En un tiempo de alimentos sin calorías, de sexo sin interacción de cuerpos vivientes y de virtualidad de las cosas así en general, es perfectamente lógico que los Comunes quieran aportar su original contribución al procesismo a través de la brillante ocurrencia de un referéndum sin fecha. Como es habitual en los postcomunistas catalanes, de un conservadurismo inigualado en todo el planeta, la idea está lejos de ser innovadora: como saben los marxistas desencantados, la revolución es un ideal de beatitud que siempre se pospone, un proyecto que nunca puede cerrarse completamente y es así que a los más platónicos les gustaría vivir en un punto en el que la sociedad se encuentre tan cerca de la igualdad entre amos y esclavos que hasta le dé a uno pereza declarar que la transformación social ya se ha hecho realidad. La izquierda, vaya por dios, es todo un homenaje al procesismo: nada se acaba, todos está por hacer, vuelva usted mañana.

En ese sentido, los comunes más jóvenes y aguerridos comparen el ideario más íntimo con los convergentes miedosos de toda la vida: pretenden que el referéndum no tenga fecha, es decir que no sea un referéndum, y creedme que si pudieran eliminarían también la pregunta, las urnas o la campaña porque el referéndum, según el quietismo militante, debería ser sólo una mera posibilidad amenazadora para obligar al Estado a ceder más autonomía. ¿Hacer realidad el referéndum con una fecha? ¡No me jodas, camarada! Según el filosofo Albano Dante Fachin, eso de poner límites al mar de la temporalidad para que los catalufos voten es una inmoralidad burguesa. Fachin vive más allá del tiempo, y no sólo eso, sino que el podemita ha pedido la dimisión del president Puigdemont acusándole de querer repetir un 9-N, de no tener la intención de celebrar un referéndum y de arrojarnos nuevamente a todos al camino de la frustración.

Fachin es la imagen de una revolución permanentemente pospuesta, nunca realizada. ¿De qué viviría, pobrecito mío, sin la frustración de un proyecto inacabado?

La cosa tiene mucha gracia. Los mismos cráneos privilegiados de Iniciativa que se alinearon con Duran i Lleida para descafeinar el 9-N con aquello del Sí-No ahora piden un referéndum con garantías. Los mismos farsantes que afirmen defender la soberanía de la nación catalana (es decir, y perdón por la insistencia, la capacidad de sus ciudadanos para decidir lo que quieran como seres adultos y racionales) sostienen que fijar una fecha para consultar es un suicidio. Fachin quiere dejar las cosas sin fecha y quizás su vida sea así en general, pues tiene la suerte de no vivir bajo la temporalidad a la hora de hacer cosas tan dispares como pagar el recibo del agua o vacacionar, y quién sabe si anhela también un país así: una nación con una soberanía sin fecha, con un derecho a decidir sin fecha, con una libertad sin fecha. La temporalidad, en efecto, es un invento nefasto, porque implica tener que mojarse y decidir.

Fachin es la imagen de una revolución permanentemente pospuesta, nunca realizada. ¿De qué viviría, pobrecito mío, sin la frustración y el desengaño de un proyecto inacabado? Qué ganas de llegar a la liberación de la tribu, pacientes lectores, y así librarnos por fin de toda esta manda de farsantes. Pongamos fecha al referéndum muy pronto, en honor al amigo Fachin, y que el pobre chaval pueda votar que 'no' muy tranquilo, que eso de querer ser español cada vez pide una retórica de mayor pacotilla. Una fecha, la pregunta que todos sabemos y haga usted el favor de votar y de callar, conservador, inmovilista, beato Fachin. Vote, Fachin. Fachin, vote. Pesado.