A medida que el referéndum se haga inevitable y que sus castradores sólo puedan apelar a la violencia con el fin de boicotearlo, la estrategia de la cúpula de los comuns (que calca punto por punto las intenciones de Soraya y del PP) será la de intentar teñir la votación de un aire de protesta indignada contra el gobierno de Mariano Rajoy. Como ya hizo el 9-N, Colau se podrá permitir el lujo de votar sí a la independencia, aun manteniendo su ideal federalista y plurichupiguai de España. De esta manera, la casta común (que no sus electores, hace falta insistir rotundamente en este detalle) rezará para que el referéndum derive en una victoria del que no llegue al punto psicológico del 50%, favoreciendo incluso un voto en blanco que se acerque perversamente al lado del no, justificando así que sus resultados sean imposibles de aplicar y derivando todo en nuevas elecciones autonómicas.

Por este motivo, cuando Xavier Domènech, pobrecito mío, sale de la reunión con el Molt Honorable 130 afirmando que eso del primero de octubre le parece un nuevo 9-N, no está expresando un análisis, sino un deseo de aquello por lo que suspira. A Domènech (y a Rajoy) les interesa una votación que se pueda leer como un arrebato de ira, un gesto de mala leche que la derecha pueda vender a los suyos como una patada típica (e inofensiva) del catalán enfadado y que los podemitas fraternales puedan digerir como una muestra de disconformidad contra la marmórea España del PP. La última moción de censura de Pablemos muestra perfectamente esta táctica, a partir de la cual todo el mundo se pone Catalunya en la boca para cerrar filas con los suyos, sin que acabe pasando nada de nada. Este es también el sueño húmedo de la tercera vía: un referéndum cojo, indignación momentánea y retorno triunfal de Duran i Lleida.

Un  a la independencia, con una pregunta clara, implica un sí a la independencia, por mucho que este voto se fundamente en la convicción, en la ira, o en las ganas de tocar los cojones

A estas alturas, la táctica es bastante clara y el soberanismo sólo la vencerá insistiendo en que el referéndum es válido justamente porque sobrepasa las indicaciones que los partidos puedan dar a sus electores y recordando, como ha hecho muy bien Junqueras, que la votación es equiparable a unas elecciones. Eso implica varias cosas, entre las cuales hay que destacar que el voto en blanco no se contabiliza (más allá de la cancioncilla quejica de cada final de campaña, cuando los líderes se lamentan) y que las intenciones del votante no alteran el resultado final. La democracia es así y el voto de un ciudadano por el tiene la misma validez e idéntico peso con independencia de las motivaciones que lo lleven a las urnas. Por mucha metafísica que se haga, y veréis como los comuns saldrán todo lo que queda de verano haciendo ontología del mosquito tigre, la democracia siempre tiene que acabar en aritmética pura y dura.

En este sentido, el principal leitmotiv de la campaña por el referéndum tendría que caer bajo el lema "No permitas que voten por ti". Eso apela, en primer lugar, a los votantes del no que, como ha demostrado la última encuesta del Ara, ya empiezan a rebelarse contra las cúpulas de sus partidos representativos. En segundo término, la apelación directa a los electores salva que la cúpula de los comuns escude los resultados en la interpretación voluntarista de su parroquia. Un  a la independencia, con una pregunta clara, implica un sí a la independencia, por mucho que este voto se fundamente en la convicción, en la ira, o en las ganas de tocar los cojones. Si se excita la dignidad de los electores, el referéndum todavía será más imparable. Si yo fuera miembro del Govern, empezaría a bombardear la frase en todos los medios públicos del país, y ya veríais como sube la espuma. No permitas que voten por ti.