Mariano Rajoy salió ayer a la rueda de prensa con aquella cara de náusea que hace la gente cuando todavía no sabe que está muerta, pero ya empieza a notar el frío. El PowerPoint de la unidad de España se ha ido al garete. Tantos meses dando lecciones de sabio de ateneo a Pedro Sánchez –"en la vida hay que saber escojer a los enemigos"– para acabar encarnando la fábula del rey desnudo.

Los diarios insisten en que la victoria de Sánchez es fruto de la ira de las bases del PSOE y del pueblo en general. En realidad, es fruto de la pérdida de legitimidad de las estructuras de poder del Estado español. Los diarios gastaron tanta pólvora para intentar destruir a Sánchez que la gente ha perdido el respecto y el miedo al sistema. ¿Si el Estado no consiguió desacreditar a un solo hombre, debe pensar Rajoy, como podrá desacreditar el referéndum catalán?

Hasta hace cuatro días, los grandes diarios daban "por imposible" la victoria de Sánchez. Aun así, la hazaña debe enmarcarse en un proceso de desbordamiento del orden constituido que ya viene de lejos. Desde las consultas del 2009, la actitud de las bases se ha ido encomendando poco a poco a los líderes políticos, primero de Catalunya y después de las izquierdas españolas. El retorno de Sánchez certifica la fuerza de esta dinámica poco antes de la celebración del referéndum.

Si no fuera que Catalunya ha hablado de independencia antes que de república, la victoria de Sánchez volvería a situar a España en el clásico enfrentamiento guerracivilista, entre azules y encarnados. Por suerte los espacios y los objetivos políticos están lo bastante bien definidos, esta vez. El hecho de que Sánchez haya podido reconquistar Ferraz anima a los independentistas porque pone en evidencia hasta qué punto el poder del Estado se aguanta sobre fuerzas agotadas, sin sustancia ni espíritu.

Las élites españolas han invertido tanto dinero y tanta fuerza en mantener lo que se creían que habían ganado ellos y no el general Franco, que han perdido demasiado margen de maniobra para adaptarse a los cambios. El ciclo político de la última década se puede explicar con una idea capitalista básica. En el momento que dejas de invertir tu patrimonio y lo guardas en un banco, los ahorros empiezan a evaporarse como un alcohol, aunque no gastes.

La inteligencia y la energía se tienen que poner a favor de la libertad y el dinamismo. La virtud es una cima entre dos defectos y los sistemas que ponen toda la fuerza a defenderse de los riesgos y los puntos débiles a la larga lo pagan con el estancamiento y la putrefacción. Las bases socialistas no han votado al candidato de la ira, como pretenden los diarios, sino el candidato más audaz y resistente en un tiempo incierto. Enfadados deben estarlo –ahora que ya no son útiles– los políticos que tienen miedo a ser despedidos de los consejos de administración, y los periodistas que viven al abrigo suyo.

Teniendo en cuenta que toda España vio cómo Sánchez era defenestrado del PSOE para poder forzar la investidura de Rajoy, el gobierno del PP ha quedado en una posición chunga, casi de gobierno interino otra vez. El referéndum catalán puede acabar de destruir la credibilidad de Rajoy, que siempre ha dicho que no se celebraría. El gobierno del PP tiene poco margen para pactar con la Generalitat y tampoco tiene la legitimidad moral que necesitaría para impedir la autodeterminación por la fuerza y seguir gobernando.

Con la victoria de Sánchez, Ada Colau no podrá utilizar al PP para hacer la pinza al independentismo y tendrá que dar apoyo a las instituciones catalanas, si no quiere que su proyecto se confunda con el del PSC hasta extremos insostenibles. Sánchez tiene un poco de Zapatero y un poco de Errejón, un poco de pasado y un poco de futuro. Recuerda que las izquierdas españolas no acabarán de funcionar hasta que no vuelvan a unirse y que eso no podrá pasar hasta que Catalunya sea independiente o como mínimo haya celebrado un referéndum.