¿Catalunya fue un Estado independiente en forma de república durante ocho segundos en la tarde del martes 10 de octubre del 2017? ¿Declaró Carles Puigdemont la independencia de Catalunya como Estado en forma de república en la presentación en el Parlament de los resultados del referéndum del 1 de octubre? Hermeneutas tiene la iglesia, y la academia, que sabrán interpretar con precisión de cirujano las palabras y los silencios del pasaje clave del discurso más importante del 130º president de la Generalitat y posiblemente de todos los que lo han precedido en la historia. Pero el caso es que el común de los mortales, y específicamente los mortales "indepes", como evidenció la primera reacción de los congregados en el Arc de Triomf para asistir al nacimiento de un nuevo país libre no lo entendieron. Y no tanto por el hecho de que la declaración de independencia fuera como mucho "implícita" —cosa no muy diferente de lo que hicieron en los años treinta Macià y Companys en sus declaraciones republicanas pero no independentistas— sino porque, ocho segundos después de aceptar la responsabilidad de llevar a puerto el encargo del 1-O, el president mismo suspendió los efectos a fin de propiciar un diálogo con el Estado Si bien, también eso quedó en el aire, dado que el Parlament no votó la "propuesta" suspensoria. Recordemos qué y cómo lo dijo el president:

"Llegados a este momento histórico, y como president de la Generalitat, asumo al presentarles los resultados del referéndum ante el Parlament y de nuestros conciudadanos el mandato de que Catalunya se convierta en un Estado independiente en forma de república.

Eso es lo que hoy corresponde hacer. Por responsabilidad y por respeto.

Y con la misma solemnidad, el Govern y yo mismo proponemos que el Parlament suspenda los efectos de la declaración de independencia a fin de que en las próximas semanas emprendamos un diálogo sin el cual no es posible llegar a una solución acordada".

Eso es lo que dijo Puigdemont: que, en tanto que president, asumía el mandato de las urnas (prohibidas y perseguidas por el Estado español) que Catalunya fuera un Estado independiente en forma de república. Y, acto seguido, que proponía suspender los efectos "de la declaración de independencia" para emprender un diálogo "en las próximas semanas". O sea, que suspendía la declaración que no había declarado. Como enseguida constató con acierto el hermeneuta mayor Miquel Iceta, no se podía suspender nada porque no se había declarado nada. Lo cual explicaría que el Parlament no votara nada. Porque no había nada que suspender por el momento y, también, porque muy probablemente no estaba del todo garantizado que todos los diputados y diputadas de JxSí y la CUP avalaran la propuesta, que, en cambio, sí que tenía el apoyo del Govern (PDeCAT y ERC). ¿Y entonces? Pues precisamente por todo ello, es decir, porque la declaración fue una no-declaración y la suspensión una no-suspensión, el president Puigdemont, su gobierno y el movimiento independentista mantienen intacto en este momento todo su potencial político. Y lo subrayo: en este momento.

Precisamente porque la declaración fue una no- declaración y la suspensión una no-suspensión, el independentismo mantiene intacto todo su potencial político en este momento

Todo puede parecer un ejercicio extremo de bizantinismo, pero la fórmula Puigdemont, el ejercicio de sobrentendidos y ambigüedad discursiva extrema en el momento en que, paradójicamente, amigos y enemigos esperaban un pronunciamiento más claro y rotundo, ha tenido el efecto de abrir el escenario de tal manera que precisamente porque todo está por hacer, todo sigue siendo posible. Que medio PP, la cúpula del PSOE y, sobre todo, Cs estén con la mosca detrás de la oreja no significa que Rajoy y Puigdemont hayan pactado a escondidas el desacuerdo último y definitivo, sino que el bloque estatal-unionista ha quedado tan desconcertado por la jugada del president como el independentismo de base, obviamente necesitado de una explicación difícil de dar pero no por ello menos necesaria.

El aplazamiento de la DI (Declaración de Independencia) ha tenido un impacto emocional grande entre la buena gente "indepe" —y también entre la no tan buena— delante del cual las organizaciones soberanistas, la ANC y Òmnium, tienen que responder como han respondido: exigiendo que se levante la suspensión de la declaración. También ha causado un fuerte malestar en la CUP, que, no obstante, aceptó el aplazamiento de la decisión a cambio de que se pusiera negro sobre blanco la determinación a proclamar la república en un documento firmado al final de la sesión del martes, sin ninguna solemnidad, por todos los miembros de la mayoría independentista.

Ahora bien: es en la Moncloa, en la presidencia del Gobierno español, donde más confunde el tiempo muerto que Puigdemont ha impuesto en el curso de los acontecimientos. Aparentemente, Rajoy ha sido hábil en recoger el guante y pedir al president catalán que aclare con un sí o con un no si ha declarado la independencia —el requerimiento— ultimátum no admite ninguna otra respuesta no binaria. Pero, paradójicamente, es Puigdemont quien sigue teniendo la sartén por el mango a riesgo de quemarse la mano. Si este lunes responde que sí que declaró la independencia, y, por lo tanto, la declara con todo los puntos y comas en su respuesta a Madrid y no se retracta antes del jueves, Rajoy tendrá que constitucionalizar la intervención de la autonomía aplicando el artículo 155 de la Constitución. No es fácil. Lo más sencillo es lo que ha hecho hasta ahora: intervenirla por decreto, con el fin de impedir el referéndum, con el control de las finanzas de la Generalitat y el establecimiento de un estado de excepción judicial-policial no declarado (persecución de responsables políticos del referéndum y ocupación violenta del país). ¿Puede manifestar Puigdemont que no, que no declaró la independencia, como le gustaría a Rajoy (y al Rey, pero no a Rivera y otros)? Complejo, porque, como venimos diciendo, el president decidió "suspender" la declaración... y el Parlament no dijo lo contrario.

El resultado de la eventual aplicación del 155 será que Murcia o La Rioja tendrán más autonomía que Catalunya, lo cual no tengo claro que contribuya mucho a calmar las bolsas. Si realmente depende de un sí o de un no remitido por burofax que Puigdemont vaya a la prisión, o que lo que queda de autonomía catalana sea intervenido —la potestad de convocar elecciones, exclusiva del president, o el sistema de enseñanza, el sueño húmedo de García Albiol—, entonces es que el independentismo ha ganado. Si realmente Rajoy piensa que todo eso se acaba con un "señorita, fui yo, pero no quería" entonces es que España no es nada más que un triste patio de escuela de los años más oscuros.

Si realmente Rajoy piensa que todo eso se acaba con uno "señorita, fui yo, pero no quería" entonces es que España no es nada más que un triste patio de escuela de los años más oscuros

El 155, en fin, sólo servirá para evidenciar de nuevo que, a pesar de todo —incluida la absurda violencia policial activada en el 1-O contra gente que no estaba cometiendo ningún delito— el Gobierno español todavía no ha sido capaz de controlar la situación desatada por aquel referéndum "ilegal" que, por "ilegal", no servía de nada. Es eso lo que evidencian las "fugas" bancarias y empresariales o los llamamientos del FMI a estabilizar la situación mediante el diálogo entre los "actores": que Madrid no controla (aún) su territorio. Que su soberanía estatal está en entredicho.

El efecto fundamental del no-referéndum es que Catalunya se ha convertido en un sujeto político en el tablero internacional; no soberano, pero sujeto al fin y al cabo. La no-declaración de independencia y la no-suspensión de la ley de transitoriedad jurídica que tenía que desplegarla subrayan que es Catalunya, no la Moncloa o la Zarzuela, quien, para bien o para mal, decide.