Entiendo perfectamente que mi colega Enric Vila haya decidido dejar de escribir artículos hasta pasadas las elecciones. Hoy por hoy, esperar que la gente se dé cuenta de cómo la han engañado desde el 1-O y de hasta qué punto será de autonómica y desbaratada la próxima legislatura en el Parlament quizás es la mejor opción posible: como dice Enric, "el periodismo requema, y más en un país invertebrado que te obliga a defender las cosas más básicas". Hace días que salgo de charlas y tertulias muy desanimado, alucinando de ver como gente inteligente que conozco de hace años puede afirmar como si nada que nos predisponemos a implementar (ecs) una república mientras la Generalitat no puede ni comprar una caja de Espidifen o que la misma peña sea incapaz de entender que Rajoy nos ha ganado la partida porque nuestros políticos se han escudado alegremente en la violencia del Estado para incumplir su palabra.

Entiendo que, en este tiempo de chantaje y melindro perpetuo, a Vila le dé mucha pereza pasar por ser el pelma oficial de la tribu (y recibir una ración doble de hostias, de Madrid y de los guardianes del juicio indepe), sobre todo cuando muchos conciudadanos prefieren escuchar y leer cheerleaders del procés que no opiniones que les incomoden la siesta. Eso que hacemos Enric y servidor de tolerar con cierta ironía vital que nos tomen por locos o gilipollas y que los pesados de internet nos acusen de querer desinflar los ánimos de los votantes, entre otras chorradas por el estilo, a veces no te coge con suficiente fuerza como para hacerte el sordo. De hecho, con Enric nos hicimos amigos en una situación similar, cuando él acababa de escribir El nostre heroi Josep Pla en plena época del tripartito y la gente lo trataba de chalado por haber osado reivindicar al escritor de Palafrugell como base del independentismo.

La cosa viene bastante a cuento por la reciente publicación de Hacerse todas las ilusiones posibles (Ed. Destino), una recopilación de fragmentos que Pla había diseñado como segunda parte del volumen Notes Disperses y que el mismo escritor dejó en el cajón consciente de que no pasarían la censura. En efecto, los fragmentos no sólo guardan descripciones durísimas para los agentes políticos del franquismo ("Las autoridades no son más que los inspectores del mantenimiento de la mierda estable"), sino que Pla recalca más que nunca que Catalunya es un país que vive bajo el yugo de la ocupación castellana y que bascula antropológicamente entre la resistencia y la nostalgia: Estos siglos de dominación —dice Josep— han sido un largo esfuerzo para desarraigar el catalán de su autenticidad, de su propia manera de ser. No se ha logrado, sin embargo, ni matar la lengua ni soterrar del todo la personalidad del país".

Su grandeza no sólo se encontraba en el arte de adjetivar, sino en habernos dejado escrita una obra inigualada que rendía homenaje a su país desde la óptica de un hombre libre

Recuerdo perfectamente como, al leer por primera vez El nostre heroi Josep Pla, a un servidor (que entonces volvía de Nueva York exhibiendo falso cosmopolitismo de pacotilla y todavía paseaba con El País bajo el sobaco como uno bobo) le incomodaba que Enric se refiriera a Catalunya como un campo de concentración y que hiciera gala de una lectura de Pla diferente de la del campesino miedoso de la entrevista con Soler Serrano con la que todos nos habíamos conformado hasta entonces. De la recepción crítica del libro y de las hostias que recibió ni hay que hablar, pero muchos las tendrían que revisar a la luz de estos nuevos fragmentos planianos publicados en Destino: "El catalán de hoy tiene miedo de ser él mismo. Este miedo es como un tumor que lleva dentro. El catalán esconde sus sentimientos verdaderos, disimula su manera de ser, escamotea su autenticidad, trata de presentarse diferente de tal y como es".

Pla, escribía Enric, había sido un escritor que había defendido una lengua que muchos querían muerta, que perdió la salud luchando contra la censura y que vivía al margen de la moral franquista, intentando pasar por frívolo o por complaciente con el régimen. Su grandeza no sólo se encontraba en el arte de adjetivar, sino en habernos dejado escrita una obra inigualada que rendía homenaje a su país desde la óptica de un hombre libre. En el libro de Enric, escrito en el 2009 (¡insisto!), se decía: "Todos estos que se han acostumbrado a tirar la piedra y esconder la mano, todos estos que viven de especular con los puntos débiles de los otros y se deslumbran por un cargo o una medallita, todos estos, vale más que ejerciten el alma o que se hagan españoles decididos porque si un día llegamos a ser un país libre no servirán ni para barrer escaleras". Más allá de Pla, estas palabras vuelven hoy con una viveza que asusta.

Amigo mío, no me extraña que, visto el panorama actual, hayas aprovechado las elecciones para hacer vacaciones. Aquí te espero, paciente y con todas las ilusiones posibles, imaginando cómo nos lo montaremos, a partir de ahora, para sobrevivir entre el infierno de mierda estable y el mundo de la medallita perpetua. Vuelve pronto.