Será bastante divertido comprobar cómo, a medida que la presión judicial se acerque al matrimonio Pujol-Ferrusola como un tiburón que huele glóbulos rojos, los antiguos benefactores de la economía pujolista saldrán del armario con mayor desenvoltura.

Primero fue el patriota Àngel Colom, quien hace muy poco confesaba al star del estamento fiscal Emilio Sánchez Ulled que el año 2000 cobró 12 millones y medio de las añoradas pesetas a través del Palau de la Música y del Orfeó, una pasta que el antiguo cabecilla de Esquerra y ahora soldado raso convergente (cómo cambia la vida, Àngel: el azote de Pujol, te llamaban...) recibió de Fèlix Millet para impulsar una fundación nunca creada, Espai Catalunya, dedicada, y no es broma, "a hacer pedagogía sobre cultura catalana y las nuevas migraciones".

Colom incluso le firmó un recibo a Millet desconociendo este concepto tan bonito e integrador de recién llegados y pensando que el gran mecenas le entregaba la propinita solo con el fin de deshacer la deuda que él y sus amigos habían contraído después de la aventura del Partit per la Independència; y que, según dice, está devolviendo al Palau, peseta a peseta. A partir de ahora, ya sabéis, cuando firméis un recibo fijaos bien en que el concepto deje bien claro vuestro amor por la cultura catalana; y a tirar millas.

Hace pocos días, y como recoge nuestro El Nacional, el periodista y antiguo político Manuel Milián Mestre aseguraba a mi querida Susanna Griso que Pujol le había dado un millón de pesetas para fundar el Club Ágora, un espacio de opinión creado el año 1974, de donde salió, decía Milián con aquel ademán de náufrago resignado con pretensiones de ser viajado, "la cadena de partidos que derivaron en la creación del PP". Milián también tenía objetivos culturales –pues somos un país en el que las musas vertebran ante todo el alma y los intereses de los hombres– y afirmaba que "siempre" estaría agradecido al antiguo president por haberlo ayudado "a fundar el PP". A partir de ahora, ya lo sabéis, y por si todavía no habéis hecho la declaración de la renta, pagar dinero por un chiringuito podrá ser visto como algo parecido a "fundar" un partido político; espero que desgrave, Manolo.

La cosa es divertidísima y, como os decía, será la tónica habitual de los próximos meses en lo que atañe al caso Pujol, en el que la figura del antiguo mandatario se reconfigurará como la de un líder que financiaba a propios y extraños con tal de tener la sociedad catalana bien controlada... y española. Milián será uno de los muchos exponentes de esta nueva reductio ad Pujolum a partir de la que se intentarán dos cosas: primero, combatir el independentismo con el simpático argumento según el cual en Catalunya hemos tenido tantos chorizos como en España y, en segundo lugar, configurar el pujolismo como un invento económico de la autonomía española, que repartió dinero para asegurarse la paz social y tener incluso a los rivales controlados.

La presión judicial contra Pujol aumentará no solo por las travesuras de sus hijos con hacienda, sino porque el relato de un Pujol ladrón y repartidor beneficia al límite la idea y el relato de una España única. No dudo de que los jueces busquen la verdad del caso, pero lo que quieren los políticos es que Pujol acabe admitiendo que su aventura independentista fue agua de borrajas, renegando del Tagamament, de la Moreneta y –en definitiva– de toda su carrera política y de su país idealizado.

Hace pocos días, un buen amigo me comentaba aterrado una comida que había hecho en Madrid con un empresario catalán filoconvergente y un empresario gallego en que, casi sin previas, el tipo de nuestra tribu había iniciado la conversación cargándose a toda la familia Pujol en pleno, la herencia política del Molt Honorable y la locura unilateral independentista, ante el simple asentimiento del comensal español. Eso también muestra que, más allá de un asunto interno de España, la corrupción del antiguo president servirá para convertir en críticos a muchos de los que hace lustros no habrían osado tirarse un pedo sin su permiso, y –de paso– renegar no solo de su causa, sino de sus hijos convertidos hace bien poco al independentismo. Ante gente como esta, los otros comensales españoles solo tendrán que ir asintiendo, en efecto.

Al fin y al cabo, el poder central está disfrutando de lo lindo con esta causa judicial de Pujol, condimentada con faldas como un culebrón y de cuentas corrientes en el exterior, con toda su consiguiente chabacanería. Que haya sido el mismo Jordi Jr. quien compare su situación con la del protagonista de La escopeta nacional, el simpático industrial catalán que paga la fiesta de unos marquesitos españoles a quienes quiere vender sus interfonos y que acaba sufragando toda la fiesta para nada. Jordi Pujol hijo ya se adapta freudianamente al nuevo relato español: yo os he montado la fiesta, chicos, y mira como me recompensáis. La judicatura y la política esperan como agua de mayo que el padre imite a su heredero. Quieren que sea el mismo Pujol, en definitiva, quien acabe leyendo toda la aventura del catalanismo, su vida íntima, como una enorme reductio ad Pujolum. Les está saliendo bastante bien, de momento.