En mi modesta condición de ciudadano de Catalunya y de votante en el referéndum “ilegal” del 1 de octubre estoy dispuesto a asumir que el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, aplace durante un tiempo la declaración de independencia en el pleno del próximo martes en el Parlament, como le piden propios y no digamos extraños, unos por prudencia, otros por razones tácticas y aún estratégicas y muchos otros por puro y simple acojone ante el descubrimiento (y mira que lo teníamos advertido) que los piolines eran robocops armados hasta los dientes y que España no es Dinamarca; digo, y lo digo con el máximo respeto, que estoy dispuesto a asumir, incluso, que el president posponga sine die la DI (así, sin “U”), si acaso se ve humanamente incapaz de hacer otra cosa en el actual escenario; es más: hasta aceptaría, insisto, en mi condición de ciudadano y votante en el referéndum del 1-O, que Puigdemont renuncie a tomar decisión alguna, que la traspase o delegue en el vicepresidente Oriol Junqueras o en quien sea, y que se vaya a casa ipso facto, como dijo que haría cuando asumió el cargo aunque sea sin cumplir del todo el encargo; o que convoque nuevas elecciones, antes de que lo haga Mariano Rajoy por decreto -eso del 155 sigue siendo muy complicado y además es para valientes-. Todo esto estoy dispuesto a asumir y explicaré por qué.

De la  misma manera que, como advirtió David Hume, el sol no tiene por qué volver a salir mañana aunque todos pensemos lo contrario -todas las estrellas se apagan algun día-, lo imposible es lo que ocurre, Jacques Derrida dixit, y Catalunya, qué duda cabe, algún día será un país independiente. Quizás servidor no lo verá, pero habrá faltado muy poco. Es más: el martes pasado juraría, que, en algún momento, faltó poquísimo para que la independencia se proclamara en plena calle. En las plazas de muchas ciudades y pueblos o frente a la jefatura de policía de Vía Laietana en Barcelona, donde durante todo el día y en parte en la noche anterior se concentraron espontáneamente centenares de miles de personas. Las leyes de la historia, aunque bastante más difíciles de comprender que las de la física cuántica, -de ahí que “la noticia”, el “acontecimiento”, lo “inesperado” casi siempre nos cojan con el paso cambiado-,  son inexorables. Cuando la historia entra por la puerta, o por la urna, alguien o algo, o ambas cosas a la vez, salen por la ventana: reyes, príncipes, caudillos, jarrones chinos, regímenes, pastillas de jabón de hotel, sistemas económicos, culturas, metafísicas, platos sucios, vajillas relucientes, perros, gatos, verdades de hecho y de razón, países enteros. La España conocida en los últimos 300 años surgió de un conflicto europeo y dejará de existir por un conflicto europeo. Si el del 1714 fue una guerra de hegemonías dinásticas y militares en una Europa ascendente, el próximo será una guerra económica, fiscal y cultural que ya ha empezado en una Europa decadente. Ha empezado con el Brexit y ha empezado con los 90 diputados de la ultraderecha populista en el Bundestag tras la crisis de los refugiados y ha empezado con 2 millones largos de ciudadanos de a pie de la pacífica Catalunya defendiendo urnas con sus cuerpos frente al envite de la policía armada española. Si  en su delirio africanista España arrasa a Catalunya cavará su propia tumba y obligará a Europa a correr con los gastos. Las turbulencias desatadas por el rescate griego serán una broma comparadas con lo que puede suponer el rescate de España si el actual gobierno de Madrid o el que le suceda persiste en tratar el conflicto catalán mediante el jarabe de palo, sembrando el terror entre la gente y las empresas. España no aguantará si insiste en hacer españoles a garrotazos, quién lo iba a decir, un siglo y pico después de aquel 98 que la dejó en la cuneta de la historia. El gobierno del PP ha respondido a garrotazos, con la ocupación policial del territorio y el terrorismo económico a golpe de decreto ministerial al fracaso cosechado en su intento de avortar el 1-O, de impedir que la gente votara sobre la independencia, por segunda vez después del 9-N de 2014. En ese escenario a la turca, que Catalunya deje de representar el 20% del PIB español no significará que el del resto del Estado aumente en la misma proporción por muchas sedes de bancos o empresas catalanas que se deslocalizen allí a toque de corneta. Lo evidencia el hecho de que las trasladadas no se hayan ido precisamente a Cuenca o ya hayan anunciado que se van para volver lo más pronto posible.

Si en su delirio africanista España arrasa a Catalunya cavará su propia tumba y obligará a Europa a correr con los gastos 

Este sábado, el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, en una nueva  visita a la tropa expedicionaria, perdón, a los policías acuartelados en Catalunya (les ha prorrogado la estancia hasta el 18 de octubre), ha exigido a un padre que llevó a su hijo al 1-O “que tenga la integridad de pedir perdón”. El hombre se encontraba con el niño el domingo pasado en el polideportivo de Sant Julià de Ramis cuando un guardia civil lo convenció de que se marchara ante la inminente carga contra los allí presentes. Todo un gesto de humanidad, ciertamente, en un centro de votación que fue literalmente arrasado por los agentes armados -las imágenes han dado la vuelta al mundo- y que, mira por donde, no era otro que el lugar donde tenía que votar Puigdemont. El president cambió de idea, votó en Cornellà de Terri, al percatarse su equipo, en plena carretera, que los estaba siguiendo desde el aire un helicóptero policial. Puigdemont cambió de coche bajo un puente para no ir a Sant Julià. La pregunta es: ¿cómo habría actuado ese guardia civil homenajeado por el ministro si en vez de un padre con un niño hubiese tenido delante al president de la Generalitat? No cuesta mucho imaginar la escena. Todo es posible cuando, como hizo tres días después el rey Felipe, al que solo le faltó salir por TVE con el uniforme de capitán general como hizo su padre  en el 23-F, se pone a un president y a su gobierno “fuera de la democracia y del derecho”. Cuando se le pone en bando. Cuando se pone en estado de excepción declarado o no,  como es el caso, a todo un país, incluyendo -y esto aún no lo han entendido muchos catalanes- a los del “no” y a los que no querían referéndum. ¿Dónde estábais, mientras la gente, los "indepes" se jugaban el físico, amigos demócratas? De hecho, esa escena que no fue, casi de milagro, sí que se produjo y fue la tónica dominante de la jornada por lo menos hasta el mediodía del domingo en centenares de centros de votación en toda Catalunya. Centros de votación muy seleccionados: en realidad, el dispositivo policial del 1-O activó una operación militar en toda regla que había tenido su ensayo previo el día 20 con la ocupación de sedes de la Generalitat en Barcelona y la detención de 15 altos cargos por la Guardia Civil. Hacia primera hora de la tarde, el riesgo de perder del todo el control ante los episodios de resistencia popular en colegios electorales y pueblos enteros asediados por los agentes, así como los efectos de la circulación global de las imágenes de la represión, obligaron sin duda al Gobierno español a desacelerar la respuesta policial. En ese momento me hallaba en un colegio electoral en un instituto de Sants, en Barcelona. El ambiente se podía cortar con un cuchillo cuando alguien dijo que estaban cerrando la puerta del patio por el que se accedía a las mesas de votación porque iba a entrar la policía. No fue así. Pero  nadie se movió de allí pese a la amenaza.

Sí, el Estado español perdió por momentos el control de su territorio el 1-O, pese a haber doblado el número habitual de sus efectivos en Catalunya y haber puesto bajo su control a los Mossos d'Esquadra -a los que ahora se acusa de dejación de funciones, mientras se oculta que cerraron infinidad de colegios, como ordenó el juez, sin un solo incidente, a la par que se investiga al major Trapero por sedición-;  y el mundo se dio cuenta de ello en vivo y en directo, Zoido. La intensidad de la represión contra gente que, según la ley española, simplemente estaban depositando en urnas sin valor papeles sin valor jurídico alguno, puesto que el referéndum era “ilegal” -como hace constar en sus diligencias el juez de Barcelona que investiga los hechos-, y la sorpresa de las fuerzas policiales y sus responsables directos ante la firmeza con que les respondió la ciutadania, hicieron trizas el escaso prestigio democrático de España en el escenario europeo y global y fulminaron el tópico del catalán miedica.

Rajoy ha perdido por goleada la batalla por legitimar la represión del 1-O; de ahí los lamentables esfuerzos por convertir a las víctimas en verdugos

Rajoy perdió por goleada el 1 de octubre la batalla del relato frente al independentismo por la pretensión de dar legitimidad moral y democrática a la represión de un acto político sin validez jurídica alguna. Ello explica que el presidente del gobierno español recurriese al mismísimo Rey el día en que la protesta volvió a las calles con la herida aún muy abierta, el martes pasado. Y de ahí los lamentables esfuerzos, casi más denodados en la prensa amiga que entre los mismísimos dirigentes del gobierno y del PP, por convertir a las víctimas -los heridos y contusionados- en verdugos. Se trataba -y se trata- de echar cuanta tierra sea posible sobre los hechos, sobre la  vergüenza del ataque porra en mano contra gente indefensa, contra dos millones de personas tratados como delincuentes con advertencia a todos los demás. Echar tierra sobre la verdad incómoda, por transparente que esta sea: algo que, por desgracia, la España más negra y miserable ha hecho demasiadas veces a lo largo de la historia.

Queréis hacer pasar por diálogo lo que entendéis como rendición pura y dura. Pero estoy dispuesto a asumir todo lo que decía al principio, como ciudadano de Catalunya y como votante en el referéndum “ilegal” del 1 de octubre. Contra lo que le he comentado este sábado a un amigo y  maestro que me ha llamado para preguntarme si lo de la EFTA va en serio (el ingreso de Catalunya en el Acuerdo Europeo de Libre Comercio con los británicos, los nórdicos y los suizos como alternativa a la Unión Europea), asumo, si así lo decide el president, el Govern y el Parlament, que la DI se posponga y se haga efectiva más adelante. Lo que no acepto es pedir perdón por lo que habéis hecho, Zoido. Lo ha visto todo el mundo lo que habéis hecho en Catalunya, Zoido. Y lo celebraréis este domingo en Barcelona con un desfile de la victoria pagado, también, con el dinero de todos los catalanes.

El sabio Tzvetan Todorov escribió: "Los bárbaros son aquellos que niegan la plena humanidad de los demás. Ello no quiere decir que realmente no sepan que su naturaleza es humana, ni que lo olviden, sino que se comportan como si los demás no fueran humanos, o no lo fueran del todo”.