Pedro Sánchez ha caído en el error más elemental e imperdonable que puede perpetrar un político con aspiraciones renovadas: señalar a los poderosos que se esconden tras la niebla de la tiranía para enmendarles la corbata. Charlando todavía sollozante con el reportero oficial de los desheredados, Sánchez situaba el foco de su desgracia en César Alierta, en el aparato del PSOE y en esa hoja parroquial bancaria que hace llamarse El País. Ni Pablo Iglesias, que acostumbra siempre a sermonearnos sobre una indeterminada casta, había cometido nunca una temeridad parecida, consciente que para sembrar España de su nuevo comunismo no le bastaba La Tuerka y tenía que camelarse al Grupo Planeta. Sánchez ha cometido un error de libro, que en Madrid nunca se perdona: poner nombre a lo que todo el mundo sabe, señalar a quien es feliz en el anonimato de las grandes decisiones como la gélida princesa Turandot, que cortaba la cabeza a quien tuviera la osadía de dirigirse a ella.

Ya hace días que Sánchez parece catalán y hace del lloriqueo su símbolo. No debe acordarse de los tiempos en que todo este establishment, ahora tan horroroso, le sirvió para convertirse en secretario general del PSOE. Se ha desvanecido, ay, memoria, la época en la que Cebrián todavía era de los suyos y la federación andaluza del PSOE le pagaba las fantas. Debe pensar que derramando líquido volverá al podio, pobre Pedro, pero ello certifica de nuevo que no tiene ni puta idea de lo que es España, un país que controla y fomenta las alternativas radicales solamente para excitar las bajas pasiones y acabar así reafirmando mucho más el sistema de siempre. Que la mayoría de periódicos de la capital se hayan indignado mucho más con los cinco minutos espléndidos de Rufián en el Congreso que no con la traición del PSOE a su electorado es una pista de oro. Sánchez quiere ser presidente tras haber puesto nombre a los hombres de negro mientras recordaba a los ciudadanos que quien paga manda: no llegará lejos, créanme. 

Se ha desvanecido la época en la que Cebrián todavía era de los suyos y la federación andaluza del PSOE le pagaba las fantas

Que la mayoría de charlatanes y cagasentencias de la tribu se hayan conmovido como plañideras con las lágrimas de Sánchez mientras reprobaban la dureza de Rufián demuestra que muchos independentistas todavía aman más a los mártires que no a los guerreros. Los hombres libres muerden, no lloran, porque cuando gimotean dicen cosas raras como que Catalunya es una nación y que el hecho diferencial y que tal y que cual. Pobre Pedro, mirad si va mal encaminado que ya habla como un Iceta residente en Madrid. ¡Señalar a los poderosos y dar carta de nación a la tribu!, ¡qué error más palmario!, incluso para un pelele socialista.