Siempre se ha dicho que el sistema político español era el bipartidismo... imperfecto. Imperfecto por las anomalías catalana y vasca, donde el sistema de partidos era diferente. Estas excepciones respecto del simplismo centrípeto eran el agujero de una arquitectura homogénea. Tanto, que incluso algunos preclaros padres de la patria querían hacer desaparecer la anomalía reescribiendo el derecho de un hombre-un voto e infrarrepresentar a las opciones no españolistas.

Ahora el sistema acaba de saltar por los aires. La crisis del PSOE lo hace irrelevante hasta una hipotética refundación del partido o su sustitución por otra fuerza de izquierdas. Ni una cosa ni la otra es descartable. Tratándose de la izquierda, el fratricidio es la moneda común y, a pesar de sus proclamas de patriotismo en todas partes, la guerra al disidente interno es el placer de los dioses.

La reyerta de perdedores (¿desde cuándo no gana nadie por él mismo nada?) en qué se ha convertido el PSOE puede tener muchas causas. De jerarquizarlas, lo dejamos para los historiadores. Sin embargo tres cosas llaman la atención.

La primera reside en la energía que ha desplegado Sánchez con ocasión de la investidura fallida de Rajoy después del 26-J. "No es no", ha sido un lema enérgico, sólido, a plomo. Este "no es no" no se presentó como una ocurrencia de Sánchez, sino como una decisión avalada por la comisión ejecutiva de Ferraz. O sea que de la hipótesis de favorecer a Rajoy, como algunos, entre ellos el cada vez más protagonista Felipe González, avistaban y últimamente dictaban con la excusa de la gobernabilidad, nada.

En segundo término, desde aquí Sánchez pasó a querer intentar un gobierno anti-PP. Para que salieran los números había que contar, por acción o con la abstención, con los independentistas. Las elecciones vascas y gallegas no han cambiado nada de su propia gobernabilidad y tampoco de la española. Pero han asado a Sánchez casi hasta la médula, con los peores resultados de la historia, como si en la fractura del PSG no tuviera nada que ver el odio intrapartidista, y como si el seguidismo del PSE respecto del PNV fuera de otro planeta.

Sánchez recurre a las bases como ariete contra las mediocres baronías, aferradas a las poltronas gracias a pactos como el que propone él mismo, con la excepción de Andalucía

Finalmente, Sánchez se desentiende de estos resultados y persiste en su intento de formar un gobierno alternativo en Madrid. Debilitado, pone en práctica una amenaza ya anunciada antes contra su propio establishment partidista: primarias para escoger un secretario general y un nuevo congreso, todo vía exprés. O sea, recurre a las bases como ariete contra las mediocres baronías, aferradas a las poltronas gracias a pactos como el que propone Sánchez, con la excepción de Andalucía.

El miércoles estalla la bomba: dimite la mitad de la ejecutiva y unos dicen que hay que nombrar ya una gestora y que Sánchez ya no puede ser secretario general. Los suyos oponen a ello que es un secretario general votado por las bases y no (de)pendiente de la ejecutiva. La batalla jurídica tanto da: una vez más se trata de política y no de leyes. Aunque el espectáculo de demandas judiciales cruzadas sería el mejor marketing destructivo de la historia de un partido.

A primera vista parece que para reforzarse como alternativa de poder -objetivo penúltimo de cualquier partido; el último es gobernar- hace falta permitir que un enrocado con razón Rajoy, el más inmovilista, reaccionario y propenso a amparar corrupción de los dirigentes políticos actuales, se haga con la Moncloa -bien, de hecho, que no salga de ella- con el precio de defenestrar al propio secretario general de la pretendida alternativa de poder. Mola.

Lo que parece haber desatado la ira de los dioses es la posibilidad, no que los separatistas dieran apoyo a un gobierno de Sánchez, sino que simplemente éste se sentara a hablar con ellos

Sin descartar nunca patologías suicidas, arraigada estulticia y bajeza moral, parece que tiene que haber algo más. Visto con la mínima perspectiva de que dan los últimos siete días, lo que parece haber desatado la ira de los dioses es la posibilidad, no que los separatistas dieran apoyo a un gobierno de Sánchez, sino que, simplemente, visto el ensimismamiento político, éste se sentara a hablar con ellos.

Esta osadía, según mi opinión, es lo que finalmente ha conducido a la destrucción, cuando menos provisional, del PSOE. Lo que resulta inquietante: la ratio última de la política española sería no hacer otra política que moverse para tan solo repartir garrotazos, de momento en fase de amenazas legales varias. De todos modos, no es mala cosa que los disidentes del núcleo duro que han potenciado esta política, prueben su propia medicina.