A diferencia de otras ocasiones en que el procés ha entintado las páginas de la prensa internacional, lo que ha sido oportunamente aprovechado por los hooligans de ambos lados para ratificar sus posiciones de siempre, la importancia del editorial del viernes a The New York Times está en el hecho de que centra el debate de la hipotética secesión de Catalunya en la democracia. Más allá de los tópicos habituales, que podría firmar cualquier amante de la Tercera Vía (la apelación a una mejora de financiación que hiciera justicia a la aportación catalana a la hacienda española), el texto del diario neoyorquino concluye que la administración Rajoy haría bien en acordar un referéndum, una votación en que los catalanes tendrían que ratificar la unión con España. Por primera vez, un diario nada interesado en mutaciones fronterizas pide abiertamente preguntar sobre la independencia. Poca coña.

Como insisto desde hace semanas, y me alegra que los editores del Times me lean atentamente en El Nacional, la magnitud del voto negativo de cara a la validez de un referéndum será importantísima en cuanto a su efectividad. En Catalunya cada día hay más votantes del no que no solo se afanan por participar en el plebiscito, sino que pensarían seriamente en pasarse al en caso de una obstrucción o de un impedimento violento del Gobierno español para detener el referéndum. Durante los últimos años, la defensa principal del españolismo en Catalunya, apelaciones constitucionales aparte, ha sido aducir que no apoyar el referéndum no te convertía en alguien menos demócrata. Pues bien, de ahora en adelante ya podremos decir que sí, que situarse en contra de una solución refrendaria en el conflicto entre Catalunya y el Estado es una actitud profundamente contraria a los principios democráticos.

Oponerse a una resolución votada de un conflicto implica tarde o temprano inflamar las actitudes totalitarias de sus rivales. El Times lo dice con sordina, pero sus redactores son bastante críticos cuando recuerdan a la Administración española que la judicialización autoritaria del proceso solo comportará una inflamación del electorado independentista. A su vez, no es casual que el texto del editorial aproveche el referéndum como oportunidad regeneradora de la democracia española. Como hemos dicho en muchas ocasiones, lejos de tratarse de un ataque a la cohesión territorial, el referéndum es una oportunidad de oro para la democracia española, que con una victoria del no podría coser sus fronteras sin violencia por primera vez en la historia. El referéndum, y lo escribo sin paternalismo, es el mejor favor que pueden hacer los catalanes a sus vecinos.

Aparte de seguir buscando aliados en la prensa extranjera, el conseller Romeva haría bien en repetir la operación Guardiola y así seguir buscando rostros de impacto internacional que certifiquen el espíritu impecablemente democrático del referéndum. Tener un país con gente como Josep Carreras o Jordi Savall, que recorren el mundo con el público arrodillado antes de salir al escenario, no es poca cosa. A menudo vale más una figura como Guardiola que todas las embajadas del mundo. Los españoles han intentado vender la moto del soberanismo como un retorno nostálgico al proteccionismo pueblerino. Contar con figuras que se han educado en Catalunya y que han exportado su talento al mundo entero atacaría de cuajo este prejuicio. Lo importante no es, en definitiva, que el mundo nos mire, sino que el planeta tome conciencia de que lo nuestro es un problema de autoritarismo contra democracia.

Al límite, los movimientos afirmativos siempre sobreviven a la represión. Puede no ser inmediato, pero tarde o temprano la positividad sobrevive a sus enterradores. En el diario más importante del mundo ya lo saben. Ellos votarían no, y eso es importante, pero lo es todavía más que aceptarían la derrota en caso de perder. De eso va, siempre, este maravilloso e imperfecto invento que denominamos democracia. Hoy, todavía más, me siento profundamente neoyorquino.