Solsticio invernal tras solsticio invernal, nuestra híper-alcaldesa renace de nuevo como la indiscutible Calixto Bieito del revisionismo pesebrista mundial. Nada encarna mejor la suprema habilidad política de Ada Colau que el fervor que genera el post-pesebre anual, reinterpretación del imaginario demodé del cristianismo que excita por igual a aquellos neófobos que echan de menos la representación tradicional de los Reyes Magos o del Niño Jesús, como indigna también a los progresistas jacobinos que enviarían la celebración de la Navidad y su consiguiente alumbrado consumista a tomar por el saco. Con una enorme inteligencia electoral, Colau se sitúa de nuevo en el centro político, convirtiendo su obsesión por descontextualizar el pesebre en una nueva usanza: aunque no acabó la carrera, nuestra alcaldesa conoce perfectamente el tópico nietzscheano según el cual toda tradición siempre esconde una primera y recóndita impostura.

Si el pobre J. V. Foix decidiera renacer y salir un rato de la pastelería familiar para bajar a la Plaça Sant Jaume, viéndose a sí mismo como un rey mago flanqueado por Joan Miró y Pau Casals, a nuestro estimado poeta le daría un síncope. Los artistas Toti Toronell y Quim Domene (previo concurso no amañado por el ICUB, y añadan ahí ustedes mismos una entrañable sonrisa) han creado un universo de esferas transparentes perfectamente adaptado al arte colauista y a su habitual apología de la miseria y de la crítica al consumismo. Este año no hemos podido gozar de un pesebre con desahuciados y el caganer ha sido brutalmente sacrificado entre los elegidos (suponemos que por su apología del incivismo y su afán de glotonería), pero los artistas nos han regalado una versión más pop de lo precario, con una pareja de madera cenando en una mesa sin comida, palomas de la paz que se esconden en establos y ropa usada que evoca el drama de los refugiados.

Colau es capaz de decirnos que ahorremos y que gastemos en un solo gesto. Señor Aristóteles, descanse en paz

Colau tiene la habilidad inmensa de regalarnos su homenaje anual al anticonsumismo mientras continúa subvencionando el alumbrado de los comercios con 800.000 euricos y se gasta casi dos millones preparando la mandanga de la cabalgata y el pesebre, recursos que –si desempolváramos el diccionario demagógico de la antigua activista que ya pertenece a la casta– se podían dedicar a sacar a los niños de los barracones escolares y a crear más camas de hospital. Pero eso le importa bien poco a nuestra híper-alcaldesa, que reina en el Ayuntamiento como si tuviera mayoría absoluta, con una oposición de Convergència y Esquerra cada día más inframental y una acumulación de poder ejecutivo que no tiene ningún otro líder en España. Los grandes políticos son los que absorben el máximo nivel de contradicción y así Colau es capaz de decirnos que ahorremos y que gastemos en un solo gesto. Señor Aristóteles, descanse en paz.

El próximo año, alcaldesa, yo iría pensando en rizar el rizo y decorar el nuevo pesebre viviente con los concejales de la hipotética oposición, ejemplo de seres de suprema inutilidad decorativa que uno debería sacar a pasear de vez en cuando. Al fin y al cabo, previo a ser un lugar para la revelación el pesebre era un hostal donde uno repartía comida a los viajeros errantes. Para lo que nos cuestan, al menos expongámoslos durante unos días. Hasta el próximo año.