A menudo, para hacernos los valientes, los que nos dedicamos a eso de escribir recitamos con cierta protervia que, a la hora de ir hilando frases, no pensamos mucho en los lectores. Como todo lo que se dice con voz enfaristolada, y más todavía si se escribe a menudo de política, la actitud es postiza y la idea totalmente engañosa: vaya, que es una trola como una catedral. Porque esto de la letra es sobretodo un fenómeno comunicativo y, como tal y por mucho eremita que te finjas, es imposible practicar la cosa sin pensar que no habrá alguien refunfuñando al otro lado de la pantalla. Cuando bajas a fumar a la rambla de Catalunya, esperando que los transeúntes del Eixample te inspiren el tema del artículo, a menudo descartas algunas de tus propias intuiciones, no por auto-censura, sino porque te da pereza la reacción que tendrán tus pensamientos al día siguiente, entre los motivados de la tribu.

Mientras daba vueltas absurdas entre escritorio y sofá, pensaba haceros un artículo titulado "Autocrítica", pues defendía y todavía defiendo la necesidad de que el soberanismo reflexione sobre todo lo que se ha hecho mal el último lustro y así encarar el 21-D con una cierta catarsis. Pensaba insistir en toda la feria de promesas irreales (estructuras de estado, independencia en 18 meses, proclamación en 42 horas, constituyentes en seis meses) no para tocar la moral, sino para exigir a los partidos que vayan a los comicios tratando a sus electores de adultos y presentándoles un programa electoral lo más claro posible. Pero mientras pensaba en ello, he visto desfilar a mis políticos electos encarcelados de una forma simplemente dictadora y he recordado las pavorosas imágenes de Simó y Nuet abucheados por cuatro desgraciados en Atocha. ¿Hacerse el quisquilloso ante tanta humillación? Quizás no tocaría.

No haber escrito el artículo me enfurece conmigo mismo, porque siempre he defendido que el dolor incuestionable de los que sufren la injusticia nunca puede ser la excusa para no exigir responsabilidad a los políticos en su ejercicio. Uno de los errores del processismo ha sido y es creer que cualquier enmienda al relato oficial te convierte en un tocacojones o en un aliado del unionismo. Tendría que ser posible, ciertamente, poder reflexionar sobre qué se ha hecho mal y no pasar por botifler a los dogmas de la fe por la mayoría de lectores. Cuando tengo tentaciones de marear la perdiz y pienso demasiado en el qué dirán, me repito la frase de Pujols que tantas veces nos ha recordado Enric Vila: la verdad no necesita mártires. Pero a menudo me siento fatigado y, cobarde de mí, prefiero escribir en falsete para no tener que argumentar con nadie que me acuse de ser tiquismiquis ni chafar los ánimos de la tribu.

Ahora mismo la calma tiene nombre de mujer, y el procés nos ha regalado admirar el crecimiento y la consolidación de políticas que no sólo estarían sobradamente capacitadas para liderar el país, sino cuya presencia aportaría sensatez

Después del quinto o sexto cigarrillo mal fumado, y de estos tres horripilantes párrafos que preceden, he encontrado un resquicio que permitirá salvar la cosa de hoy. Si la república (o lo que sea que tenemos) tiene que ir de veras y tiene que empezar a manifestar nuevas formas de hacer política, diría que una buena manera de cara a demostrar los cambios de paradigma que todos anhelamos sería coronar el 21-D escogiendo nuestra primera presidenta de la Generalitat. Ahora mismo la calma tiene nombre de mujer, y el procés nos ha regalado admirar el crecimiento y la consolidación de políticas que no sólo estarían sobradamente capacitadas para liderar el país, sino cuya presencia aportaría sensatez. Marta Rovira es el ejemplo más claro de eso, vista su persistencia con que ERC no se tragara las trampas de los convergentes la tibia noche del 10-1 y también su determinación encarando la DI.

Pero no es el único caso. En casa no olvidamos tampoco la consistencia de Clara Ponsatí, uno de los pocos miembros del Govern que votó en contra de suspender la declaración de independencia (el error de haber esperado a implementarla lo estamos pagando a diario, incluyendo los que están privados de libertad) y que a su vez fue clave en la apertura de institutos el día en que este país consiguió hacer un referéndum de autodeterminación en un estado de sitio. Hay mujeres independentistas que son una roca y que también tienen la manía de ser independientes, como Elisenda Paluzie y, si no fuera el nuestro un tiempo intervenido por el más aberrante de los machismos, la lista sería más larga. Hasta ahora los gobiernos han intentado maquillar la desigualdad con intentos más o menos logrados de paridad. A partir de ahora, si se quieren cambios, podríamos empezar pronunciando un simple sintagma: a sus órdenes, presidenta.