisiones ilegales, de la cual hemos visto incluso los power points. Si por esta serie de delitos el PP sólo está llamado al proceso en tal condición, es porque todavía no existía entonces la responsabilidad penal de los partidos políticos, responsabilidad en la que ha incurrido, en otro proceso, por haber presuntamente borrado los ordenadores de Bárcenas. Y el otro tema de fondo es que los políticos que eran consejeros de Caja Madrid/Bankia, en su mayoría vinculados al Partido Popular, estaban millonariamente apresebrados con fondos ocultos de la entidad, tan ocultos, que eran más que opacos, eran black totales

Por lo poco que llevamos visto hasta ahora, pinta mal para el PP y para sus intereses. En el caso Gürtel, donde tres de sus tesoreros estaban imputados y han sido excluidos por graves enfermedades, los contratistas privados (decirles empresarios resulta injuriosamente inexacto) han empezado a cantar, cantar aria tras aria. A diferencia de los buenos delincuentes que saben que, si tienen mala suerte, el marrón se lo tienen que comer (otro día será otro), el delincuente de cuello blanco es tan codicioso como cobarde. Una vez atrapado le entra la verborrea infinita, todo ello para pedir una sentencia atenuada, y más si devuelve el dinero apalancado. Hasta 1900 las ejecuciones eran públicas y los padres llevaban a los hijos ante el patíbulo y les daban un coscorrón; así creían que hacían pedagogía. Ahora haría falta la retransmisión en directo, como en su día hacía la americana Court TV, en horario familiar. Verían, los niños también que muy poco glamuroso es no tener vergüenza y, delante de todo el mundo, tener que arrastrarse para pedir clemencia. Resultan tan patéticos que no los querrían en el sindicato de chorizos: no son de fiar.

Ninguna carabela puede esconder el engrudo enquistado en estas largas postrimerías del régimen

No menos espectacular está resultando el juicio de las tarjetas black. Por cierto, se celebra en una sala contigua a la del caso Gürtel, en la Audiencia Nacional. Las mentiras en el sentido de que las tarjetas no eran una retribución, sino gastos de representación -disponían de otra tarjeta, legal, lo habitual de los altos cargos de las empresas, que sí que era de representación- ha estallado en la cara de los rapaces en forma de consejeros de alto standing. Los master locales del universo han visto cómo los en otros tiempos sus protectores los han dejado caer. Los protectores tampoco son de fiar si avistan que pueden resultar salpicados por el barro de los protegidos. Todavía tenemos que asistir a jugosas sesiones donde se escuchen argumentos del estilo de que las blacks eran para dignificar la retribución de los consejeros. ¡El Gotha del madrileñismo es picar instalado y algun que otro parvenu clamando por la dignificación de su sueldo! Recordemos: los recortes ya habían empezado en 2010. Pero ellos tenían que ser dignificados. Y hay que tener presente otra cosa: la mayoría de los consejeros no eran ejecutivos, por lo que sólo cobraron unas dietas, que les debieron parecer modestas, de 1.350 € al mes.

En fin, ninguna carabela puede esconder el engrudo enquistado en estas largas postrimerías del régimen. De todos modos no hay que hacerles el juego siguiendo sus fintas de pura distracción.