Uno de los pocos alicientes de esta campaña electoral, que encaro con cierta desidia, será el de ver qué fórmulas utilizan los partidos soberanistas para referirse al 1-O. Aquello que tenía que ser un referéndum vinculante y cuyo resultado nuestros líderes nunca aplicaron ni defendieron, ha pasado a ser recientemente, en voz de Marta Rovira, una mera "proeza" del pueblo de Catalunya. Siguiendo con el espíritu creativo, el president Puigdemont se ha referido al 21-D como una "segunda vuelta" del 1-O, lo cual manifiesta que Catalunya será el primer país de la historia galáctica que afiance el resultado de un referéndum de autodeterminación en unas elecciones convocadas por el régimen del que uno se quería separar. Tengo que confesar que, entusiasta como soy de nuestra lengua, me lo estoy pasando pipa con este nivel de cabriola sintáctica que nos ratifica como un pueblo muy atento a la originalidad.

Los políticos catalanes podrían haber hecho uso y abuso de otras fórmulas, empezando por enunciar la puta verdad. Podrían haber dicho, y eso les habría humanizado, por ejemplo: "No aplicamos ni defendimos el resultado del 1-O porque no creíamos que los ciudadanos aguantarais la violencia policial española con tanta dignidad". Hagámoslo un poco más barroco: "No previmos ninguna defensa de la república después de declararla, por el simple hecho de que nunca pensamos aplicar el referéndum, sino que queríamos utilizarlo como una herramienta de presión para negociar con España." Incluso podrían ir más lejos: "No solo renunciamos a aplicar el 1-O, sino que después del 21-D, con la Generalitat ahora mucho más intervenida y con muchos políticos electos bajo amenaza continua de prisión, nos será todavía más imposible de hacerlo." Todo eso se podría decir, por desgracia, pero a riesgo de tratar de adultos a los electores.

Muy pronto incluso nosotros olvidaremos que un bello día de otoño tuvimos al Estado español contra las cuerdas y medio mundo admirando nuestra fortaleza

Como ya avisé hace semanas en una de estas ideas claras y sencillas que a los cursis os perturban tanto, a medida que pase el tiempo será el mismo independentismo el que se encargue de borrar toda la fuerza simbólica y política del referéndum. Pero todo es positivo, amigos míos, porque ahora se puede entender perfectamente por qué a muchos líderes del país (y algunos desalmados que comandan la estrategia desde la sombra del estado mayor) el referéndum siempre les incomodó y no se apuntaron hasta que la masa de sus electores les vertió de forma inexorable. De hecho, contrariamente a lo que se ha dicho a menudo, no es que los partidos indepes tuvieran eso de la república poco preparado: se pensó mucho sobre el futuro estado, pero no se dedicó ni un solo minuto a ver cómo se le defendería. Eso explica tanta cabriola verbal sobre el 1-O: es el espejo de lo mejor y peor que hemos hecho.

No obstante, podéis estar tranquilos. Entre conciertos, velas y memoriales de agravios, muy pronto incluso nosotros olvidaremos que un bello día de otoño tuvimos al Estado español contra las cuerdas y medio mundo admirando nuestra fortaleza. Olvidar la propia fuerza es uno de los clásicos parámetros de los pueblos insensibles. Bueno, que disfrutéis mucho de esta segunda vuelta. Todavía nos vamos a divertir mucho más.