Ni imputado, ni investigado, ni condenado, ni inhabilitado, sólo un profesional cualificado que ha sido víctima de la desproporcionada utilización política que se ha hecho de su candidatura para el Banco Mundial. Así se siente José Manuel Soria, tras ¿renunciar? al puesto de director ejecutivo para el que le había propuesto el Gobierno. Hay que tener una cara de cemento armado para sostener lo que sostiene el canario sin sonrojo.

Claro que el candidato frustrado al organismo internacional que asiste financiera y técnicamente a los países en desarrollo, es reincidente en estas lides. Lo mismo dijo cuando su nombre apareció en los Papeles de Panamá y se descubrió su participación en empresas familiares radicadas en paraísos fiscales, que era un mártir de los medios de comunicación, además de un perjudicado de las guerras internas de su partido. Más allá de que en el PP hubiera -que lo había- quien le tenía muchas ganas, el ex ministro mintió entonces como han mentido ahora Rajoy, Guindos y todos los que han defendido en público que el nombramiento había sido consecuencia de un proceso administrativo, y no de una decisión política con la que pagar los favores prestados.

Lo peor no es lo que se crea Soria, que a estas alturas poco importa ya. Lo grave es que haya un candidato a la Presidencia del Gobierno que piense que los españoles somos idiotas y los responsables del Banco Mundial, unos ignorantes que no revisarían el currículum del ex ministro ni los escándalos de los que fue protagonista. Eso por no hablar del ojo del presidente en funciones para seleccionar a quienes nos representan en los más importantes organismos internacionales. Recuérdese a Rodrigo Rato al frente del FMI o a Arias Cañete, en la Comisión Europea. No hay uno que no esté salpicado por asunto turbio, negocio familiar bajo sospecha o acumulación de patrimonio dudoso.

Rajoy perdió la mayoría absoluta hace ya dos elecciones, pero actúa como si aún la tuviera y pudiera hacer y deshacer a su antojo 

Rajoy perdió la mayoría absoluta hace ya dos elecciones, pero actúa como si aún la tuviera y pudiera hacer y deshacer a su antojo. Ahora sabemos qué entiende el presidente por regeneración democrática. Pero el tiempo del todo vale ha pasado. Y esta España nuestra ya no tolera como toleraba antaño en la vida pública ni a los mendaces ni a los enviciados. Ayer asistimos al Camino Soria II parte. Rajoy ha tenido que tragarse su propuesta; Guindos, sus palabras y Soria un nuevo repudio.

Pero hay otra clave, que no es menor, y es la sucesoria. La segunda entrega del escándalo Soria llega en el mismo instante en que vuelve a reeditarse el debate sobre la necesidad de que Rajoy se aparte para que España tenga un gobierno. Su renuncia facilitaría las cosas. Lo dijo Felipe González desde Colombia, lo dijo Rivera desde la tribuna del Congreso y lo ha dicho ahora también Susana Díaz desde Sevilla.

La andaluza no da puntadas sin hilo. Y hay en el PSOE, como en el IBEX y en el PP quienes creen que si Rajoy se echa a un lado al día siguiente podría llegar el desbloqueo. Por eso el presidente en funciones sugirió a Rafael Hernando que cambiara su intervención en la investidura fallida cuando escuchó al líder de Ciudadanos que el PP presentara otro candidato. Por eso tanta vehemencia en la defensa de un candidato que, como recordó González, ha sido el más votado, pero también el más vetado.

Rajoy no es ajeno a los movimientos soterrados para que abandone la carrera. Y tampoco a quienes en su propio partido no hacen ascos a la propuesta. De ahí que quizá el escándalo Soria no sea un error más, sino un disparate colosal en el peor momento para un Rajoy a quien cada día se hace más complicado apoyar, por activa o pasiva, en una investidura.