El viernes os escribía aquí mismo que, de mantener el Govern la misma determinación con el referéndum del 1-O, el sistema de poder español favorecería muy pronto la imagen espectral de un gobierno reformista comandado por Pedro Sánchez y escudado en la plurinosequé chupiguay de Podemos con la única intención de adormecer las ansias independentistas, ventilarse a Rajoy y los radicales quietistas del PP y aplazar sine die lo nuestro del derecho a decidir, con la excusa de haber hecho posible un gobierno fraternal y tal y cual. El mismo día en que lo decíamos, conocimos el primer sondeo electoral del CIS después de la reelección de Pedro Sánchez en que, efectivamente, el líder socialista remontaba a la caza de Rajoy y los podemitas se mantenían en intención de voto con bastante dignidad. Enseguida, la ilusión de la nación de naciones volvía a despertar de la siesta.

Fue muy divertido comprobar cómo, conocido el sondeo, todos los tuiteros comunes de la tribu (unos niños barbilampiños y doctamente instruidos en universidades anglosajonas, pero tan cortitos, pobrecitos míos, que todavía no han entendido qué cojones es España y quién manda) se hacían pajas con la idea de un país que asumía por fin la necesidad de urdirse en lo que su pedantísima nomenklatura llama "procesos constituyentes" y que se resumiría de la siguiente forma: los independentistas renunciarían a un referéndum (o aceptarían una votación en que la independencia no triunfara) y Sánchez impulsaría una reforma constitucional urdida desde Madrid con nuevos repartos de competencias. Como sabe incluso un bebé, este cambio constitucional sería imposible, porque como ya pasó en tiempos de la tramitación del Estatut, el PP se parapetaría en su inmovilismo.

Esta transición hacia la izquierda beneficiaría a todo dios de la casta española. Sánchez encabezaría un gobierno más o menos centrado, Podemos desaparecería lentamente abrazado por su hermano mayor de la izquierda y el PP garantizaría la unidad de España en la sombra, imposibilitando cualquier reforma. Todo este estado de cosas permitiría al futuro ministro Xavier Domènech afirmar que él ya reformaría la Constitución y el régimen del 78, pero que la derecha pérfida no se lo permitiría, y así podría ir ganando elecciones generales en Catalunya manteniendo intacto su perfil de buen muchacho. Todo esto que os explico demuestra hasta qué punto las piezas en el Estado español pueden cambiar por el simple hecho de no poder impedir el referéndum de autodeterminación por medio de la fuerza bruta. Rajoy, Sánchez (e incluso Iglesias) son simples fichas que se moverán a dedo a fin de que tú y yo no votemos.

Sería muy naíf e injusto pensar que el establishment español trama solito estas hipótesis, porque aquí también juega la tentación de algunos soberanistas moderados de abandonar el referéndum, escudarse en la represión del PP, entrando en un proceso todavía más vago, donde las masas ocuparían momentáneamente la calle y las movilizaciones ciudadanas sustituirían al voto como síntoma de análisis de todo lo que pasa en Catalunya. La tentación de las masas es muy salivosa para todo dios que no quiera cambiar nada: los orteguianos españoles estarían encantadísimos de ver cómo el independentismo muta el protagonismo del votante activo refrendario en el hombre-masa indeterminado con una voluntad puramente motivada (Ortega se refería a ello como "muchedumbre") y los podemitas vivirían encantados con unas masas amorfas que podrían amoldar a su concepto predilecto: la ira.

Pueden parecer dos perspectivas muy alejadas, sin embargo, tanto si cogemos a Ortega como a Gramsci, el resultado de una masificación en protesta en la calle siempre acaba siendo un retorno progresivo a los hombres de juicio, lo cual –en Catalunya– siempre implica un mayor empoderamiento de las elites de siempre, las que marcan independentismo mientras suspiran para mantenerse en el autonomismo y seguir viviendo de las migajas del sistema. No me cansaré de repetir que el último escudo de los moderados a fin de que tú y yo no ejerzamos nuestro voto será hacernos desfilar por las plazas catalanas para robarnos primero la motivación y después nuestra identidad política. Si quieres conservarla, no pares de exigir a tus líderes que cumplan la promesa que te hicieron: la manifestación que hemos pactado entre todos es un referéndum. El resto es continuar con los mentirosos y los vividores de siempre.